Al pasado 26 de junio –último dato oficial publicado– las ventas de soja 2023/24 sumaban 22,02 millones de toneladas, una cifra equivalente al 43,6% a 44,1% de la cosecha total estimada para el presente año (50,0 a 50,5 millones de toneladas según la Bolsa de Comercio de Rosario o la Bolsa de Cereales de Buenos Aires).
Se trata de un número, en términos relativos, equivalente al presente un año atrás (44,1%), cuando un desastre climático liquidó más de la mitad de la producción prevista de la oleaginosa.
La situación actual es comparable también a la presente en la campaña 2021/22, cuando, con una cosecha de soja de 43,8 millones de toneladas, en el actual momento del año los productores ya habían comprometido comercialmente el 44,5% de la cosecha esperada.
En retrospectiva, la situación registrada en el ciclo 2021/22 es incluso más insólita porque durante la cosecha de soja de primera en esa campaña los precios internacionales de la oleaginosa se encontraban altísimos.
El cuadro cambia completamente al observar lo sucedido entre los ciclos 2017/18 y 2020/21, donde el ritmo de comercialización de la soja estaba mucho más avanzado en el presente momento del año. El factor común en todos ellos es que la distorsión cambiaria era nula a mínima.
El efecto combinado de los derechos de exportación (33% del valor FOB) y las “retenciones cambiarias” (producto de la intervención del tipo de cambio oficial) representa un gran desincentivo para promover ventas de soja en el mercado argentino.
Casi como una “reacción instintiva”, cuando la extracción de valor por ambas “retenciones” es demasiado grande, los productores –especialmente los menos sofisticados– suelen retener mercadería.
El dato clave además es que el 38% del volumen de soja 2023/24 comercializado hasta el momento no tiene precio hecho: de las 22,02 millones comprometidas, un total de 8,43 millones sigue pendiente de fijación, lo que indica que los valores actuales no convencen a muchos productores.