“¿Ustedes creen en las casualidades?”.
Sabemos que es una pregunta que en verdad no espera una respuesta, así que nos quedamos en silencio y atentos aguardando que Laura y Matías sigan con su relato. Estamos en Almeyra, un pueblo de 200 habitantes y a 32 kilómetros de Navarro, ciudad cabecera del partido del mismo nombre ubicada a unos 100 kilómetros del Obelisco.
Laura y Matías se conocieron estudiando música (ella canta y toca el acordeón; él la guitarra) y al poco, muy poco tiempo de verse, él le dijo: “Yo me caso con vos”, a lo que ella respondió con un poco de sorpresa, una sonrisa y, en su fuero interno, un “por supuesto”, que no pronunció pero que estaba decretado.
El caso es que se casaron y comenzaron la vida juntos en Castelar, al oeste del conurbano bonaerense, trabajando de “de todo un poco” para salir adelante. Desde siempre a Laura le gustaba cocinar y hacía dulces, bombones y escabeches y un día se le ocurrió publicar sus mermeladas en MercadoLibre… y la cosa explotó.
“Me llamó una persona y me pidió todo dulce de kinotos; era un pedido muy importante que nos iba a dejar un buen margen, así que yo no cabía en mí de la alegría hasta que me di cuenta de que no tenía tantos kinotos… y entonces salimos a buscar”, recuerda Laura.
La venta fue exitosa y a partir de ahí empezó a recibir pedidos de otros lugares hasta quedar como proveedora fija de una cadena de bares de CABA. Todo funcionaba bien pero Matías y Laura tenían algo que los cosquilleaba y que era la “casualidad” que los había unido de forma definitiva: ambos, antes de conocerse, habían visitado este pueblo de Almeyra y pensaron que algún día querían vivir ahí.
Esa idea que tenían por separado se multiplicó al comenzar la convivencia así que finalmente se vinieron para Almeyra y comenzaron a ir una vez por semana a hacer los pedidos a sus clientes de CABA. Pero claro, las cosas cambiaron y las personas que viven en pleno asfalto a veces hay cosas que no terminan de entender, como que un día llovió tanto que no podían salir del pueblo que tiene su acceso de tierra. Les explicaron eso a sus clientes pero éstos no les creían y debieron pagar un flete para cumplir con el compromiso… y por supuesto salieron perdiendo.
Uf. Las cosas se complicaban.
Pero en ese momento pasaron dos cosas: se abrió la posibilidad de ser proveedor de dulces de una empresa de Las Heras (un pueblo cercano) y de acceder a los salarios de la Utep, Unión de Trabajadores de la Economía Popular, que hoy ronda los 11.000 pesos mensuales, a cambio de armar y coordinar la incipiente huerta social de Almeyra, ubicada en tierras del ferrocarril y cedidas para este proyecto.
“Empezamos a trabajar para una empresa ubicada cerca de acá y lo que ganábamos a través de la UTEP lo fuimos guardando para comprar una paila”, explica Laura para luego agregar que una vez comprada tuvieron que agrandar una puerta porque no pasaba hasta el cuarto donde la instalarían. Pero ya estaba hecho y a partir de ahí pudieron procesar 150 kilos de fruta más 90 de azúcar, así que la producción se facilitó bastante (antes lo hacían con ollas comunes).
“Fueron momentos difíciles pero pudimos salir adelante y el apoyo de la UTEP fue clave”, enfatiza Laura que también se encarga de recibir a los turistas que los fines de semana se acercan a Almeyra y visitan la huerta popular para comprar verdura fresca. “A la gente le interesa mucho saber cómo producimos la verdura y busca que no tengan agroquímicos… también quiere que uno se tome el tiempo para explicarle, que se la atienda… los clientes no sólo quieren comprar, quieren mimos”, resume con una sonrisa.
“Con el tema del salario social hubo que derrumbar el estigma porque los vecinos nos veían con malos ojos, como que éramos vagos que no hacíamos nada”, recuerda Laura. “Lo solucionamos de dos formas: primero invitando a los vecinos a ver cómo trabajábamos y hablando con ellos y después con resultados: cuando vieron cómo crecía la huerta y lo linda que está, fueron ellos los primeros que vinieron a comprar verdura fresca”.
Hoy Laura y Matías viven en el lugar que eligieron y venden sus dulces de durazno, naranjas, kinotos y citrus elaborados con azúcar orgánica a turistas, vecinos y en la ciudad de Navarro, en el almacén que tiene la UTEP en esa ciudad y que recibe productos de distintos emprendedores de la zona.