Ricardo Daniel “Gato” Peters (67) vive hace 37 años en la ciudad de Las Flores, a 187 kilómetros de la Capital Federal, hacia el centro de la provincia de Buenos Aires. Pero nació en Carhué y proviene de familia de humildes chacareros. Humorista y médico veterinario, se bancó sus estudios en La Plata vendiendo café en el Hipódromo y trabajando de mozo. Allí comenzó sus espectáculos de humor en las peñas de los centros de estudiantes y en las fiestas universitarias, en el año 1975.
Diez años después debutó en Canal 13 con Badía y en 1987, bajo el padrinazgo de Fernando Bravo, se presentó en La Noche del Domingo con Gerardo Sofovich, donde actuó durante 7 temporadas. Allí alcanzó una fama que luego se ocupó de mantener durante toda su vida a fuerza de un trabajo de hormiga y sin más respaldo de la televisión.
Tanto trabajo que hoy lleva 29 discos y tres libros editados: “El primo del campo”, “Parece mentira”, con prólogo de Luis Landriscina, y “Campechano”. También se han realizado cortometrajes con algunos de sus desopilantes monólogos, que muchas veces se supone que tienen su origen en algún ‘sucedido’ que el mismo público le acerca.
Pero puede ser que muchos tengan una imagen del reconocido Gato Peters como un ocurrente humorista, simpático y bonachón, que nos quiere hacer reir para pasar un buen momento. Pero esta es apenas una de las mil facetas del Gato. Quien profundiza su obra puede darse cuenta de que en medio de sus humoradas se mete a decir lo que piensa y critica sin pelos en la lengua hasta a la más intocable figura del ámbito popular o a la institución más alabada. Más bien, como Tato Bores, quiere hacernos pensar mientras reímos. Pero esto no es nada. No mucha gente sabe de su compromiso social y de su liderazgo innato.
El Gato Peters nunca se creyó eso de que Dios atiende en Buenos Aires. Tal vez, el dios del dinero sí, pero no el Dios de la felicidad, con mayúscula. Se quedó en su aldea, pero no por conformismo, sino para pelear la vida con más fuerza. “En vez de cambiar el mundo, trato de cambiar el pedacito de lugar que me rodea”, comenta con humildad.
Lúcido y multifácetico, hallamos en él a un ser comprometido con la ruralidad y con su gente, que hizo todo cuanto se le ocurrió en su vida que pudiera sumar un grano de arena para un mundo más justo. Durante 7 años fue director de la Escuela Agraria de Las Flores, luego fue inspector de las escuelas agrarias de la provincia de Buenos Aires hasta llegar a ser director provincial. Fundó un hogar comunitario de ancianos y también el Festival Las Flores Canta, junto a su esposa. Fue presidente de un comité partidario, tuvo su veterinaria durante muchos años en Las Flores. Fue un destacado profesional en su trabajo con los animales, y aún asesora a algún campo. Como se ve, un espíritu inquieto.
Se acaba de comprar, casi por milagro, un campito al que declaró su lugar en el mundo, en el que recibe a sus amigos y seres queridos para compartir una mateada, un asado, un poco de folklore. Para ello construyó un quincho con fogón y matera al que le llamó “Los Lunes”, porque como trabaja los fines de semana, es ese día hábil el de su descanso.
Como vive en una región ganadera, siempre compró vacas a modo de ahorro y pensando en su vejez, porque asegura que en este país tan inestable, las vacas son una inversión segura y a largo plazo. Pero cuenta, risueño, que vendió todas sus vacas para comprar el campo, cuando de pronto vino la pandemia que lo dejó sin trabajo y lo agarró sin ahorros.
“Con mi mujer se nos ocurrió abrir una carnicería y nos pusimos a vender carne de cordero”, recuerda. Apenas pudo comprar su campo se dio cuenta de que no podría mantenerlo solo. Pero nunca se imaginó a sí mismo como patrón. Entonces con su ingenio y su carácter afectuoso fue invitando a diversos personajes de la zona para que lo ayudaran, pero a cada uno lo asoció en pequeños proyectos productivos, con objetivos y metas concretas. Es muy agradable ver cómo todos conviven, se ayudan y potencian, comparten la vida, la mesa, el trabajo y los sueños.
Quien ha podido compartir una tarde en su casa, sabe que el Gato recibe a todos los folkloristas y los asesora, los ayuda a pensar, a venderse mejor. Además siempre lanza algún tema para debatir sobre políticas culturales o sociales. Piensa que las escuelas agrarias no sólo deben formar técnicos para los pueblos, sino prepararlos para ser los futuros dirigentes. Porque el Gato no deja de preguntarse sobre la transformación del campo, que debe ser interpretada de modo urgente y anticiparnos a las nuevas problemáticas para poder dar soluciones. Sostiene que hay que reinventar al productor agrícola-ganadero.
El Gato se reconoce como un defensor de la vida rural y de la gesta de los pueblos chicos. “Soy un narrador de costumbres con humor”, se definió, “Todos los días escribo dos o tres horas. Soy muy estudioso del decir en la lengua española”, afirma este humorista que escribe sus monólogos un poco en versos camperos, con rima, y otro poco en prosa. Por ejemplo, su espectáculo sobre los apellidos le llevó 3 años de investigación literaria.
Dijo alguna vez: “He sido un microemprendedor autogestivo. Casi nunca trabajé para el Estado. Hago 140 a 150 salas por año, sosteniéndome con las redes y el boca a boca. Me hice conocido luego de actuar con Sofovich y pude entrar en otras provincias, sobre todo en Córdoba, Y tuve que sentarme a armar una carrera, que no se si es la que quiero, sino la que pude armar, viviendo en Las Flores, lejos de la farándula. Es muy difícil que yo gane premios sin estar en Buenos Aires y sin cometer escándalos”.
“Hace 37 años que estoy con la misma mujer y 40 años con el mismo guitarrista, el marplatense Carlos ‘Charly’ Martínez. No sabría hablar de lo que hoy se habla en la tele. No me siento fuera del sistema, sino del otro lado. Los únicos que me han dado premios son los cordobeses, unos 4 o 5, al humorista de la temporada”.
Y en otra ocasión, sostuvo: “Cuando me iba mal en el humor pensaba que no importaba porque yo era educador. Y cuando me iba mal en la educación, pensaba que tampoco importaba porque yo era humorista”. Explica que: “Hoy cuesta mucho ir a hacer humor a los festivales, porque te ponen después de una banda estridente que se pone a cantar temas de Los Palmeras y te dejan a la gente enardecida”.
Respecto de tantas modas pasajeras, de artistas de pacotilla que pasan de modo efímero por el mundo mediático, el Gato Peters alguna vez marcó el rumbo de lo auténtico para durar en la memoria de su gente: “No alcanzan las fórmulas mágicas para sacar a un artista en tantos programas de TV, y no han logrado sacar nada, porque hay cosas que se traen en las tripas y hay que tener un mensaje del paisaje y de la raza para poder cantar y hablar con fundamento”. Él mismo está hecho de esa “madera” y felizmente tenemos Gato para rato.
Elegimos para despedirnos “Y una vida en las chacras”, del álbum “Las 7 vidas del Gato Peters”.