Esta es la tercera parte de un capítulo con recomendaciones a la política publica, que forma parte del libro “El Agro y el Ambiente”, coordinado por Ernesto Viglizzo y Roberto Casas, y editado por la Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria. Se trata de un compendio clave para discutir el futuro del sector, entrampado entre la necesidad de producir más alimentos y las exigencias sociales para cuidar el medio ambiente.
En este tramo del libro, en el que destaca la colaboración de Esteban Jobbágy, el tema de preocupación es el agua, sin la cual es imposible pensar en producir.
El agua es el otro insumo básico que sostiene la productividad de los agro-ecosistemas. El agua tiene en Argentina una dinámica más compleja que la de los suelos, y que es necesario entender para diseñar estrategias sustentables en el mediano y largo plazo. Al ser la soja y el maíz dos cultivos dominantes de la agricultura argentina, y pese a su alta dependencia de las lluvias, sorprende que reciban un aporte mínimo de agua de riego.
En el capítulo 3, Esteban Jobbágy marca una diferencia esencial entre Argentina y Estados Unidos. Argentina se caracteriza por aplicar mínimo riego a los cultivos aún en sus llanuras secas, y posee una infraestructura nula de drenaje en sus zonas húmedas y anegables. Ello ha evitado algunos problemas ambientales que son comunes en EEUU, como la depresión de los acuíferos subterráneos por sobreuso, la degradación de ecosistemas acuáticos debidos a las redes de drenaje, y la contaminación de cursos y cuerpos de agua por uso excesivo de fertilizantes. Quizás sin percibirlo hasta tiempos recientes, los cultivos argentinos conviven en estrecha relación con las napas freáticas que se alojan muy cerca de la superficie debido a dos causas naturales: al relieve plano de sus suelos y a la inexistencia de redes naturales de evacuación superficial de agua.
Pero también incide una influencia humana: durante las últimas décadas ocurrió un ascenso gradual de las napas debido a un nuevo estado hidrológico de la llanura provocado por la sustitución masiva de pastizales, pasturas perennes y bosques nativos, que mantenían a las napas lejos de la superficie, por cultivos anuales que, al transpirar menos agua que aquellos, favorecieron el ascenso freático.
Podría pensarse que este nuevo estado hidrológico de la llanura ha sido causa de perjuicios para la agricultura argentina; sin embargo, ahora se puede probar que el ascenso freático ha generado beneficios cuantificables a la producción de granos debido a que redujo a la mitad las mermas de rendimiento esperables en años secos. La agricultura favoreció este nuevo estado hidrológico y se benefició por el mismo, logrando una estabilidad de la producción similar a la norteamericana bajo riego.
Pero dos problemas suelen venir asociados al ascenso de las napas: la elevación de sales a la superficie del suelo, y la necesidad de aprender a convivir con el anegamiento, que se vuelve más frecuente en años lluviosos con napas superficiales. Ambos problemas pueden ser menguados mediante el conocimiento de la interfaz hidrología-agronomía y mediante obras de ingeniería que drenen los excesos hídricos.
Es necesario promover usos de la tierra y buenas prácticas que regulen la dinámica del agua para maximizar beneficios y minimizar perjuicios. Una estrategia freática racional requiere de dos pilares: el monitoreo y los manejos flexibles o adaptativos del consumo de agua.
El monitoreo es clave para identificar opciones productivas de bajo y alto consumo de agua (por ejemplo. cultivo simple tardío en el primer caso, y doble cultivo o cultivo de servicio + cultivo de ciclo largo en el segundo), y adecuarlas a los perfiles freáticos.
Argentina ha incursionado poco en el riego complementario de los cultivos de llanura, entre otras razones debido a la incierta rentabilidad del riego explicada por la elevada carga impositiva, el alto costo de los equipos, el costo de la energía y una pobre infraestructura hidráulica (por ejemplo, en redes de drenaje).
Un panorama diferente ocurre en los oasis fluviales anexos a la cadena montañosa de los Andes. Estos sitios son protagónicos en la oferta de productos de alto valor y fuerte demanda interna (por ejemplo, frutas, hortalizas, nueces y semillas, vinos) y también externa, como peras, limones o vinos y mostos de uva. Aunque se riegan predominantemente con aguas superficiales, pueden requerir un complemento de agua subterránea. Presentan amenazas más predecibles y tangibles que las llanuras, ya que derivan del cambio climático.
El aumento de la temperatura y su efecto sobre la retracción de las masas de hielo glacial y níveo por un lado, y los cambios en los regímenes de precipitación en las cuencas de abastecimiento hídrico por el otro, son las dos amenazas más evidentes. Debe sumarse el riesgo salinización por revenimiento, propio de riegos de baja eficiencia, con altas pérdidas por percolación profunda, y con sistemas de drenaje inexistentes o imperfectos.
La salinización por revenimiento afecta muchas tierras en los oasis de los ríos Juramento-Salado, Dulce, San Juan, Mendoza, Colorado y Chubut. A la competencia del riego con otros usos rurales o urbanos del agua, se suma la necesidad de liberar caudales que permitan sostener ecosistemas acuáticos aguas abajo.
Detrás de estos problemas subyace la eficiencia de riego ¿Por qué no mejorarla y extender el área de regadío? Entre otras razones, porque el precedente de un caudal excedente fortalecería los conflictos con provincias aguas abajo que demandan compartir equitativamente los ríos inter-provinciales. Estos aspectos que atañen a la gobernanza inter-jurisdiccional del agua son importantes a la hora de mejorar la gestión de los oasis.
En un contexto de escasa infraestructura y alta dependencia de las lluvias, la agricultura de granos en las llanuras de Argentina se ha fortalecido en base a su capacidad para sostener rendimientos medios a altos. El conocimiento tecnológico contribuyó en tres áreas específicas: la siembra directa, el diseño de rotaciones inteligentes y el acople napa-cultivo.
Es necesario ahora mejorar las capacidades de monitoreo, proyección y adaptación ante una oferta fluctuante de agua debida al cambio climático. En los oasis regados, la ineficiencia en el uso de aguas superficiales refleja a la vez un problema (de gobernanza y de conflicto inter-jurisdiccional) y una oportunidad (la de producir más con menos agua). Esa ecuación compleja exige ser cerrada en muy poco tiempo.
El Dr. Jobbágy sugiere considerar las siguientes cuatro estrategias respecto al aprovechamiento y manejo del agua:
- Las políticas deben considerar simultáneamente las tres sustentabilidades: producción, servicios eco-sistémicos y conservación de la diversidad,
- Las soluciones hídricas basadas en ecosistemas deben acompañar cualquier planteo de infraestructura hidráulica clásica y pueden, en algunos casos, reemplazarlos,
- El monitoreo del agua en los sistemas agrícolas y su integración a sistemas transparentes e inteligentes que son facilitados por nuevos atajos tecnológicos,
- Anticiparse a una nueva ola de expansión del riego parece el desafío más crítico en un escenario de baja inversión pública y carencia de incentivos privados.
Hace algún tiempo, en épocas de inundaciones, Jobbagy nos catalogó a los productores agropecuarios de mezquinos por el bajo consumo de agua de nuestros cultivos, lo cual era responsable, según él, del ascenso de las napas y las consecuentes inundaciones. Postulaba la necesidad de la siembra de pasturas y forestación para combatir nuestra “mezquindad” Hoy, sequía mediante, las napas han descendido enormemente en toda la región pampeana. Gracias a nuestra “mezquindad” la catástrofe productiva no fue total y Jobbagy viene ahora a reconocer la importancia del aporte de esas napas a los cultivos. Jobbagy parece más bien un comentarista con el diario del lunes.