“Cualquier similitud entre el relato y personas reales es mera casualidad. El protagonista de este relato es un personaje ficticio”, nos advierte el autor, seguramente para evitar que alguien se pueda sentir ofendido.
El núcleo del relato que sigue originalmente era parte de “En Secreto”, mi texto de agosto de 2020, publicado en Bichos de Campo la última semana del mes, aunque que por ser largo y muy específico, tornaba algo deshilachado el conjunto. Este Secreto –el otro– describe un matiz sesgado, estrafalario y escabroso, pero igual de pintoresco del manosanta Don Atanasio Doctor Almirón. Por eso creo apropiado leer antes “En Secreto”, del que en realidad es una parte.
En general, la gente con voz grave habla pausadamente y sin gritar, no era el caso con Don Atanasio Almirón.
Él tenía un registro de bajo profundo, como Leonard Cohen o el Sarastro de La Flauta Mágica, pero además hablaba con un volumen apabullante, de megáfono. Supuse que era medio sordo.
Ya anticipé que su vozarrón especial, que se escuchaba de lejos, podía ser uno de los motivos que tenían los perros para detestarlo.
Una de las últimas veces que vino al campo para “curarle el mío mío” a una tropa, hizo lo de siempre y se quedó algunos días más, pero ese jueves tenía que volver a Mercedes.
Se me fue haciendo tarde, ya estaba anocheciendo, hacía mucho frío, cada tanto lloviznaba, yo estaba cansadísimo y me pesaba la perspectiva de manejar casi 4 horas con pésima visibilidad, que es lo que insume ir del campo a Mercedes y volver. Por eso estuve encantado cuando Almirón avisó que me despreocupara, que ya había conseguido “proporción” (*) porque don Juan Arrechea se había ofrecido a llevarlo.
Mi amigo Juan había llegado el día anterior para pasar una temporadita en el campo. Me sorprendió que adelantara su vuelta solo para llevar al Doctor.
Después supe que fue al revés, porque fue Almirón quien pidió a Juan que lo llevara y él aceptó de gaucho, pues sabía que yo estaba muy cansado. Pero siendo un hombre con muchas vivencias en el campo, también en la zona pampeana, pensó que por sus peculiaridades podía ser interesante conversar con el personaje durante el trayecto, casi un programa. Obviamente no tuvo en cuenta el daño auditivo, porque hacerlo en la cabina simple de una camioneta japonesa era una auténtica tortura.
Arrechea me refirió lo que sigue:
Ni bien salieron para Mercedes, Almirón pidió parar en el boliche de “Pueblito Paraguayo”.
Juan aprovechó a comprar cigarrillos y se asombró cuando el Doctor compró colonia.
Llegando al cruce de la estación Holgadino Poblari, había como siempre 2 o 3 travestis, ofreciéndose y mostrándose semidesnudos a pesar de la hora y el clima.
– Pare Don Juan, pare.
– Guarda Almirón, no se vaya a confundir, mire que estos son travestis, varones disfrazados de mujer.
Juan largó la acotación haciéndose el zonzo abriendo la puerta para que al hombre reculara, evitándole una situación desagradable e imposible de administrar.
¿Cómo hacerle el aguante al “Doctor” mientras este cumplía con lo suyo?
Vaya a saber si ante la falta de lugar más apropiado y estando en el medio de la ruta, no pretendería que Juan se baje un ratito de la camioneta. ¿O le estaba planteando un menage a trois en algún espantoso alojamiento de Poblari?
Almirón respondió a la advertencia:
– ¡Pero mire usté don Arrechea!
Es probable que también el paisano se estuviera haciendo el zonzo, aparentando sorpresa, porque es absolutamente improbable que Almirón ignorara de qué se trataba. Sí o sí tiene que haber pasado muchas veces por ese cruce de Poblari, parada conocida de los travestis y a escasos 30 kilómetros de su pueblo.
El hombre quedó en silencio unos instantes, aceptando que su compañero de viaje no era pierna para esa parada.
Sabía que había sido una mala apuesta, que Juan lo había pillado y terminó cerrando el asunto con su vozarrón estentóreo, sincerando que sabía de que se trataba y manifestando su resignación ante el programa frustrado.
– Pero ….. ¡También son “lindo”……. chamigooo!
Con Juan damos por hecho que el hombre planeó el asunto, contando con el dinero de los honorarios que traía en el cinto y por eso mismo prefirió que fuera él y no yo quien lo llevara de vuelta.
Es que el Doctor tenía conmigo una relación respetuosa y más bien distante, no se hubiera atrevido a pedirme que le hiciera el aguante y utilizó la picardía, primero para cambiar de chofer pidiéndole a Juan que lo lleve y luego para salir con honor del asunto y hacerse el boludo cuando se dio cuenta que Juan “no le pelaba” (**)
Dentro de todo y a pesar de lo procaz y grotesco del incidente, en Don Atanasio Doctor Almirón se pueden rescatar dos virtudes que se están perdiendo, incluso en el campo.
Respeto y pudor.
Respeto, por lo menos hacia mí, por haber planeado que fuera otro quien lo acompañe.
Pudor, por que intentó usar el pretexto que Juan le puso a disposición, haciéndose el que no sabía que los travestis eran varones.
(*) Modismo de Corrientes. Una proporción es algo o alguien que puede llevarte a algún lado. “Salgo a la ruta para ver si consigo alguna proporción que me lleve a Curuzú”
(**) Ídem en el litoral. No aceptarle algo a alguien. “Le ofreció poca plata por el caballo, pero él no le peló”.