Luego de una semana agitada de trabajo, estoy tratando de relajarme en un restaurante de comida japonesa, donde, mientras me encuentro a punto de colocar un maki en mi boca, ingresa un escuadrón de la policía cambiaria del gobierno nacional.
“¿Qué hace irresponsable? ¿Cómo se atreve?”, grita, dirigiéndose hacia mí, una mujer vestida con el uniforme de color negro característico de la policía cambiaria, mientras agita en el aire, de manera amenazantes, un bastón.
“¿Cómo qué hago? Estoy cenando ¿Acaso estoy violando alguna ley?”, respondo. “Es muy probable –dice la mujer–, además de estar cometiendo traición a la patria”. Pregunto, con sorna, si comer un plato foráneo es traicionar a la patria.
“No se haga el gracioso, señor”, expresa con un marcado tono autoritario. “Usted sabe bien que ese maki está armado con salmón y palta importada, es decir, está usando divisas que se necesitan para cuestiones más importantes.
Pregunto entonces cuáles serían esas cuestiones y me dice que el sector industrial. Pregunto qué sector industrial y me responde el que genera empleo. Pregunto qué criterios se emplean para asignar divisas al tipo de cambio oficial, es decir, a precio subsidiado, quién instrumenta tales criterios, dónde se puede conseguir información pública sobre la asignación de tales divisas, de manera tal de poder conocer los montos asignados a cada rubro y empresa en particular. Pero sólo obtengo como respuesta una amenaza: si sigo haciendo preguntas impertinentes, me llevará detenido.
Está claro que no está bromeando: en la mesa de al lado un par de agentes están aplicando esposas a una pareja de comensales.
En eso interviene el administrador del lugar, agitando los brazos, quien asegura que el salmón es en realidad trucha patagónica y la palta proviene de Tucumán, dos productos que, al ser adquiridos en el territorio argentino, no necesitaron consumir las preciosas divisas generadas en su mayor parte por el sector agropecuario y acaparadas por el gobierno nacional.
Luego de presentar los comprobantes de compra correspondientes, a través de los cuales la policía cambiaria constató que lo que afirmaba el administrador del lugar era cierto, los agentes finalmente se retiraron, pero no sin antes advertir a los presentes que tuviésemos mucho cuidado con lo que compramos porque podríamos meternos en serios problemas.
Perdí el apetito. Solicité que me envuelvan la cena en una vianda para llevármela a casa.