Dice Silvestre del Campo, cronista de la vida rural, que “el campo es el campo y también la vida en los localidades pequeñas y medianas del interior. Precariedad de medios y servicios públicos que sublevarían a cualquier habitante de Córdoba, Mendoza o Buenos Aires, aunque casi siempre compensados por otras ventajas que hacen a la calidad de vida. En este sentido mi ciudad en el interior de Corrientes no es lo peor pero tampoco es Estocolmo. Entre las cosas a mejorar, la distribución eléctrica. (*)”
Al Dr. Benjamín Zenón QEPD, precursor de los implantes dentales en el NEA y amante de la lengua guaraní.
Al Lic. Ignacio Osella, intendente de Goya, equilibrista a la fuerza entre la Política y la Real Politik.
(Reseña redactada “sobre el parche”, o sea en el smart phone)
“El cirujano ya accedió al maxilar inferior y tiene a la vista el hueso, blanco pero coloreado por una mezcla de agua y saliva ensangrentada que la asistente trata de absorber con un aparatito que hace el ruido de la bombilla cuando se termina el agua del mate.
Antes ella misma había preparado al paciente.
Lo vistió con un atuendo de algodón grueso que solo deja ver el óvalo de la cara, como el griñón de esas monjas beatas de los cuadros que adornan la dirección de las escuelas católicas.
A continuación le desinfectó muy prolijamente la parte expuesta del rostro, hasta hacerlo lagrimear por el vaho del alcohol en gel.
Después el dentista inyectó la anestesia suficiente, esperó que actuara haciendo tiempo con una conversación banal. Luego cortó la encía y separó la carne.
Se puede decir que todo está listo para el momento principal, el núcleo de la cirugía, la etapa más sangrienta, delicada e importante, que es también la más desagradable para el paciente. Pero antes el cirujano vuelve a pasar revista a su parque de armas.
Sobre el equipo central del consultorio, pivotea un brazo articulado que soporta una bandeja horrible.
En ella se alinea una secuencia de bisturíes, pinzas, tijeras, fresas, mechas y otros instrumentos dispuestos en un orden preciso.
Al costado, como arma adicional del mismo ejército, una provisión adicional de tubitos de anestesia y algún otro inyectable.
Por última vez, el hombre chequea con la mirada ese arsenal que el paciente no quiere mirar, aunque por suerte para él queda oculto enseguida cuando para hacer lo suyo, el dentista reclina el sillón a fondo.
Ya está por largar.
Por su misma personalidad y porque acumula mucha experiencia en implantes, el profesional se tiene confianza y la transmite.
Como está algo mayor, es de complexión menuda y pretende evitar cualquier vibración, cuando agarra el torno se apila, cargando una pizca de su peso corporal.
Es que quiere ser preciso al perforar la capa alveolar, la más dura del hueso maxilar.
“Vamos”, dice en voz baja, más para sí que para la asistente o el mismo paciente.
Cómo este ya tiene varios implantes sobre el lomo, más o menos se imagina lo que viene, por eso se aferra al sillón preparado para cuando las fresas perforen inundándole la boca con el gusto salado de la sangre y una desparramo de pequeñísimas astillitas de hueso.
Prevé que la anestesia lo hará soportable, pero sabe que no es algo agradable, aún sin dolor.
3-2-1- ¡Empezó!
“PFIUUUU “… hace el torno, cambiando su sonido según las revoluciones, cuando la mecha le va entrando al hueso.
¡Zas! corte de luz! pobre paciente…
¡Oía, el paciente soy yo!
¡Y La Puta Que Te Parió Dirección Provincial De Energía!
Mi puteada es muda, con la boca anestesiada, llena de saliva, sangre y artefactos, me es imposible emitir sonido más allá de un quejido sordo que sale de la garganta, similar al que hacen los potros cuando se los castra inmovilizados y tirados en el suelo.
Se hizo un silencio tan feo como feo es que te agujereen un hueso, pero las miradas que cruzan la asistente y el dentista no me tranquilizan en lo más mínimo. En estos pagos sabemos de cortes de luz. Habían mermado los últimos años, pero el verano pasado volvieron.
El bueno del Dr. Benjamín Zenón trata de alentarme y de alentarse diciendo que quizás la electricidad vuelva antes de 15 minutos.
Puede ser, también podría demorar 1 hora, 2 o vaya a saber cuánto.
Vivo en Goya hace mucho, sé que la cadencia y duración de estos cortes es impredecible.
Pasaron los 15 minutos y unos cuantos más sin aire acondicionado en un día sofocante por la temperatura y la humedad. Cuando en Corrientes decimos calor y humedad, es para referirnos a magnitudes considerables de calor y humedad.
Además estoy ensoquetado en este como hábito o mortaja de algodón muy grueso que me pusieron sobre la ropa.
Me duelen los músculos de la mandíbula de tanto morder como me indicaron un bodoque de gasa que a esta altura ya se puso medio asqueroso.
El Dr. Benjamín y la enfermera transpiran como yo, en un rato no habrá luz natural.
Esto no da para más, me dicen que la cirugía se reiniciará lo antes posible, preferentemente dentro de la misma semana, postergando los turnos de varios pacientes.
Preventivamente me había hecho tomar un antibiótico específico y me inyectó un corticoide antes de mandarme a casa, con la consigna de llamar si no estoy bien.
Aunque solo me llevo un buraco en el hueso y un par de puntos de sutura preventivos, la tarde está perdida, no da para irme al campo arriesgándome al mal tiempo hasta el jueves, con una eventual infección o vaya a saber qué.
Tampoco para ir un rato al escritorio, tengo que ponerme hielo y eso no es compatible con el teclado de la computadora.
En fin, me acomodo en un sofá y siento la pulsión de escribir sobre este asunto del corte de luz en plena cirugía. No queda otra que hacerlo en el celular.
Empiezo reiterando:
“La Puta que te parió Dirección Provincial De Energía”
No entiendo cómo, el texto predictivo se niega al insulto y lo reemplaza por la expresión:
“Lágrimas puras que te odio Dirección Provincial De Energía ” (SIC).
Te juro que tal cual. Casi lo borro pero la estética de la expresión me sorprende, decido copiarla y guardarla.
Igual pruebo un par de veces repitiendo mi puteada, pero el texto predictivo consigna cualquier cosa menos el exabrupto original o la expresión poética.
Lo más lógico es que el sistema Android haga lo que le digo y transcriba literalmente la puteada, respetando su espíritu guarango, drástico, ofensivo y contundente.
¡La puta que te parió!
¿O será que los algoritmos de Android están configurados para la idiosincrasia local?
Conozco a Corrientes y a los correntinos desde hace más de 50 años, aprendí que la cultura local rechaza los exabruptos y que más allá de estereotipos o de aspectos externos y superficiales, la gente del común y aún la humilde, es más educada que en la ciudad de Buenos Aires donde nací.
Pero yo estoy enojadísimo y el sistema debería allanarse y transcribir lo que le pido.
“Lágrimas puras que te odio DPEC” (SIC) es una propuesta más “polite” y tiene su belleza, pero yo no estoy para linduras.
Sin embargo, vivo en Corrientes hace 32 años, mi mujer, familia política e hijos son correntinos y más allá de la bronca es probable que se me haya contagiado algo de la resignación local.
No le pregunto cómo quedó mi boca o cómo piensa seguir con este asunto o cómo arreglará lo que supongo un estropicio.
Por suerte me llamaron esa misma noche, proponiéndome este jueves como fecha para reiniciar la cirugía.