Argentina enfrenta un desafío gigantesco porque no solamente perdió buena parte de su cosecha a causa de una desastre climático, sino que además pasó a tener términos de intercambio desfavorables.
Entre 2021 y buena parte de 2022, si bien el sector agropecuario venía trabajando a “media máquina”, ese fenómeno era compensado con creces por los elevados precios internacionales de los productos agroindustriales.
Pero este año, además de tener mucho menos granos para exportar, los productos embarcados mayormente por la Argentina valen cada vez menos, en términos relativos, respecto de los bienes que importa el país.
En los primeros cinco meses de 2023 el saldo de la balanza comercial argentina fue deficitario en 2690 millones de dólares a pesar de los múltiples cepos y obstáculos implementados por el gobierno nacional para “pisar” importaciones.
La cuestión es que –según cálculos del Indec– si en enero-mayo de este año hubiesen prevalecido los precios de igual período de 2022, el saldo comercial habría experimentado un déficit de 1268 millones de dólares, lo que implica que el país perdió 1483 millones de dólares por términos de intercambio.
Al observar el detalle de ese cambio de tendencia, se observa que el mayor desajuste corresponde al incremento del precio de bienes intermedios y piezas, accesorios y bienes de capital.
En otra palabras: se acabó la “ayuda” del mercado internacional que contribuyó durante prácticamente dos años a sostener un elevado ingresos de divisas (que se evaporaron a causa de una política económica y cambiaria desacertada por parte del gobierno argentino).
Ese fenómeno, lamentablemente, se presenta en simultáneo con un desastre productivo inédito y un contexto político y macroeconómico que inhabilita a la Argentina a recibir tanto inversiones como asistencia crediticia internacional genuina.