Ya hemos hecho nota sobre Los Componedores de caballos y los Curadores de sembrados. Ahora nos toca hablar de Los Cortadores de tormentas.
Volvemos a tomar como base un reportaje que el periodista Ernesto Cepeda le hizo al maestro rural y escritor tucumano Octavio Cejas (qepd), en la Revista Producción Agroindustrial del NOA, en el que Cejas habló de los temas que trató en su libro El Tukma mágico. Esta vez, sobre Los Cortadores de Tormentas. Transcribimos el fragmento sobre el tema:
“Intuitivamente, el campesino sabe que no debe teorizar con su hijo, la enseñanza es empírica, se predica con el ejemplo, hablar poco, hacer y repetir, ese es el tema. En mis andanzas, que no son destructivas, sino de documentalista, investigador, simple curioso, encontré en Simoca, al Chacho Ocaranza, un ‘cortador de tormentas’, curiosa profesión de unos pocos elegidos.
Y viene al caso recordar que en Cosquín, para todas las noches del famoso festival, tienen (Nota: suponemos que ya no tendrán…¿?) preparado a uno de estos especialistas, para que el espectáculo no se agüe. Una vez asumió sus funciones una nueva comisión organizadora que decidió dejar de lado tales ‘supersticiones’; les llovió de tal manera durante dos noches seguidas, que tuvieron que salir desesperados a buscar al cortador de tormentas (Octavio se ríe).
Ocaranza, como todos estos personajes cuasi mágicos, jamás me reveló sus secretos, pero accedió a describirme el procedimiento. Lo primero es munirse de un mortero de palo, cuya boca debe apuntar hacia el lugar de donde viene la tormenta, y allí se le clava un hacha en cruz, al tiempo que se reza y dicen algunas frases especiales.
Estos conocimientos son transmitidos desde épocas ancestrales, y ‘en artículo mortis’, es decir, cuando la persona dotada siente que va a morir, si no se cumple con este requisito, o la persona elegida para receptar las facultades no es digna, el poder se pierde irremediablemente.
Vea Ernesto, con el tiempo he aprendido que en el campo no siempre dos y dos son cuatro, a veces es tres, o cinco, y hay que creer o reventar”.
Cuenta Enrique Pfaab, en la Revista UNO, que en el campo “Tampoco faltaba la ristra de ajos colgada de algún clavo o del tirante… para amortiguar el temporal y fundamentalmente para ahuyentar la tormenta ‘eléctrica’”.
Bastaba que el cielo se nublara para que las abuelas comenzaran a esconder las tijeras, cubrir los espejos con sábanas y “apagar” la radio por temor a que algún rayo la quemara o terminara matando al locutor. Como por aquellos años tampoco teníamos una información muy precisa sobre meteorología, lo más seguro era guarecerse en algún lugar donde ya hubiera caído algún rayo, puesto que las estadísticas de nuestros antepasados señalaban que los rayos no caen dos veces en el mismo lugar”.
Se solía cortar las tormentas con rezos y bendiciones. Se echaba sal gruesa sobre la tierra -muchas veces frente a la puerta del rancho- formando una cruz y se clavaba un cuchillo en el medio o un hacha. También se solía acostar el mortero con su boca mirando a la tormenta y se le cruzaba el palo para que la desviara, “para errar la tormenta”, como aún dice Nelly Rojas, de la localidad de Weisburd, Santiago del Estero.
Pero no es esa la única función mágico-religiosa de esa herramienta ancestral de la alimentación. También se cuenta que en el Litoral argentino, las mujeres que no querían que sus hombres no les “metieran los cuernos” o “gorrearan”, es decir, que no les fueran infieles, les quitaban el sombrero durante su siesta a éstos, y lo golpeaban contra el mortero. Ese mismo mortero que se erguía como utensilio de cocina, para moler los cereales, como la algarroba para preparar el patay o la añapa, el mistol para preparar el bolanchao, el maíz para la mazamorra o el anchi, el ají del monte para endiablar las comidas, o majar el charqui para preparar un charquicán o una empanada. Ese mismo mortero, que tomó siempre vuelo mágico para intentar dominar a la naturaleza o a los hombres, como también la sal que nos da vida y está siempre en las cocinas.
El hacha, el cuchillo, también se tornan mágicos. Tal vez todas las cosas puedan ser simple utensilio o herramienta y, a la vez, puente mágico hacia el misterio. Como el mismo árbol ancestral y sagrado, del algarrobo. Quién sabe qué fue de los Cortadores de Tormentas?
Nos despedimos con el chamamé Avío del alma, de Julián Zini y Julio Cáceres, interpretado por Los de Imaguaré, con recitados del poeta Julián Zini que, cual chamán, supo describir ese algo más de las simples cosas.