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Cuando los fogones tajean con su filosa luz las noches más cerradas en el campo y los ojos de los paisanos se tornan luciérnagas asombradas, las palabras caen a plomo en el silencio: “¡Le juro que yo lo ví!” “Usted no me lo va a creer”; “Yo no creo en las brujas, perooo…” “¡Ni se le ocurra entrar al monte!”; “¡Pero es un duende bueno, cuida a los animales!”; “Creer o reventar”, “¡Cosa ´e mandinga!”; “¡Ahijuna!”.
Dice el escritor Alejandro Dolina, en su libro “Crónicas del ángel gris”, que con el progreso aparecieron los ´refutadores de las leyendas´, quienes no se limitan a demostrar que el mundo es razonable y científico, sino que también lo desean, y ese es su mayor pecado”. Por eso se escuchan explicaciones del tipo de “la luz mala sale del fósforo de las osamentas”; o “la leyenda del perro negro en los ingenios tucumanos, tiene origen en la leyenda inglesa del lobizón”; o “la del Cacuy, en Santiago del Estero, es la versión criolla del mito de Caín que mató a Abel, su hermano, en la Biblia”.
¡Pero qué lindo es soñar despiertos! ¡Y soñar con las leyendas!
A continuación, adaptamos una entrevista de Ernesto Cepeda, en la Revista Producción Agroindustrial del NOA, al maestro y escritor tucumano Octavio Cejas, autor del libro “El Tukma mágico”, que fruto de haber salido por los campos y los cerros a grabar a quienes hubieran experimentado ese tipo de situaciones.
De allí extrajimos este testimonio que rescata a los “componedores de caballos”:
Cuenta don Octavio: “… Yo era mozo todavía y estaba con mi padre en Las Estancias, cuando un peón llegó a avisarnos que una mula le había quitado el potrillo a nuestra yegua. Ensillamos y fuimos a ver. Efectivamente, la mula es un animal muy cariñoso, pero infértil, y al nacer un potrillo, suele quitarle el hijo a la madre y apropiárselo. Pero es extremadamente torpe en su cariño, lo golpea, muerde y patea, y eso es lo que había acontecido aquella vez.
Nos dimos con un potrillito muy golpeado, caído, agonizante. Lo rodeaban nada menos que cuatro mulas, en tanto la yegua madre, aporreada por el cuarteto, miraba desde lejos. A puro azote llegamos hasta el pequeñín, que era defendido por las enfurecidas mulas como si hubiese sido su hijo. Logramos levantarlo y, atravesado en la montura, lo llevamos hasta los galpones. Ahí nos dimos cuenta de que el animal se nos iba y que, para colmo de males, no podía orinar.
En esos momentos atinó a pasar el ´Gringo´ Francisco Hernández, un joven que vivía en El Molino, 10 kilómetros hacia el Oeste de Concepción, en la provincia de Tucumán. Fue apenas mirar el caballo y decir ´el chiquito tiene que orinar, dejenmeló´.
Se acercó al potrillo, no se cómo se las arregló para hacerlo parar y le pasó la mano en cruz por el bajo vientre, tres veces, mientras decía algo que no alcanzábamos a discernir, como si le hablara al animal. Antes de pasar diez minutos, el potrillito se cuadró y orinó abundantemente, con sangre, quedando muy aliviado. Nos pusimos muy contentos con mi padre, pero el Gringo afirmó, al tiempo que se iba, ´sí, ha meado, pero se va a morir nomás, hemos llegado tarde´. Pocas horas después el potrillito, en efecto, murió.
También entre los curadores de caballos tenemos a don Lima, que…, pero mejor es que lo vea usted mismo, acompáñeme –me dijo Don Octavio. Salimos y, después de recorrer brevemente la sabatina feria tucumana concepcionense, donde Don Cejas es detenido a cada instante por sus vecinos que lo saludan con deferencia, atravesamos la ciudad hacia el poniente, hasta llegar a un enorme potrero donde se encuentra vareando a un caballo, un criollo bien plantado, de rostro curtido por mil vientos, que acude a nuestro encuentro, mientras saluda respetuosamente.
“Me llamo Ricardo José Lima, ´nacío´ en Villa Padre Monti, departamento Burruyacu. Soy uno de los 15 hermanos -9 varones y 6 mujeres- y tengo, creo, 67 años de edad. Eso de lo que habla don Otavio lo ´i aprendido solo. No se afane, que no le vua decir. Son palabras secretas. Usté me da el pelaje, la color esata ´e un caballo lastimao o embichao, sin decirme dónde, y yo se lo curo, sin verlo”. Puede durar 4 días, 5, a veces 6 y ya tá curao, se le va a bajá todo el bicherío.
¿Qué si conozco la cura pa’ muchos male? Varios y diverso, a vece cuando tá atajao ´e las aguas, o de las dos cosas, cuando lo veo al caballo así, ya meto mano. Y depué que yo lo trabaje, el caballo va a vení, se va a parar ahí, y usté lo va a ver que tira las dos cosas (orina y bosta).
Tamién don Otavio le habrá contao que la luna tiene mucho que vé. ¿Acaso usté se corta el pelo cualquier momento? No ¿verdá? Bueno, esto e’ lo mismo. Pa capar un bagual me llevo de la luna, cuando la luna nueva viene de allá (señala hacia el Oeste) y se va pa allá (indica el Este), hay que sabé. Tamien con los cultivo, si usté siembra en luna nueva, el maicito se le va muy arriba, entonces la mejor época es en luna vieja o cuarto menguante, ahí sí puede ser.
Tamién curo caballos despechaos, tiene una calza en el pecho, eso escapa, algunos dicen que lo curan pero no, calza en la orillita nomá, y en cuanto camina, vuelve a escaparse. Cuando yo lo trato, queda la mano seca, dura, yo lo trabajo bien. Al animal hay que pararlo en esta forma (levanta los dos brazos y se inclina hacia adelante) y levantalo de frente, bajalo y volvelo a levantar tres veces, a las tre, calza justo, de ahí en más puede fallar en cualquier lado, pero no en el pecho. Todo caballo tiene diferente relinchido y diferente rastro, de solo velo de lejos me doy cuenta que el caballo viene deorientao, malo, no es de aquí”.
Los invitamos a escuchar la canción “Veterinario de campo”, por Enrique Barrionuevo, el Resero de Mataderos, cuya letra también se puede leer en esta página.
¡Muy bueno!¡Impecable como siempre!