La palabra Tradición significa Transmisión, lo que se transmite de generación en generación. Y ya sabemos que se transmite más con el ejemplo, que con las palabras. Aunque a uno no se lo digan, por ejemplo, tendrá como horizonte en su vida o se proyectará según lo que vio en sus referentes, sus padres, abuelos, tíos, padrinos o padrastros.
Pero claro que humanidad tiende a progresar y entonces, aquello no significa que los hijos van a repetir eternamente el “patrón” o modelo de sus padres. Y de allí la tan mentada frase que fue el título de la obra teatral del uruguayo Florencio Sánchez, perteneciente a la generación del 80, “M’hijo el dotor”. Con cuánto sacrificio, aquellos padres, siendo obreros, pudieron enviar a sus hijos a estudiar y lograr que llegaran a ser profesionales. Es que nuestro país se distinguió del resto de los países de América Latina por su cuantiosa movilización social ascendente que conformó su mayoritaria clase media.
En la Argentina de las últimas décadas, las políticas estatales han ido en contra de esta corriente y podemos atribuirlo a la precipitada caída del salario y la quiebra de innumerables pymes del campo y de la ciudad, por distintos factores, con la consecuencia de la creciente desocupación y de la inseguridad, ésta también a causa del avance del narcotráfico.
No podemos dejar de tener en cuenta tampoco el papel de los medios masivos de comunicación, que pareciera no fueron el fruto de la decadencia social sino que fueron ellos los que contribuyeron a la decadencia. Y con esto, volvemos a la cuestión de qué es primero, si el huevo o la gallina. Si las y los presidentes que tenemos son el fruto de nuestra decadencia social, o si han sido ellas y ellos los causantes de semejante decadencia, con la complicidad de muchos otros factores, claro, como los ministerios de economía.
Entonces consideramos que desde este repaso histórico debemos cuestionarnos la Tradición. En un día como hoy solemos resaltar y exaltar símbolos de nuestra identidad que nos han venido transmitiendo nuestros ancestros, como el mate, símbolo de amistad, de encuentro y diálogo. Y también el asado y el locro. Es común que resaltemos a las tranqueras y al gaucho, haciendo referencia a los valores de la ruralidad, al campo, que interpretamos como un lugar y un tiempo pasado que fue más sano y más puro.
Pero venimos asistiendo a una masiva migración del campo a las ciudades, como también del avance de la urbanización que va desplazando a los alambrados y tranqueras. El gaucho va sufriendo vertiginosas modificaciones, y ya lo representamos sobre un cuatriciclo, en vez de un caballo, con un teléfono móvil en una mano y un dron en la otra.
Un campo ya no es más campo sin wifi. Y ya llegan los tractores y cosechadoras automatizados y casi todas las máquinas robotizadas. Recordemos cuántos de nosotros reaccionamos con desconfianza cuando aparecieron los erguidos y prácticos termos pretendiendo remplazar a nuestra pancha y panzona pava. Pero no hubo manera de detenerlos, como tampoco a los mates de vidrio y ahora con los colorinches más desopilantes. ¡Si los viera Don Inodoro Pereira!
Hablando de transmitir con el ejemplo, no podemos obviar de que ya tenemos tres generaciones de compatriotas que no vieron a sus padres con un trabajo estable y menos digno. ¡Esta “Tradición” debe ser corregida cuanto antes! Entonces habrá que imaginarse una vuelta al campo, pero de otro modo, con gauchos que puedan manejar información digital y aparatos de alta tecnología, con termos enchufados y tranqueras que… ¿Ya no serán más de madera?
Nos cuesta imaginarnos un asado con carne sintética y libre de humo. El futuro ya está llegando y ojalá no perdamos las ganas de jugar al truco y a la taba, de seguir bebiendo mate por el hecho de compartirlo, de darlo, de pasarlo de mano a mano.
Eso es lo que no tenemos que perder: el valor de la gauchada, que tiremos todos para el bien común, y que sepamos discutir sin dejarnos dividir, ni por los de afuera, ni por los de adentro.
Otro país y otro mundo es posible. Nosotros debemos torcer el destino y empezar nuevas tradiciones, con estos valores tan antiguos, aunque los vistamos de “robots”. Y nuestros hijos y nietos van a identificarse más con nuestros ejemplos que con nuestras palabras.