Marcelo Peña no puede hablar del drama de las inundaciones como un problema de antaño, porque no es oriundo de 9 de Julio ni estuvo en la zona las otras veces que los caminos rurales se tornaron intransitables. Ese partido se inundó fuerte a fines de los 80 y también a principios de 2000. Ahora las intensas lluvias vuelven a ponerlo en jaque.
De lo que puede dar fe Marcelo, que es maestro rural, es de cómo se vive en el pequeño paraje rural de La Corona, ubicado en 9 de julio pero muy cerca del surdel partido de Carlos Casares. Ahí mismo, los pocos vecinos que tiene quedaron últimamente aislados por las lluvias y aferrados a la lógica del “nadie se salva solo”.
Si bien él no puede salir con su modesto Corsa y manejar entre las lagunas que dejó sobre los caminos la temporada de precipitaciones que arrancó en marzo, siente que puede serle muy útil a los alumnos de la Escuela Secundaria n°16, donde actualmente trabaja como profesor de matemáticas. Como la institución está ubicada a pocos kilómetros de su casa, él ha sido designado para abrir sus puertas y dar clases de lo que sea necesario -y no sólo números- cuando algunos pocos alumnos pueden llegar al establecimiento abriéndose paso entre los barriales.
En la Patria olvidada del interior bonaerense se hacen más fuertes los lazos comunitarios. Marcelo mismo lo ha visto en varios colegios rurales, porque cada vez que Brenda, su esposa, consigue trabajo en otra localidad como veterinaria, agarran sus bolsos y se mudan junto a su hijo, que ahora tiene 6 años.
”No tenemos mucho arraigo. Es agarrar la mochila y salir”, expresa. Y no sólo no sigue el estereotipo -que supo ser moneda corriente- de la familia tipo en la que la mujer acompaña la carrera laboral del hombre, sino tampoco el del profesor de matemáticas.
De hecho, cuando las papas queman y él es el único que puede llegar al colegio (donde los del secundario conviven con una primaria y un jardín de infantes), está dispuesto a dar ejercicios de inglés, hablar de historia o ayudar en literatura.
Mirá la entrevista completa con Marcelo Peña:
“Acá los chicos no nos ignoran, sino que nos buscan y es un trato personalizado”, describió el profesor, que ha sido testigo de cómo el colegio rural sirve como espacio de contención y de vínculo para muchas familias a las que los gobiernos olvidan y la mala infraestructura aísla.
El año pasado, por ejemplo, un alumno pidió a sus profesores ayuda para arreglar su casa, a la que se le había volado el techo por un temporal. Y casi todos fueron a ayudar sin poner condiciones. “Es una pequeña comunidad la que tenemos acá en el campo”, explicó Marcelo.
Recorrer varios pueblos y colegios del interior productivo no sólo le permitió conocer muchas historias, sino que también lo obligó a ser paciente y esperar más de sus vecinos que del Estado. Sin ir más lejos, ese mismo día en que recibió a Bichos de Campo, aguardaba a que alguien del paraje lo llevara en su camioneta hasta el pueblo, ya que era la única forma de recorrer los caminos.
La misma paciencia le tiene que inculcar a su hijo, que recién empezó la primaria y a duras penas puede ver a sus amigos cuando llueve demasiado. “Él pide ir a la escuela y no podemos llevarlo”, se lamentó Marcelo.