En estos momentos en que los argentinos están pendientes del avance lento y retorcido de una campaña de vacunación, cobra significación el ejemplo de las campañas sanitarias para erradicar la fiebre aftosa, que se repiten todos los años dos veces al año. El Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa), de hecho, acaba de informar que más de 30 millones de bovinos fueron vacunados durante la segunda etapa de la campaña 2020.
No se pueden hacer comparaciones de casi ninguna índole entre la vacunación contra el Covid-19 en humanos, una enfermedad desconocida para la cual recién se está encontrando la vacuna, y la vacuna contra la fiebre aftosa, que se aplica obligatoriamente a todo el rodeo bovino (aunque ahora se excluyen algunas categorías) desde principio de los noventa y solo se ha dejado de utilizar en un breve lapso entre 1999 y 2001. En esos tres años se produjo una reaparición tan feroz de la enfermedad (la crisis de la aftosa de la que hablaba entonces Fernando de la Rúa), dando valor a la estrategia preventiva y al acto de vacunar.
“La vacunación contra la fiebre aftosa es una de las principales estrategias de prevención que permite mantener una situación epidemiológica estable de esa enfermedad en la República Argentina”, destacó el Senasa en momentos en que países vecinos, es especial Brasil, están dando pasos en firme para dejar de aplicar la vacunación contra la aftosa en varios estados fronterizos con la Argentina. Aquí la cosa es bien diferente y por ahora casi no se discute sobre la necesidad de aplicar dos dosis al año a loa vacunos.
Tras el cierre formal de la campaña de vacunación 2020, el Senasa comentó que, como en el caso del Covid-19, hay diferentes estrategias para tener una mayor cobertura en la población de bovinos, que llega a un total de 54 millones de cabezas. “Se aplicaron distintas estrategias de vacunación, dependiendo de la provincia o región. En la zona central y norte del país la vacunación incluyó solo a las categorías menores (terneros/as, vaquillonas, toritos, novillitos y novillos). Asimismo, algunas provincias como Mendoza y San Juan, inmunizaron a la totalidad de las categorías pero solo en aquellos establecimientos considerados como de riesgo sanitario”.
Hay una zona, la Patagónica, que no corre riesgos ante el avance del virus e históricamente no registra casos de la enfermedad, por sus condiciones climáticas y porque carece de un gran número de bovinos. En esa región no se vacuna: es considerada libre sin vacunación. Pero la mayor parte del territorio de la Zona libre con vacunación tiene dos campañas de vacunación sistemática de bovinos y búfalos por año. En esta zona, al norte del Río Colorado, se concentra el 90% del stock y de establecimientos ganaderos del país.
La discriminación entre categorías de animales (adultos y jóvenes) se comenzó a realizar en 2010, pues se consideró que se había adquirido una sólida inmunización de la población por haber transcurrido 19 campañas de vacunación sistemática. Con este cambio de estrategia, ahora se ejecuta una campaña anual de todas las categorías etarias (por edad) y una campaña anual en la que se exceptúan las vacas, toros y bueyes. Es decir que los menores son vacunados dos veces al año mientras que los mayores sólo un vez.
Así, en la primera campaña de vacunación de 2020 se aplicaron dosis a casi 53 millones de vacunos y ahora, en la campaña complementaria de fin de 2020, se vacunaron las mencionadas 30.122.215 cabezas. Es decir que el total de vacunas aplicadas redondeó la cantidad de 83 millones el año pasado. Y así cada año desde 2010, porque antes eran más todavía.
En este caso, todo el sistema de vacunación está en manos de privados, pero bajo la supervisión del Senasa. Desde los 90, las asociaciones de productores -en especial las rurales enroladas en CRA- en cada zona han creado fundaciones sanitarias que se ocupan de adquirir la vacuna de los laboratorios y realizan el trabajo de aplicación. Más recientemente se ha aceptado que los veterinarios privados también puedan brindar ese servicio al productor. En todo caso, el ganadero debe tener los certificados de vacunación correspondientes si quiere mover hacienda o piensa en venderla. Hay una suerte de control social colectivo sobre este asunto.
El remedio, la vacuna, es básicamente fabricado por una empresa argentina que también iba a intervenir en el proceso de elaboración de la vacuna contra el coronavirus, aunque después al parecer esa posibilidad se frustró. Se trata de Biogénesis Bagó, un laboratorio veterinario que es líder a nivel local y que pertenece al grupo Insud, del empresario argentino Hugo Sigman. En su momento, ese grupo iba a producir también en Escobar la prometedora vacuna de la Universidad de Oxford y la farmacéutica AstraZeneca.
El negocio de la vacuna contra la aftosa, en el que nunca se puede terminar de acusar a Biogénesis Bagó de ser monopólica porque siempre convive en este mercado con algún otro fabricante de mucho menor porte y participación, como las cooperativas de ACA o algún otro laboratorio nacional como CDV, incluye la manutención de un banco de vacunas a cargo de esa firma, que está ubicado en la localidad de Del Viso y es la reserva de las diferentes cepas de los virus activos para el caso de una emergencia. Biogénesis además exporta la vacuna a diferentes países, y ha ganado las licitaciones para mantener también un banco activo de vacunas en los países de América del Norte.
Históricamente el precio de la vacuna antiaftosa suele coincidir con el valor de un kilo vivo de carne y esto es lo que está sucediendo más o menos en la actualidad, donde el medicamente se cobra a unos 135/140 pesos por dosis. Más los valores de la aplicación, en la actual campaña de vacunación (la general, o la primera de 2021) se redondea un costo para el ganadero de entre 150 y 170 pesos por cabeza, según cada zona y la fundación que corresponda.
Si uno generalizara la vacunación a esos valores (unos 150 pesos promedio), concluye que los ganaderos argentinos han gastado en 2020 un total de 12.450 millones de pesos en el operativo. Son cerca de 135 millones de dólares a valores oficiales, pero el valor aproximada de cada campaña de vacunación históricamente se ha ubicado en torno a los 100 millones de dólares anuales.