Argentina es un “paria” en el mercado financiero internacional. Vive “mangueando” grandes sumas de dinero que luego no puede afrontar y estuvo recientemente –algo inédito– a un paso de entrar en cesación de pagos con el Fondo Monetario Internacional.
Sin embargo, Argentina acaba de ratificar la obtención de créditos con entidades estatales chinas por una suma equivalente a 14.000 millones de dólares, parte del cual se empleará para la construcción de dos represas santacruceñas y obras de acondicionamiento del Ferrocarril Belgrano Cargas. Adicionalmente, procedió a solicitar nuevos créditos por una suma de 9700 millones de dólares.
Los términos del acuerdo, si bien son por el momento secretos, en principio deberían incentivar una pregunta obvia: ¿Por qué prestar dinero a una nación que se quedó sin capacidad de repago? ¿Acaso el gobierno de Alberto Fernández logró obtener mejores condiciones de acceso de productos agroindustriales clave al mercado chino? Nada de eso. Ni siquiera se habló de la cuestión de la harina de soja.
La harina de soja fue la gran ausente en la reunión mantenida por Alberto Fernández con Xi Jinping
Buena parte de los recursos se emplearán para retomar la construcción de las centrales hidroeléctricas santacruceñas Néstor Kirchner y Jorge Cepernic, una región –la patagónica– donde el gobierno comunista chino tiene un interés estratégico que ni siquiera se encarga de disimular.
Una década atrás intentaron, por medio de un acuerdo con el entonces gobernador rionegrino Miguel Saiz, promover en los valles medio e inferior de Río Negro un proyecto de irrigación de unas 300.000 hectáreas con una ampliación del puerto de San Antonio Oeste, que finalmente no prosperó porque despertó más suspicacias que suspiros.
Aquellos que tuvieron oportunidad de estudiar el proyecto, dicen que la “aventura rionegrina” solamente constituía la primera fase, porque la iniciativa se proponía cubrir una extensión nada menos que de un millón de hectáreas con producciones hortícolas, agricultura extensiva, alfalfa y ganadería.
La necesidad de controlar un puerto es una parte vital del proyecto, no solamente para garantizar la logística exportadora de las producciones patagónicas, sino también para brindar una “base de operaciones” a la flota pesquera china, que suele pescar en la Milla 201 y a veces hasta depreda el mar argentino.
Volvamos entonces a la pregunta original. ¿Para qué prestar dinero a una nación que tiene una capacidad de repago equivalente a la de ganar un billete de lotería? Pues muy seguramente porque el objetivo final de tales empréstitos es que los mismos no puedan ser cancelados para activar una serie de cláusulas –contenidas en los acuerdos firmados– por medio de las cuales China comenzará a “colonizar” la Patagonia argentina.
Todo esto está bastante lejos de tratarse de una exageración. Años atrás tuve la oportunidad de entrevistar al entonces embajador australiano en la Argentina, Noel Campbell, quien muy amablemente me explicó las características de un plan diseñado para promover inversiones en las regiones agropecuarias del norte australiano provenientes de Estados Unidos, Brasil y la Argentina.
Por entonces, el gobierno australiano estaba por demás preocupado por el proceso de colonización territorial instrumentado por corporaciones chinas, muchas de las cuales, vale recordar, son parte de conglomerados estatales alineados con una política geoestratégica de larguísimo plazo.
En unos pocos años, los capitales chinos se habían transformado en el segundo poseedor de tierras rurales australianas, por detrás del Reino Unido. Y en 2016 llegó la “gota que rebalsó el vaso” cuando se conoció que compañías chinas estaban a un paso de adquirir la empresa ganadera australiana S.Kidman & Co, una firma tradicional, fundada en 1899, que cuenta con una superficie equivalente a la de la provincia argentina de San Luis. La operación no fue aprobada por el gobierno australiano por considerarla “contraria a los intereses nacionales” y los campos finalmente fueron adquiridos por la corporación minera australiana Hancock Prospecting.
Las disputas entre ambas naciones fueron creciendo en magnitud al punto tal que, a pesar de tener firmado un Tratado de Libre Comercio con Australia, el gobierno chino se pasó ese documento por el “traste” para comenzar a restringir el ingreso de productos agroindustriales australianos en su territorio, como es el caso de la carne vacuna, vinos y cebada.
El gobierno comunista chino tiene un claro proyecto colonialista territorial y eso no debería extrañarnos, pues, tratándose de la nación más poblada del mundo, no sólo no se autoabastece de alimentos, sino que además debe importarlos de manera creciente. Tal realidad en el mundo en el que vivimos no representa problema alguno, pero si en un futuro, por el motivo que sea, llegaran a escasear alimentos, entonces sí ese déficit estructural se convertiría en un problema urgente, a menos, claro, que para entonces China cuente con enclaves o factorías en territorios externos en los cuales pueda disponer de los recursos locales sin interferencia.
Mientras que para el gobierno argentino los acuerdos, analizados con una perspectiva de meses, representan un logro indiscutible, los chinos, acostumbrados a planificar jugadas políticas con un horizonte de décadas, tienen todo el tiempo del mundo para ganar una partida frente a un rival tan desesperado como escasamente preparado.