La mancha amarilla, una de las enfermedades foliares más comunes del trigo, volvió a la carga en esta campaña y comenzó a encender señalas de alarma. Causada por el hongo Pyrenophora tritici-repentis, afecta a las hojas y puede manifestarse en las etapas tempranas del llenado de granos, lo que golpea duramente al rendimiento del cultivo.
“Es una enfermedad recurrente que aparece todos los años en las zonas de producción, especialmente si hay variedades susceptibles”, indicó Cristina Palacio, directora del Laboratorio de Sanidad y Biotecnología Vegetal SIEF.
Según dieron cuenta desde la Red de Manejo de Plagas (REM), además del trigo, este patógeno tiene un amplio rango de hospedantes como cebada, centeno, entre otras gramíneas. Y dado que puede permanecer en el rastrojo de un lote del año anterior, su dispersión por el viento o la salpicadura de la lluvia es muy común. Las temperaturas entre 18 y 28 grados, combinadas con períodos prolongados de humedad foliar (rocío, lluvias o alta humedad relativa), favorecen su aparición.
Entre los síntomas más visibles se encuentra la aparición de pequeñas manchas de color castaño-amarillento o amarillo limón, que generalmente comienzan en el tercio inferior de las plantas y luego ascienden a la parte superior. Con el avance de la enfermedad, las lesiones se expanden, adoptando un color necrótico.
Dado que reduce la superficie fotosintética de la planta, que es la que le da su capacidad para generar y acumular biomasa en grano, su producción puede verse golpeada de no tratarse a tiempo.
“El mayor riesgo ocurre cuando progresa hacia las hojas superiores (hoja bandera y sub-bandera) en etapas de llenado, ya que estas aportan más del 70% del rendimiento final”, señalaron desde la REM
Palacio advirtió en esta sintonía: “Valores de severidad mayores a 30-40% pueden ocasionar pérdidas de rendimiento de hasta 20%”.
¿Y de qué forma puede manejarse esta enfermedad? La especialista aconsejó, en primer lugar, trabajar con semillas de alta sanidad. En caso de ser propias, es conveniente realizar un test de patología previo a la siembra.
Respecto a la elección de cultivares, sugirió optar por variedades con buen comportamiento sanitario frente a la enfermedad. A esto hay que sumarle una correcta rotación de cultivos para evitar la permanencia del inóculo en el rastrojo y reducir riesgos.
Finalmente, es clave aplicar fungicidas específicos y en el momento adecuado. Este punto es especialmente importante teniendo en cuenta las resistencias que se han desarrollado para diferentes insumos.
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“Específicamente, para la mancha amarilla, el 90% de los aislamientos del patógeno (Drechslera tritici-repentis) posee la mutación G143A, según trabajos publicados en 2021 por Sautua y Carmona (FAUBA). Esta mutación confiere resistencia cruzada total, invalidando el uso de todas las estrobilurinas, lo que sugiere que la población se encuentra en una etapa de ajuste donde es necesario cambiar los ingredientes activos”, indicaron desde la REM.
“Respecto a los triazoles, si bien se ha observado una baja en la eficiencia de activos como el ciproconazole y el tebuconazole (pérdida de sensibilidad), aún existen otros triazoles que pueden ser efectivos y contribuir al control. Finalmente, en lo que respecta a las carboxamidas, la población de mancha amarilla mantiene una buena sensibilidad, por lo que estos activos suelen ser muy eficaces para el control de la enfermedad”, añadieron.
En este sentido, resulta fundamental el monitoreo preventivo del cultivo, para lograr una aplicación en el momento óptimo.
“la solución no reside en una única herramienta, sino en un manejo integrado de enfermedades (MIE) que aborde el problema desde múltiples frentes. Esto implica la combinación de prácticas culturales —como el uso de semilla sana, la rotación de cultivos y cultivares, y el monitoreo permanente— con el uso racional de fungicidas”, concluyeron.