Johana Geldres está enamorada del paisaje donde vive: la chacra de sus padres se asienta en un valle fértil, cual oasis que tiñe de verde un entorno mayoritariamente agreste y despoblado. Sus ojos se dejan inundar de blanco por las cumbres nevadas de la Cordillera del Viento, ese mismo blanco que luego se torna cristalinos ríos de deshielo, o corre por arroyos y chorillos. Aguas danzantes que empapan el alma gaucha de esta paisanita, flor de la tierra. Y le dan la energía para mover sus pies al compás de una cueca, o para que sus manos trencen los cueros, creando belleza.
Es que esta mocita de apenas 30 años de edad, que ya es madre de Lourdes, de 4 años, nació en Chos Malal, en la provincia de Neuquén. Pero fue concebida donde aún hoy vive y dice que permanecería para siempre en el Paraje La Salada, a sólo 10 kilómetros de esa ciudad. En el mismo viven apenas unas 200 personas, pero cada día llega más gente a vivir a allí, buscando estar en contacto con la naturaleza, tranquilidad, libertad y una vida más sana, cuenta ella.
Johana es hija única y vive en una chacra de 73 hectáreas, herencia de sus abuelos, con su papá Ramón y con su mamá Mabel Aravena. Él atiende la chacra y hace changas de albañilería, carpintería, hace rodajas de espuelas, corta leña con hacha y motosierra, y hace invernaderos. Mabel es auxiliar de servicios en la escuela rural Jorge Emilio de Vega Pessino, del mismo paraje y que este año celebrará su centenario. Allí prepara los desayunos, los almuerzos y también se ocupa de la limpieza.
Johana anda todo el día de alpargatas, bombacha de campo y boina. Ayuda a su padre en la huerta y a dar de comer a los animales. Tienen gallinas. A la mañana suelta las ovejas y cabras y al anochecer, las encierra. Le gustan mucho los caballos, pero no monta, porque apenas tiene uno chúcaro, sin domar, y una potranca.
En su región aún hay muchos crianceros que practican la trashumancia y que en esta época realizan la invernada, bajando vacas, ovejas y chivas en busca de mejores pasturas. Su padre no dejó de hacer un invernadero porque los crudos inviernos pueden llegar a los 7 grados bajo cero. Cultivan lechuga, acelga, tomate, maíz, cebolla, albahaca, cilantro, perejil y mucho más. La chacra se completa con árboles frutales de peras, uvas, manzanas, guindas, damascos, ciruelas, membrillos, higos negros y nogales.
A Johana le gusta cocinar sabrosos platos regionales como el ñaco o preparar la chupilca, que es el ñaco mezclado con azúcar y cerveza o vino. O hacer charqui, salando la carne y colgándola para que se deshidrate al sol. Para el mate, nunca faltan las tortas fritas. Les gusta mucho preparar dulce casero de membrillo con nueces picadas, en panes y en frasco. A papá Ramón lo pone a revolver y revolver el dulce en la olla, con la cuchara de madera hasta perderse en el tiempo.
Cuando se viene la lluvia, Johana tiene que cortar lo que esté haciendo para acompañar a su padre a cortar leña, que usan no sólo para cocinar sino para calefaccionarse. Por las mañanas lleva a su hijita al jardín de la escuela donde trabaja su madre. A ella no le gusta mirar los noticieros de la televisión, porque prefiere estar tranquila, o hacer largas caminatas. Y a su padre, no le gusta que le saquen fotos.
Johana se jacta de tener buenas amigas y un montón de conocidos. Le gusta ir a las jineteadas y quedarse a las bailantas de noche a danzar cuecas o chamamé. Los boliches de la ciudad le aburren. También le apasiona escuchar milongas camperas. Se ha quedado como madre soltera, pero no descarta volver a enamorarse, si bien hoy está abocada a su hijita.
Cuando tenía 18 años hizo un curso de soguería, el arte de trabajar de modo artesanal, el cuero crudo y sobado. Practicó y practicó durante 11 años. A veces abandonaba, y otras retomaba con entusiasmo. Todo lo que hacía, era para ella o para regalar a familiares o amigos. Pero ante la insistencia de muchos paisanos que le pedían que les vendiera, hace un año se sintió segura y se animó a empezar a vender sus piezas, que al principio fueron cintos y billeteras.
Compra los cueros crudos de Santa Fe o de Buenos Aires, ya sobados. Las lonjas son de cuero de vaca y los tientos, de cuero de caballo. Ahora además, hace pasapañuelos, tiradores para los gauchos, riendas, fundas para cuchillos y sus cabos. Hace los trabajos por pedido y no fía. Para ponerles el precio, consulta a sus colegas. Cobra por CBU o en efectivo. Hoy no da abasto para tanta gente que le pide.
Está feliz de haber elegido este oficio y de haber nacido en el campo. Y cuando el clima se lo permite, trabaja los tientos afuera de su casa, contemplando el paisaje cordillerano. Si no sobre una mesa, al lado de la salamandra.
Ella dice que su mayor referente es Juan Esteban Ugartemendía, de General Acha, La Pampa. Porque le ha dicho que no le afloje al oficio, por nada, que siga y siga, que ya va a llegar a tejer esos “cuchillos” como lo hace él, con tientos de menos de un milímetro. Para ella eso es un sueño increíble. “Me falta aprender mucho”, dice.
Johana también sueña con que su hija sea feliz y que poco a poco vaya aprendiendo a disfrutar de las cosas simples de la vida. Y que ojalá le guste el campo y los animales como a ella, pero que pueda estudiar mucho para progresar. Pero lo que más le importa es que tenga valores y que sea buena persona.
Así va Johana trenzando los días, con sus pupilas dilatadas de esperanza, viendo crecer a Lourdes, en compañía de sus padres y chochos abuelos.
Esta humilde soguera aún no sale de su asombro, porque el poeta y payador de Aluminé Fidel Pino escribió y compuso una milonga preciosa sobre ella y se la regaló. Tan bella que se realizó un merecido video y nos la quiso compartir.
Que lindo que escribes Colo, tus notas son poemas prosados. Felicitaciones.