El apellido Unbehaun es prácticamente inescindible de la historia de la localidad misionera de El Soberbio, recostada sobre el río Uruguay, en la frontara con Brasil. Todo empieza con Franklin, un brasilero de sangre alemana que desembarcó allí sólo dos años después de que ese poblado se fundara, en 1947, y se encargó de darle una identidad cuando impulsó la producción de aceite esencial de citronella.
Osmar creció viendo a su padre trabajar incansablemente en las mismas 27 hectáreas que él administra hoy, en ese pueblo que ha crecido levemente en habitantes pero ha perdido parte de la tradición que los Unbehaun iniciaron hace décadas. Sobre eso aún reniega hoy el heredero, que no deja pasar la oportunidad de señalar que ahí, en la Capital Nacional de las esencias, ya no hay aceites esenciales como los de antes.
“Lo que es, es eso y no otra cosa”, repite, casi como un mantra, mientras recorre junto a Bichos de Campo la chacra donde todavía produce “a la antigua”, con el conocimiento y la experiencia que le dio su padre, aunque con un alambique más pequeño que el de antaño, quizás ceñido a la nueva realidad de la actividad.
A sus 77 años, “Osi” -como lo conocen todos en su pueblo- admite que “no es fácil” ver cómo se ha perdido la tradición en la zona, pero a modo de resistencia insiste con hacer las cosas a su manera. Incluso está pensando en hacer un aceite esencial de una variedad de menta muy específica.

“Siempre fui un hombre de la tierra, siempre me gustó lo natural”, explica Osi que al menos en eso es fiel a sus principios y admite que cuida la citronella “como quien protege la leche”. Por eso desdeña algunas de las técnicas actuales, en la que se suelen agregar colorantes, químicos o aromatizantes, y hace honor a su apellido, porque su familia ha sido pionera en la actividad y ha tenido históricamente los mejores aceites.
Su nieta, en la finca de al lado y bajo la marca “Don Franklin”, hace honor al fundador de esa tradición familiar y comercializan sus productos por internet y llegan a todo el país. Además de los aceites, que son las esencias más puras, también ofrecen hidrolato, que es un subproducto de base acuosa y de color transparente obtenido en la destilación. Pero esa es otra historia.
En las épocas doradas que Osi conoció junto a Don Franklin, en El Soberbio había en funcionamiento un centenar de alambiques, que son los complejos de elaboración artesanal donde los colonos destilaban ese producto y lo enviaban a los grandes centros urbanos.
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A simple vista, la planta de citronela es muy similar al pasto, y también muy parecida al lemon grass. Aunque hoy, en aquella zona del este misionero, a la vera del Río Uruguay, ya es un cultivo tradicional, en realidad en su llegada al continente también tuvieron que ver los pioneros Unbehaun.
En los años sesenta, fue Sergio Fenocchio, un maestro del colegio al que asistía Osmar, el que impulsó el cultivo descubierto por los alemanes en tierras orientales y se lo ofreció a Franklin. Unas bolsas con unos pocos tallos vivos le bastaron al productor para hacerse de los primeros plantines y, junto a su esposa Úrsula, abrirse camino en el mundo de la citronella.

A simple vista parece pasto, pero no lo es. El contenido de agua y aceite en sus hojas la hacen muy especial, y permiten que, con calor, el proceso de destilado le saque todo el provecho.
De todos modos, su utilidad no se agota en los subproductos, porque en la chacra de los Unbehaun se aprovecha cada gramo de la planta. Una vez terminada la destilación, explicó Osmar, las hojas se convierten en “un manjar especial” para el ganado, pero además se utilizan para hacer compost y para darle cobertura a los suelos, manteniendo la humedad y actuando como insecticida natural.
La época más interesante comienza ahora, en primavera y verano, cuando se cosecha la planta e inicia el proceso. Aunque ya son más de 60 años de experiencia acumulada, Osmar siempre intenta descubrir algo nuevo y no cesa de investigar. Es una costumbre que le ha dejado el vínculo que mantuvo siempre con químicos y especialistas en la materia.

De hecho, hace poco tiempo rescató unas pocas plantas de menta negra, una variedad que ya no se ve en la región y con la que planea también hacer esencias, como ya lo hace con otras frutales y aromáticas, como la palma rosa y el lemon grass.
“Primero hay que probar, después vemos”, explica el productor, al que paciencia y tiempo, tan importantes en su actividad, le sobran.
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Hoy, El Soberbio podrá no ser el gran centro productor de las esencias, como lo fue en sus mejores épocas, pero hay algo de esa tradición que afortunadamente sigue aún muy anclada. Así como los Unbehaun, hay muchos otros productores que aún apuestan por la actividad y, ya no serán las 2000 familias que supieron ser décadas atrás, pero la mantienen a flote.
Para Osmar, la pureza y la autenticidad no se negocian. Puede que aún lo desvele el recuerdo de alguna época, en la década de los 80, en que la citronella se puso de moda y al producirse de forma masiva bajó tanto su calidad que el sector quedó en ruinas. Por eso Osi desdeña las nuevas técnicas.
A fin de cuentas, como él repite, “lo que es, es eso y no otra cosa”.





