Miguel Hergert tiene 35 años de edad y pertenece a una familia muy emprendedora de General Ramírez, al sudoeste de Entre Ríos. Cuando tenía 15 años no quería estudiar, pero sí trabajar. Su padre, Víctor Marcelo, era contador de una empresa ubicada muy cerca, en Estación Camps, pero la misma quebró poco antes del año 2000. Don Víctor decidió comprar una parte de ella con la ayuda de cuatro amigos, para que el emprendimiento continuara. Constituyó una sociedad a la que llamaron “Agrocinco”. Y de paso, Víctor aprovechó para generarle un trabajo a su hijo Miguel, dejándolo a cargo. De aquella empresa compró sólo la granja de cerdos, de 120 madres en producción y 1300 cerdos en total, en sistema intensivo.
Con la crisis de 2001 se complicó la situación financiera de la granja y esto provocó que tres amigos abandonaran la sociedad. Miguel siguió a cargo pero se sumaron sus dos hermanos, Ariel e Irina. Justo luego vinieron tiempos de bonanza para los productores con el auge de la soja y pudieron ir saliendo a flote.
En 2005 decidieron asociarse con el suegro de Miguel, que tenía una fábrica artesanal de chacinados, también en Estación Camps, dando así nacimiento a La Piara SRL. No olvida Miguel que un querido amigo de su padre los ayudó a comprar el 50% a su suegro, más algunos ahorros y algún préstamo. Luego su suegro, en 2007, le dejaría toda la empresa donde ya estaba integrada la esposa de Miguel. Decidieron intensificar la industrialización sin abandonar ciertos cuidados artesanales.
Comienzan a comercializar sus productos con una nueva marca: Granalier (Granja Alimentaria Entre Ríos). Fueron agregando “productos de alta calidad siguiendo antiguas recetas utilizando los métodos más modernos y los más rigurosos controles sanitarios, generado mano de obra para la zona, evolución económica en la población y fundamentalmente brindando al público consumidor productos “naturalmente sanos y auténticamente entrerrianos”.
Actualmente emplean a 40 personas en forma directa. Irina, la hermana de Miguel, se erigió como gerente administrativa, ya que se había recibido como contadora. A ella no le fue fácil en un rubro muy machista, pero logró abrirse paso y dejar la puerta abierta para que más mujeres se sumaran. Hoy cuentan con una ingeniera en alimentos y una veterinaria.
Actualmente faenan alrededor de 700 animales por semana. En la granja se extrae el semen de los padrillos, en laboratorio propio, y se hace inseminación artificial. En la fábrica se elaboran 25 toneladas de fiambres y embutidos. Tanto los cortes de cerdo como los productos elaborados son comercializados en venta directa a otras industrias elaboradoras, carnicerías y supermercados. Cuentan con camiones propios y con habilitación nacional.
Poseen un campo que alquilan: cobran el arriendo con granos para alimentar a sus cerdos. Así agregan valor en origen a la producción primaria, comercializan carne fresca troceada de cerdo, y elaboran chorizo fresco, salchicha parrillera, morcilla blanca y negra, jamón cocido, mortadela, salame Milán, picado fino y grueso, bondiola seca, etcétera.
Entiendo que la morcilla blanca lleva lo mismo que la morcilla negra, pero sin sangre. Dicen que la butifarra lleva carne elegida con agregado de gordura. Por eso es más grasosa. La morcilla, no lleva carne. A los codeguines se los llama también chorizo de cuero o chorizo de segunda. Se rellenan con 50% de carne de segunda y 50% de cuero.
Hoy, tanto la granja como el frigorífico, bajo la marca Granalier, son de propiedad de Miguel y de su hermana Irina. Pero su sabio y prudente padre Víctor sigue teniendo voz y voto en ambas empresas. Es normal que tengan disidencias –dice Irina- pero siempre priorizan a la familia y no descuidan a sus hijos. Dejan la última palabra a su padre, quien para dar un paso o emprender algo nuevo, siempre lo pensó muchas veces.
Pechar las eternas crisis ya es una gimnasia para los Helgert. Apoyan el cooperativismo, integran diferentes cámaras y se acaban de anotarse para hacer unos cursos muy interesantes. En medio de la crisis actual su padre sigue proyectando y tirando ideas concretas para seguir creciendo, sin dejar de ser precavidos y cuidando de no perder lo que con tanto sacrificio han logrado.
Cuando Miguel mira hacia atrás reconoce que recibió mucha ayuda de amigos y vecinos -muchas “manos”, decimos en criollo-. Y se siente obligado a continuar esa cadena solidaria. Su padre dice que así como uno recibe de los demás, del mismo modo debe dar a los otros.
Cuando a Miguel le ofrecen una buena comisión para tentarlo en conseguir algún contacto para un nuevo negocio o una buena venta, él responde que se conforma con que lo inviten a un buen asado. Y cree que la manera de frenar esta banalización de la vida, pensando que todo está regido por el vil metal, es relajándonos e invitándonos a pensar que la vida, tarde o temprano te recompensa, cuando un amigo te asocia porque confía en vos, o te dan un trabajo porque te consideran eficiente. Muchos creyeron en él, empezando por su padre y los amigos de su padre y su suegro y tantos más. Hoy él está decidido a creer en muchos otros, sobre todo en los más jóvenes, y seguir apostando en el país que ama. Por eso hoy, en plena Pandemia, sueñan con exportar sus productos a muchos países. Algún día seguro será.
Miguel y su familia nos esperan con sus brazos abiertos, con unos buenos mates y por qué no, con algún asado de cerdo, previa picada de fiambres y embutidos Granalier, mientras suene una tradicional chamarrita de Los Hermanos Cuestas, “Amigo de los pájaros”, junto a los Musiqueros Entrerrianos, que ahora nos quieren ofrendar para darnos ganas de ir a visitarlos.
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