La sequía que liquidó a la mayor parte de la cosecha gruesa 2022/23 aún no finalizó en muchas regiones productivas argentinas, mientras que para otras ese evento es ya parte de un triste recuerdo.
Un modelo desarrollado por INTA, que muestra una estimación del nivel de agua en el suelo con respecto al máximo posible en los dos primeros metros de profundidad –el horizonte de exploración de las plantas– muestra que la situación sigue siendo dramática en la mayor parte del sector oeste de la zona central del país.
La cuestión es que hasta fines del presente mes de junio las escasas precipitaciones que proyecta el Servicio Meteorológico Nacional (SMN) se concentran en el sector este del territorio argentino.
Aquellos que sembraron trigo o cebada en las zonas afectadas, esperando la aparición de lluvias que permitiesen recomponer el déficit de humedad, tendrán que seguir esperando.
Si bien en la mayor parte de los casos se diseñaron planteos agronómicos “defensivos”, lo cierto es que la viabilidad productiva de los cultivos se encuentra crecientemente comprometida semana tras semanas.
La necesidad de disponer de ingresos hacia fines del presente año plantea un dilema para las empresas de las regiones que no logran salir de la sequía, el cual requiere un uso intensivo de la “ingeniería” financiera o bien la venta de hacienda –necesaria además para “liberar” campo– en el caso de las empresas mixtas (lo que contribuye a mantener “planchado” el precio de la hacienda). Eventualmente, también resulta indispensable realizar aportes con capital propio.
El fenómeno se torna más complicado porque, debido a factores tanto endógenos como exógenos, los valores de los arrendamientos agrícolas no lograron bajar y de hecho subieron en algunos casos a pesar del desastre climático ocurrido en 2022/23.
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¿Pensaste que con el desastre climático se venía una baja de los alquileres agrícolas? Nada que ver