A principios de la década del ochenta Paul Adrion llega a la Argentina desde el sur de Alemania, muy cerca de la famosa “selva negra”, donde producía frambuesa en un predio de media hectárea. Ya en 1984 sienta las bases de Chacra Humus, establecimiento que comenzó con 3 hectáreas y hoy cuenta con 36, de las cuales 7 están dedicadas a la fruta fina en El Bolsón, provincia de Rio Negro. En 1995 obtuvo la certificación orgánica.
“Siento que aún hoy no hay un reconocimiento a lo orgánico certificado; de hecho en el mercado local no tenemos precio diferenciador, algo que sí se reconoce en el mercado internacional”, explica Wenceslao, hijo de Paul e ingeniero agrónomo. “A pesar de esta diferencia hoy no exportamos porque la demanda local es alta y creciente y, por otra parte, exportar hoy es cada vez más engorroso”.
Humus vende toda su producción de fruta fina en la zona, especialmente en Bariloche, donde el consumo de fruta fresca de estación es muy interesante y el formato de congelados permite la comercialización durante todo todo año.
Aunque producen mora, cassis, corinto, grosella, guinda, sauco y frutilla, la mayor parte de la producción de fruta fina del predio está dedicada a la frambuesa porque se da muy bien en la zona. Debido tanto a las condiciones climáticas como agronómicas, se obtienen rindes de entre 12 y 15 toneladas por hectárea (algo que no ocurre con la cereza, que tiene mejores producciones más al sur).
En este punto, la pregunta que surge es por qué, si la frambuesa cada vez más está posicionada, no llega a Buenos Aires ya que es un producto que no se ve en las verdulerías y rara vez en un supermercado.
“El tema es que el acopiador, que es el mismo que compra sandías y papas, no sabe manejar el producto y a esto se le suma que las verdulerías no quieren arriesgarse a perder nada y como la frambuesa es delicada, prefieren evitarla”, resume Wenceslao.
“El mercado y la demanda están, pero hay que ajustar los procesos para lograr que llegue el producto en buen estado; esto en la gastronomía está resuelto porque se manejan con congelados, pero quien quiere comer frambuesas frescas en Buenos Aires, por ahora no puede”. La comarca andina, compuesta por una buena suma de pequeños productores de menos de media hectárea, y medianos de 2 a 3 hectáreas,, produce 250 toneladas de frambuesas por año.
Pero Humus no se limita a las frutas finas sino que se compone de 5 unidades de negocio. En el mismo predio hay vacas, para la elaboración de yogur, dulce de leche, helados y quesos; hay vivero de plantines de fruta fina; hay cereales; y hay un circuito de agroturismo (con heladería incluida) que culmina en una sala de ventas de sus productos.
En cuanto a los animales, poseen 70 vacas (de las cuales hay 50 en ordeño) en su mayoría de raza Holando, aunque algunas con cruza Jersey para ganar en leche con mayor tenor graso para la producción de lácteos, y un toro (antes hacían inseminación). “Los animales son grandes generadores de abono, algo que nos resulta indispensable para la producción orgánica”, detalla.
“Nos manejamos con parcelas con eléctrico y hacemos nuestro propio forraje ya que las vacas están encerradas 4 meses y medio por el frio y hay que alimentarlas”. (En total, con las tierras arrendadas, el predio suma 110 hectáreas).
Wenceslao enfatiza que en el sistema de rotación de parcelas la clave es hacerla lo más sistemáticamente posible y para eso hay que estar siempre “encima del campo” y pensando la mejor forma de hacer las cosas. “Los cuadros más alejados y que son más incómodos para la cosecha de fruta fina los dejamos directamente para pasturas. Hacemos siembras consociadas con gramíneas y leguminosas (como trébol con raigrás) porque nuestras primaveras son frías y si tenemos que esperar a la alfalfa para hacer un corte perdemos muchos días, mientras que las gramíneas son más rápidas y ya tenemos un primer uso tanto en primavera como en otoño y logramos más oferta de pastoreo”, explica.
“Una vez que la pastura está agotada y la parcela ya no es rendidora nos vamos a una rotación con un cereal, que tiene rápida reacción y así no dejamos el suelo descubierto en invierno a la vez nos ayuda a controlar las malezas, algo que para nosotros, como chacra orgánica, es fundamental”.
“En lo que es berries el ciclo es más largo: hacemos una rotación de unos 10/12 años de ese uso y recién después de ese tiempo ponemos un cereal, que puede ser avena, centeno o cebada, o también algo de trigo espelta; para volver a tener berries en esa parcela van a pasar 10 años más”.
El trigo espelta en los últimos años se ha convertido en un producto gourmet y muy buscado (otro “difícil” en Buenos Aires), así que parte de la producción que tienen la venden localmente a una panadería que elabora todos sus productos con masa madre y, también, el turista que va a visitar la chacra puede comprar la harina de espelta en el salón de ventas. Pero, debido al gran valor nutricional de esta variedad de trigo, la mayor parte se destina a forraje para silo en un proceso donde se corta antes de espigar y los rollos de heno permanecen en nylon para producir una fermentación anaeróbica donde predominan la fermentación lactica.
“Esto hace que el forraje sea más nutritivo y palatable y sobre todo nos da un alimento con buen aporte en la época de frío”, dice Wenceslao. “Es lo más parecido a tener un pastoreo en invierno”. El rinde en granos es de 6 toneladas por hectárea y tienen 10 plantadas.
Tan buenos resultados ha dado el sistema de rotación de parcelas que su vecino, también productor de frutas finas, se sumó a esta idea y desde hace un tiempo Wenceslao lo está asesorando: “Con mi vecino no tenemos ni siquiera cerco divisorio, así que cuando se interesó por el sistema rotativo en seguida empezamos y ya está viendo los resultados de la rotación y de los suelos con descanso… y de paso mis vacas se pasan a su chacra y ahí comen también”, cuenta entre risas.
“Es fundamental trabajar en sintonía, estar al tanto de lo que le pasa al vecino, compartir experiencias y ver cómo entre todos se puede mejorar”, concluye.