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La escuela agrotécnica de Arerunguá, entre los sueños de arraigo de Hector y las añoranzas de un joven correntino emigrado hacia la patagonia

Esteban “El Colorado” López por Esteban “El Colorado” López
16 agosto, 2020

El paraje Arerunguá se halla a 25 kilómetros al sur de Itá Ibaté, que significa “Piedra Alta” en guaraní, y que está sobre la margen del Paraná, a mitad de camino entre dos capitales, Corrientes y Posadas. Es una región singular con una franja de lomadas arenosas entre los bañados San Miguel o Carambola y Santa Isabel, afluentes del río Corriente y de los Esteros del Battel, salpicado de un frondoso monte nativo.

Esta franja corre de norte a sur, desde Itá Ibaté hasta Concepción, más allá de Caá Catí, y tiene un ancho de entre 300 y 2.000 metros. Hace unos 50 o 60 años los colonos fueron desmontando para plantar cítricos, dejando algún lapacho y timbó para sombra, laurel para hacer postes. Luego fueron asentando sus chacras para sembrar mandioca, maíz, batata, porotos, y hacer huertas. Algunos, con más tecnología, hacen invernaderos y producen tomates, morrones, berenjenas y crían sus animales. También hay algunos estancieros, de 2.000 a 7.000 hectáreas, que crían búfalos y bovinos.

La región posee una envidiable biodiversidad, con osos hormigueros, coatíes, tortugas del agua, carpinchos, aguará gazú o zorros grandes, yacarés negros y overos, ciervos, pumas, venados, gatos monteses, hermosos guacamayos o loros grandes con pecho colorado, alas azules y lomos de varios colores, lobitos de río, yaguaretés, nutrias de agua y mucho más. Variadísima flora y unas 500 especies de aves.

Héctor Andrés Montenegro, de 48 años, es Técnico Forestal y rector de la “Escuela Agrotécnica de Arerunguá” desde hace 10 años, que tiene unos 80 alumnos en doble jornada. Allí los jóvenes se reciben de Técnicos en Producción Agropecuaria.

Me cuenta que apenas cuenta con un auxiliar administrativo y un preceptor, que no tienen todas las instalaciones necesarias y que dan las clases teóricas por la tarde en una escuelita primaria. Sí poseen una parcela de 28 hectáreas con dos aulas taller y una cocina.

En invierno y verano comen en una galería abierta. Y como no tienen presupuesto para un chofer, él mismo es quien maneja la combi con la cual dedica unas 4 horas diarias o más, para trasladar a los alumnos de Itá Ibaté y de Berón de Astrada. Hace unos 150 kilómetros diarios por caminos de tierra. Otros llegan de a caballo, en bicicleta o de a pie.

Además Montenegro está a cargo de la sala de industrias agrícolas, por la mañana, y da clases de monte frutal, por la tarde. Se ocupan del mamón o la papaya, la guayaba, los cítricos, la jabuticaba o el Yvaporú, que es una frutita silvestre como la cereza, de sabor ácido, que posee mucha vitamina C y les encanta a los monos y a las aves. Con todos ellos aprenden a elaborar dulces y cómo conservarlos.

Además elaboran hamburguesas, chorizos, quesos de cerdo, porque los mismos alumnos crían, a baja escala, ovinos, caprinos, porcinos, aves de corral, gansos, codornices, gallinas ponedoras, pollos parrilleros, y envasan los huevos. En la chacra cultivan mandioca, batata, maíz, caña de azúcar, avena, sandía, zapallo criollo, andaí (que es una especie de la calabaza), zapallo brasileño (que es un híbrido), anquito, cáscara de hierro y zapallito de tronco. A todo esto lo llevan a vender a la Feria Franca y parte de la carne faenada y de los productos de la huerta agroecológica se aprovecha para el comedor de la escuela.

Los fondos recaudados se invierten en comprar combustible, y reparar máquinas o comprar herramientas.

Muchos alumnos provienen de hogares en riesgo, conllevan problemas de aprendizaje y algunos ingresan hasta con 16 años de edad. Me cuenta Héctor que uno de los profesores debía realizar un trabajo temporario de medición forestal en la Estancia Benetton, en Esquel, y lo invitó a un ex alumno recibido en el año 2017, Ismael Casco, de 22 años de edad para que lo acompañara en ese trabajo. Allí fueron a fines de 2019 y al tiempo de verlo trabajar a Ismael, el directivo del área de la empresa quedó tan satisfecho con su formación y capacidad, que lo invitó a quedarse.

Contacté a Ismael por teléfono y me contó que debido a la cuarentena, quedó parte del personal en suspenso, y se está arreglando con changas. Pero que, como allí hay más trabajo que en su provincia y ve posibilidades de progreso, piensa quedarse. Sueña a futuro con emprender sus propios cultivos y sabe que lo puede lograr estando allí. Le llamó su atención que en la Patagonia se come carne de caballo, porque para él es un animal tan noble y compañero que le costaría comerlo.  

También hacen las tortas fritas de modo diferente, que en su pago les llaman “chipá cueritos”. A la tortilla a la parrilla, en Corrientes, le llaman “chipa parrilla”.

Extraña el asado vacuno, porque allá siempre es de cordero, y acompañar el asado con la mandioca o la batata dulce, pero ni siquiera usan el pan para acompañarlo, ni es común el chimichurri o el limón, como suelen aderezar en el litoral.

Le resultó curiosa, la carne del guanaco. Dice que se le ríen cuando cuenta que en su pago comen milanesas con la cola del yacaré o pescado frito o que pescan un surubí de hasta 70 kilos, o dorados de 20 kilos, cuando la trucha más grande puede pesar 6 kilos, que es lo que en el Paraná pesaría apenas una boga.

También extraña el reviro, el mbeyú y el tradicional mbaipú, que hacía su madre, pero los patagónicos hacen sabrosos locros. Le gustó mucho la fruta del calafate, las ciruelas y las manzanas, pero extraña que en el monte correntino, si alguien se perdiera, no moriría de hambre, porque sobran los frutos silvestres, y en la Patagonia debe comprar casi todo.

Héctor Montenegro, el rector, cortó la charla y se puso reflexivo. Me aventuró que de no existir la escuela agrotécnica, tal vez la comunidad del paraje “Arerunguá” hubiese quedado desierta de gente. El nivel de la escuela es riguroso y eso ha conseguido que las empresas les pidan técnicos, lo que les asegura una salida laboral.

Para Héctor es un orgullo alcanzar el número de 80 alumnos y este año egresará una octava camada. Uno de los que egresará está pensando en seguir una carrera universitaria. Héctor ya se siente realizado, aunque le queda mucho por hacer. Eligió un chamamé, “Recordando a Itá Ibaté”, de Pedro y su hija Norma Palavecino, para mostrarnos su querencia: 

Etiquetas: arerunguacolorado lopezcorrientesecuales agrotécnicaeducación ruralismael casco
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