Este sábado 13 de enero en el establecimiento La Magdalena, ubicado en la localidad de Monterrico, en plena zona tabacalera y a unos 40 kilómetros de la capital de Jujuy, Sandra Ance, sus nueve hermanos y todos sus familiares dejaron de hacer las tareas que realizan cotidianamente para meterse de lleno en la vendimia. Como en toda vendimia, hubo festejo porque la cosecha de uvas había llegado a buen término y ahora comenzaba la tarea de hacer el vino.
Las parras y espalderas, con uvas blancas y tintas, ocupan 4 hectáreas de esa finca tradicional jujeña, que alguna vez ya había sido bodega pero que luego se volcó por entero al tabaco y que ahora vuelve a ver convivir ambas producciones en una historia de superación envidiable, que es digna para tener su propia película.
Es que los diez hermanos Ance nacieron y crecieron allí, en plena finca tabacalera, pero en el peor de los lugares: eran los hijos de humildes peones rurales y vivían en un “conventillo”, que son las construcciones que albergan a los trabajadores golondrina que llegaban en gran número al lugar para participar todos los veranos de la cosecha y el estufado del tabaco.
Hasta que sucedió que, por gracia del destino y sobre todo de su propio esfuerzo, pudieron convertirse en los dueños de ese lugar de ensueño, que hoy les brinda sustento a todos y los mantiene unidos, bajo el paraguas de un proyecto productivo y turístico lleno de colorido.
Todo el trabajo del año 2023, tanto en el tabaco como en la vid, se vio amenazado por una fuertísima tormenta que cayó sobre toda la región justo el mismo día en que Bichos de Campo visitó ese lugar, el mes pasado. Por un momento, Sandra y su esposo, Paul Farfán, estaban pálidos: pensaban que podían llegar a perder toda la cosecha bajo la inclemencia de un granizo que finalmente allí no cayó pero que provocó graves daños en muchas otras fincas de la zona. Otra vez el destino quiso no estropearles le vendimia.
La primera parte de este entrevista con Sandra Ance la registramos cuando arrancaba el temporal. Del temor que sentía va dando cuenta su cara de susto:
En la vendimia de este fin de semana, los hermanos Ance y sus invitados trabajaron en la recolección manual de la uva de esa 4 hectáreas. Ellos elaboran el vino desde hace unos años, pero en potras bodegas porque recién este año el INV recorrió la zona y ellos podrán comenzar a procesar esa uva en sus propias instalaciones. Unas viejas estufas para secar tabaco fueron remodeladas y ahora servirán de cobijo para una nueva bodega jujeña.
La historia, como dijimos, bien podría ser el guion de una ficción. Pero no es más que la realidad de esta familia de origen bastante pobre, muy creyente, que siempre estuvo ligada al trabajo duro del tabaco y las labores domésticas, al servicio de otras familias de mejor capacidad económica que era la dueña de estas tierras.
La aventura de ellos como productores se inició recién en 2007, después que la familia que era dueña del lugar le diera la posibilidad a Sandra y sus hermanos de comprar poco a poco la finca en la que habían trabajado toda la vida, en lugar de venderle esas fértiles hectáreas de Monterrico a cualquier otro gran productor tabacalero de la zona.
“Se presentó la oportunidad de hacer tabaco con mis hermanos. Yo desde chica siempre fui tratando de hacer un fondo común para que podamos seguir adelante, sino solos no íbamos a poder”, contó Sandra a Bichos de Campo, mientras contenía los nervios por la tormenta que se aproximaba.
“Desde que tengo 15 años les hice ver a mis hermanos que juntos era mejor, porque trabajamos desde muy chicos y le dábamos la plata a mi papá y no veíamos los resultados. Entonces así empecé a mentalizarlos a ellos y, al día de hoy nosotros trabajamos en equipo y nos repartimos un sueldo”, explica ahora Sandra, que todo lo comparte.
En medio de la tormenta entendimos qué siente un productor cuando ve en riesgo el trabajo sacrificado de todo un año y, más que eso, el sostén de esta numerosa familia que vive de la producción. De los diez hermanos depende una gran familia con un total de 33 integrantes. La mayoría de ellos, salvo los niños, cumple alguna función clave. Unos administran, otros hacen relaciones sociales, otros van al campo, otros se ocupan de la construcción y otros se encargan de atender el bar que todos los días recibe visitantes en la vieja casona de la estancia. Allí funciona también un enorme salón de fiestas y hay varias de cabañas con capacidad para 53 turistas que quieran conocer de cerca la vida rural.
La lógica de Sandra, que claramente es la líder del equipo, ha sido sencilla: acumular las ganancias en un fondo común para seguir invirtiendo y poder crecer. Su deseo íntimo es que todos puedan permanecer juntos hasta el final de los días.
La segunda parte de esta historia nos la cuenta más tranquila, cuando la tormenta de granizo ya se estaba disipando. La tormenta finalmente solo trajo agua, que incluso estaba siendo necesaria. Esto alivió a Ance, ya con una sonrisa en el rostro, siguió narrando su atractiva historia de vida:
La productora que se define como “la cabeza de familia”, aunque en realidad es la segunda de las hermanas mayores. Dice que desde que pudieron comprar el bello lugar, siempre pensó en un proyecto gastronómico y turístico para que las mujeres no estuvieron directamente vinculadas con el duro trabajo de campo, aunque ayuden si es necesario.
Los hombres se ocupan de las plantaciones de tabaco, del trabajo con el vino, y hasta de la construcción de las cabañas destinadas al turismo, pero que alguna vez Sandra soñó que serían para ellos: diez familias en diez cabañas, diez hermanos viviendo juntos en el campo. Fue la madre, una vez más, la que puso límites a ese sueño. Ella recordaba sus días más duros allí, en medio del tabacal, y prefirió seguir viviendo en la ciudad de Monterrico, que les queda cerca.
Allí finalmente los hermanos viven en casas colindantes que construyeron en un terreno que la propia Sandra pudo comprar luego de ganarse el sorteo del auto en el popular programa de televisión de Susana Giménez.
“Mi hermana me dice que vaya a trabajar a Buenos Aires, que así compramos un lote en Monterrico, porque acá el camino era muy feo y tenemos cuatro kilómetros hasta el pueblo. Y bueno me fui a Buenos Aires a trabajar por tres meses. Entonces pasé por un lugar donde se dejaban las cartas (para participar en el programa de Hola Susana). Y bueno, presenté la carta. Entonces llego a la casa de mi tía y me dice que todo eso está arreglado, que ella mandaba cartas y cartas y nada. Pero yo gané”, recuerda.
En definitiva la Magdalena es ahora una finca tabacalera, que en el proceso de reconversión a un emprendimiento familiar, intenta volver a una añeja actividad que hace mucho tiempo se había abandonado en la zona, la vitivinicultura. En eso tiene mucho que ver Paul Farfán, el esposo de Sandra, quien se ha puesto al hombro la responsabilidad de materializar el sueño de contar con su propia bodega y no enviar su uva a otro lado, para elaborar la bebida con su marca.
“Recientemente cayó el INV (Instituto Nacional de Vitivinicultura) acá porque estamos con del proyecto de hacer la habilitación de la bodega para poder vinificar. Hasta ahora solo tenemos la producción de uva”, aclaró Farfán quien recuerda que para 1950 en la zona se cosecha la variedad Monterrico y actualmente aprovechan ese pie para lograr nuevos varietales.
-Abajo de la casona hay un sótano. ¿Crees que antes en este mismo lugar funcionó una bodega?
–Creemos que sí. La verdad que hemos estado investigando y hemos recuperado lo que eran las piletas de fermentación de aquellos años que están acá en la estancia. Están adentro de lo que es el salón de eventos, en una parte que es subterránea. Allí están las piletas y hay otra pileta arriba en la superficie.
Farfán supone que el de antaño se trataba de un vino para consumo a partir de una producción más a granel almacenada en grandes piletas y no algo tan elaborado como a lo que podrá hacer con la habilitación de la bodega.
-¿Cuando finalmente pudieron comprar la finca entre los diez hermanos ya estaban acá los viñedos?
– Sí. Ellos anduvieron toda su vida acá, conocían todo lo que había y como estaba. Es más, todo lo que era la pileta, estaba cerrado y se usaba generalmente para humedecer el tabaco. Ellos andaba todos por acá y se conocían todo. Entonces lo que se fue viendo qué se podía hacer, cómo lo podíamos ir acomodando y reacondicionando para que no se nos caiga.
“Queremos ver en algún momento elaborar toda la uva que tenemos”, indicó el esposo de Sandra y responsable de la bodeha, que ahora trabaja con los varietales Malbec, Merlot, Syrah, Cabernet Sauvignon y un Sauvignon blanco. Los vinos salen con el nombre de La Magdalena. “Son dos líneas que habíamos sacado, una que se llamaba Magda oro, que también dice Bodega La Magdalena, y otra que se llama Flor del Valle, es la nueva etiqueta, pero sigue siendo Bodega La Magdalena”, aclara Farfán.
Mire la entrevista a Paul Farfán aquí.
-¿El vino lo piensan como una alternativa al tabaco?
–Es otra alternativa para diversificar un poco. Hicimos otros tipo de cultivos. También incluimos un poco de trigo; tenemos plantas de frutales. Hay que ir viendo qué se puede ir haciendo aparte del tabaco. Sin abandonar el tabaco. Yo también me crie en esta zona, trabajando en el campo y yendo a trabajar al tabaco en la cosecha.
-Pero está volviendo la vitivinicultura a la zona ¿Hay varios como ustedes que están llevado a cabo proyectos vitivinícolas?
-Si, está volviendo y hay varios proyectos acá con vides. De hecho creo que ya somos cuatro en los valles, o un poco más. El objetivo es agregarle valor porque acá los valles están como muy olvidados, turísticamente hablando. Entonces es volver a reflotar o explotar la parte turística. Tenemos muchas cosas para mostrar.
Empezando por su propia historia.
Un país de mierda? Yo creo que es el mejor del mundo.