En Bichos de Campo creamos una sección dedicada a evaluar el contenido de carácter agropecuario presente en los diferentes textos escolares empleados en escuelas secundarias argentinas.
Si bien la información sobre cuestiones relativas a la actividad agropecuaria está plenamente disponible, la mayor parte de los libros escolares –increíblemente– cuenta con gran cantidad de desinformación y datos erróneos y confusos sobre la materia.
Por ese motivo, consideramos relevante hacer un llamado de atención al respecto para que tanto las empresas dedicadas a elaborar el material pedagógico como las instituciones educativas puedan ofrecer contenidos apropiados a partir de información fidedigna.
En la presente oportunidad analizamos el manual de Geografía de la Editorial Santilla para CABA, denominado “Nuevos Saberes Clave: Argentina en la globalización”, en el cual se identifica a los productos del complejo sojero como “el principal producto de exportación entre aquellos provenientes del sector agropecuario”, aunque olvida aclarar que se trata del principal producto de exportación de la Argentina y no sólo del rubro agropecuario.
El texto menciona que “tanto la semilla RR como el glifosato Roundup son producidos por la multinacional Monsanto” y que “sobre la base de esta nueva biotecnología de los transgénicos, Monsanto y sus licenciatarias en la Argentina ha podido inducir a los productores a incorporar un paquete tecnológico controlado por ellas al hacer que la soja incorpore genéticamente la resistencia a su propio agroquímico, el glifosato (sic). La introducción de ese paquete tecnológico aumenta la dependencia de los agricultores respecto de las grandes empresas transnacionales proveedoras de semillas e insumos agrícolas”.
Además de no explicar manera adecuada en qué consiste la soja tolerante a glifosato, el texto olvida mencionar que las empresas agrícolas argentinas, en realidad, obtuvieron un mayor nivel de independencia y competitividad con la introducción de la tecnología desarrollada por Monsanto gracias al hecho de que por entonces –fines de los ‘90– el glifosato era ya un producto genérico en la Argentina y, por lo tanto, los precios del herbicida disminuyeron de manera abrupta ante la multiplicidad de empresas que lo producían y comercializaban. Por otra parte, como la legislación argentina considera la posibilidad del “uso propio”, la inversión realizada en semillas también se redujo entonces de manera notable. Es decir: todo lo contrario a lo que afirma el texto.
El libro de Santillana además señala que “la eliminación de las juntas reguladoras (de granos, de algodón, de yerba mate, etcétera), así como también de los precios sostén, dejaron a los pequeños productores librados a su suerte en un mercado cada vez más concentrado (con la preeminencia en el sector de grandes empresas comercializadoras) y sin poder resguardarse de las crisis ocasionadas por la baja de los precios internacionales.
Dedica varios párrafos para criticar al “modelo neoliberal” de la década del ’90, al cual atribuye el proceso de concentración de las unidades productivas agropecuarias, aunque tal dinámica siguió consolidándose en las siguientes décadas sin que el libro mencione tal fenómeno ni sus causas en una nueva coyuntura política.
El texto dice que las retenciones “permiten generar recursos para el Estado, controlar el precio de ciertos productos de exportación en el mercado interno, es decir, que un aumento de los precios internacionales no se traslade a los precios que pagan los consumidores en el país, especialmente por alimentos”.
Esa afirmación, que parece calcada de un discurso de un secretario de Comercio de un gobierno kirchnerista, colisiona con la realidad de los hechos, pues los precios internos de los alimentos, aun con derechos y cupos de exportación, experimentan un ajuste de valor, como cualquier otro bien o servicio, en el marco de un proceso inflacionario generado por descalabros monetarios y fiscales.
El libro también asegura que sobre las retenciones “ha habido en el país dos posturas diferentes”, dado que algunos “consideran que el Estado puede retener esa ganancia o parte de ella en función de la soberanía que ejerce sobre los recursos existentes en el suelo y el subsuelo” y otros “consideran que esas ganancias les pertenecen a los dueños de las tierras y que las retenciones son, por lo tanto, confiscatorias”.
Y añade que “las retenciones pueden tener una función redistributiva, por ejemplo, al abaratar los productos sujetos a retenciones y sus derivados sirven para mantener el poder adquisitivo de los trabajadores. También pueden ser importantes si el excedente generado se reinvierte en obras para la sociedad”. Está clara cuál es la opinión de los autores del texto sobre los derechos de exportación aplicados al agro.
El libro menciona que uno de los problemas presentes en el mercado de trigo reside en el hecho de que los productores “generalmente prefieren exportar el producto y no venderlo en el mercado local porque a nivel internacional logran mejores precios que dentro del país, donde deben negociar la venta de su producción con grandes industrias que tienen mayor capacidad de control sobre los precios. Esta situación genera la necesidad de una intervención del gobierno para garantizar el abastecimiento del mercado interno”.
Este último párrafo evidencia que los autores del libro desconocen por completo cómo funciona el mercado agroindustrial argentino, dado que los empresarios agrícolas no puede exportar directamente su producción a clientes externos si no es a través de compañías que están especialmente dedicadas a esa tarea.
Increíblemente, el libro menciona que el proceso de agriculturización es el culpable de la disminución del “stock de carnes” (sic) y que tal situación se agravó porque “los productores ganaderos prefieren vender lo que producen en el mercado externo, donde logran mejores precios con respecto al mercado interno”. Esa situación –asegura– “da como resultado “un aumento del precio de la carne dentro del país por la falta de oferta de ese producto”.
Para afrontar ese problema, señala el texto, “algunos gobiernos fijan cantidades para la exportación, de modo que el mercado interno también pueda abastecerse, además de mantener ciertos niveles de precios en el mercado local”. Nuevamente se justifica la intervención estatal como garante del abastecimiento y el control de precios, cuando la experiencia reciente argentina muestra que el resultado es exactamente el contrario.
El libro señala que “el avance de la soja ha creado distintas posiciones en la sociedad. Por un lado, están los que aceptan o promueven el cultivo: en general, son los sujetos que forman parte de la cadena de soja, como productores, exportadores, agroindustrias, vendedores de insumos y los gobiernos por el ingreso de divisas que representa. Por otro lado, se encuentran las organizaciones de campesinos e indígenas, habitantes de pueblos de áreas sojeras, grupos de investigadores, ONG y otras instituciones que son críticas de cómo se lleva a cabo el proceso y de sus consecuencias”.
Colocar al cultivo de soja como una fuente de conflictos, en lugar de mencionar que se trata de la principal fuente de divisas de la economía argentina, implica catalogar a la actividad como sospechosa de algo oprobioso sin profundizar que las cuestiones relativas a los problemas mencionados corresponden en realidad a situaciones sobre la titularidad de la tierra y el ordenamiento territorial.
El texto menciona que entre las causas de las pérdidas de recursos forestales (sic) en la Argentina se incluye el “avance de la frontera agropecuaria” y “especialmente de la soja”, dado que en muchas áreas del norte argentino “se han otorgado permisos de desmonte sin considerar la continuidad de los procesos ecológicos ni la propia sostenibilidad de las nuevas actividades productivas”.
Y añade que “tentadas por los altos rendimientos económicos, las grandes empresas agrícolas avanzan en forma alarmante sobre bosques nativos del centro (sic) y norte del país con el fin de reemplazarlos por cultivos de soja. Frecuentemente, ni siquiera aprovechan los recursos maderables derribados, sino que luego de la tala se los quema in situ”.
En definitiva: el tratamiento realizado por el libro sobre la principal actividad económica presente en la Argentina es inadecuado, incompleto y requiere una revisión y actualización urgente.
Advertencia: el error ortográfico presente en el título del artículo es intencional
No de quién es Santillana ni que dependen IA tenga con el hecho de ser elegida por el gobierno como libro de texto.
Esto adoctrinamiento malo
Da para acciones legales.
Las asociaciones educativas y políticas deben intervenir.
No son cosas que se puedan dejar pasar.
No es un sueño de país ni real ni consensuado ni que ayude a aumentar la armonía entre los ciudadanos y mostrar la potencialidad del agro y de la gente del agro.
Quizás porque sea el sector que comparte valores de mejor calidad y coherentes haya una voluntad viciada de tratar de destruir al ecosistema campo en primer lugar y la imagen en segundo lugar
Molesta ver gente que trabaja muy duro, honesta, sencilla, de mucha preparación, que maneja recusos de volumen económicos importantes aunque su renta sea sustraída por el estado para pagar a quienes tratan de destruirlo y a quienes usufructuan del estado ya sea con empleo innecesario o por subsidios o “planes”
Perdón pero como ingeniero agrónomo sé que hay demasiada evidencia de los daños del glifosato, no muestren se propia ignorancia con artículos como este.
Como ingeniera agronoma confirmo y reconfirmo los daños a la salud humana y al ambiente generados por el glifosato. Monsanto luego de 50 años de ecocidio y todavía no se ha cansado de explotar y saquear nuestro territorio.
Hablen de soberanía bichos de campo. Necesitamos que todas las escuelas enseñen agroecología.
Hay abundancia de pruebas cientificas a favor de la agroecología. Europa prohibe el glifosato.
Vayan a pisar la tierra a ver si aprenden algo.
Inges noteros de bolsillo. $$$
Se cae de maduro para quien laburan. Bye
Podrían explicar a qué se debe esa intencionalidad en el error ortográfico? Porque no es fácil asignarle un sentido. Ese tipo de errores son permitidos cuando el significado que comporta cambia el sentido o connota algo diferente… Esto parece un error garrafal que intentaron salvarlo con la excusa de la intencionalidad, y para colmo, mal empleada.
Educasion?
Más allá de algunos errores, los daños que genera el glifosato sí están probados. Por otro lado, no dicen nada con respecto al empobrecimiento del suelo, también probado, ni sobre las consecuencias de la deforestación. Les recomiendo al respecto ver el informe 2016 del Banco Mundial y las pérdidas y daños que derivan de la misma. Muchachos, ya no se puede tapar el sol con la mano. Saludos
Desde que la agroecologia es una opción superior basada en la ciencia, ya no hay excusa para seguir defendiendo el modelo extractivista basado en el monocultivo. La perdida de biodiversidad y dependencia asociada al paquete tecnológico del agronegocio es irreparable y seguir insistiendo en este modelo debería ser delito.
Caramba…. En Europa se prohíbe el uso del glifosato. Está absolutamente confirmado el efecto contaminante del producto, utilizado como arma de guerra en Viet Nam. Incluso la alarmante aparición de cáncer y otras enfermedades en soldados de EEUU que manipularon el producto. Se sabe que sí pasa a acuíferos y que la destrucción natural de la molécula activa es de muy difícil destrucción. Dejen de defender lo indefendible.
Mmmmhhh me parece que los desinformados son ustedes!. El glifo hace DEMASIADO daño y el monocultivo de soja pone en problemática el daño al suelo versus ganancias. Aclaro: mi marido es sojero.
Educación con “S”??? No entendí…
La información es correcta. Pero los agroquímicos matan y enferman.
No hay que ser tan KBza de termo pero tampoco ciego.