A los 15 supo que no ya no quería comer carne de ningún tipo. Sentía un rechazo cada vez mayor y la tildaban de rara. Así pasaron 10 años tratando de aprender, porque ella no tenía ningún conocimiento sobre vegetarianismo y su entorno tampoco. “Mis padres son de San Luis, criados con forma de comer convencional y eso me sirvió para darme cuenta de que tenía que transitar un camino diferente”, dice hoy Gilda Luna, luego de mucho reflexionar y de llevar adelante su emprendimiento de alimentos naturales.
“Como en muchas familias mi papá tenía la costumbre de hacer asado los domingos, que era el día para estar en familia y relajados pero a mí no me caía bien: estaba 4 o 5 días sin digerir esa comida y sentía como si un vidrio bajara lentamente por mi órgano digestivo”, describe. “Así que debido a esa sensación dejé de comer carne porque acepté respetar lo que mi cuerpo me decía”.
En el año 2000 Gilda se mudó a la Ciudad de Buenos Aires a buscar trabajo y ahí el mundo alimenticio cambió para ella, porque conoció vegetarianos y rápidamente se sintió identificada ya que hablaban el mismo idioma. “Yo había hecho cursos de auxiliar de farmacia y comida hospitalaria, siempre buscando algo relacionado a la salud y también trabajé 11 años en panadería, lo cual me mostró cómo la harina blanca daña el sistema digestivo”.
Así, en 2004 se lanzó a elaborar productos sin conservantes ni harinas, barras de cereales, granolas y un mix gourmet sin azúcar. “Esto es también una búsqueda personal y un hermoso aprendizaje”, reflexiona. “Amo los animales, son seres muy sensibles: he conocido vacas, caballos y cerdos que demostraban personalidad como cualquier persona, así que verlos en un plato para mí era inconcebible”.
“Ya van siete años de nuestro emprendimiento gracias al cual pude fusionar la vida familiar con el trabajo y vivir de este modo, algo para mi muy importante. Las recetas son inspiraciones en equipo, a veces en grupo y a veces individual pero siempre buscamos calidad, nutrición y originalidad”, cuenta. “Nuestros clientes son gente que valora la diferencia de lo industrial a lo artesanal y quiere productos simples, sin conservantes ni agregados extraños, lo cual influye no solo en sabor sino también en salud”.
Gilda agrega, contenta, que cada vez tiene más clientes y que la pandemia hizo que sus productos llegaran a muchos nuevos lugares: “El hecho de no tener ferias ni universidades abiertas (yo llevaba mi mercadería a centros de estudiantes y bufetes) me obligó a buscar otros canales de distribución y así empecé con los nodos, que son grupos de personas que compran y distribuyen productos de cooperativas y emprendimientos familiares. Gracias a esto mis productos empezaron a llegar a todos lados y se generaron muchas ventas”.
“Cuidamos la calidad de todo lo que usamos y del proceso que realizamos; aspiramos en un futuro a ser orgánicos”, enfatiza Gilda. “Ha sido una maravillosa aventura conocer todas propiedades nutricionales que hay en el mundo vegetal y esto, sumado al reto de trabajar en familia y generar nuevos sabores, es el espíritu de nuestro emprendimiento”.