Como modo de demonizar la agricultura moderna y promover la producción de la denomianda agroecología, la organización ambientalista Greenpeace lanzó hace pocas semanas una campaña junto al chef y pastelero Damián Betular que estaba repleta de falacias, como inculpar a los agroquímicos por la falta de sabor de los tomates de invernadero. En esa vorágine, incluso muchos hablaron de los tomates “transgénicos”, cuando no existe en la Argentina -ni en el mundo- una variedad de ese fruto que haya sido genéticamente modificado.
Aunque mucho se ha dicho para corregir los dichos de Greenpeace, quizás la ciencia moderna le propine al mediático cocinero y a los agroecologistas la lección que les faltaba. Y es que desde el Boyce Thompson Institute llega la noticia de que un grupo de científicos ha descubierto el gen del tomate que podría aumentar la durabilidad de esa verdura pero que a la vez esos tomates “tengan la combinación correcta de sabor y suavidad al comerlos”.
¿Será el gen que podrá asegurarnos el famoso “gusto a tomate”?
“Dirigido por Jim Giovannoni, miembro del Instituto Boyce Thompson (BTI) de Estados Unidos, el descubrimiento también podría ser de gran ayuda para los productores comerciales de frutas, que siempre buscan formas de extender la vida útil de sus cultivos sin sacrificar el sabor”, define un artículo de divulgación de esa casa de estudios.
La investigación se describe en un estudio publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences, con autores de BTI, Universidad de Cornell, el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA) y la Universidad de Zhejiang. Y es que todo el mundo trata de calmar la angustia de Betular. Esta investigación fue apoyada por subsidios del Programa Nacional de Investigación y Desarrollo Clave de China; del Servicio de Investigación Agrícola del USSA y de la Fundación Nacional de Ciencias de EE.UU.
“Las frutas se vuelven más blandas a medida que maduran, lo que las hace susceptibles a dañarse o pudrirse en el transporte desde el campo hasta la tienda de comestibles. Actualmente, los agricultores prolongan la vida útil cosechando las frutas antes de que estén maduras y controlando la temperatura y otros factores ambientales durante el transporte. Pero estos métodos retrasan todo el proceso de maduración, lo que da como resultado tomates y otras frutas que son firmes pero sin sabor”, describe la gacetilla, como para que la entiendan todos.
El estudio se metió con el genoma del tomate (Solanum lycopersicum) para buscar genes involucrados en este procesod e ablandamiento del fruto pero no en su maduración. El equipo identificó un factor de transcripción, para “límites de órganos laterales de S. lycopersicum (SlLOB1)”, que regulaba una amplia gama de genes relacionados con la pared celular y procesos de ablandamiento.
“Hasta ahora, casi todos los factores de transcripción que mi laboratorio ha identificado en el tomate están involucrados en el control global de la maduración”, dijo Giovannoni, un biólogo molecular de plantas en el Centro Robert W. Holley del USDA-ARS y profesor adjunto en Escuela de Ciencias Vegetales Integrativas de Cornell. “SlLOB1 es interesante porque regula principalmente los genes involucrados en el ablandamiento de la pared celular y otros cambios de textura de la fruta”, añadió el investigador.
El conjunto de gener SlLOB1 podría producir tomates maduros, y por lo tanto sabrosos, que no han comenzado a ablandarse, aumentando su vida útil, especulan ahora los investigadores.
Un trabajo anterior del grupo de Giovannoni descubrió que muchos factores de transcripción relacionados con la maduración del tomate se expresaban inicialmente en el lóculo de la fruta, el tejido gelatinoso que rodea las semillas. “La mayoría de los biólogos de frutas descartan el gel locular porque contiene las semillas, que son ‘plantas embrionarias’ distintas de la fruta en sí”, explicó el especialista.
Luego agregó: “Pero los primeros indicios de maduración ocurren en el lóculo, incluso antes de que la fruta comience a cambiar de color o produzca etileno que la ayude a madurar”.
Por esta razón, el equipo buscó en una base de datos de expresión génica del tomate factores de transcripción altamente expresados en el lóculo. También buscaron genes con expresión elevada en el pericarpio, la pared exterior de la fruta, con la premisa de que era probable que expresara factores de transcripción específicos del ablandamiento. En ambos tejidos, altos niveles de SlLOB1 coincidieron con la maduración.
En las plantas de tomate vivas, el equipo descubrió que la inhibición de la expresión de SlLOB1 provocaba un ablandamiento retardado y una fruta más firme, mientras que la sobreexpresión del gen aceleraba el proceso de ablandamiento.
Es importante destacar que el equipo demostró que la inhibición de la expresión de SlLOB1 no tuvo ningún efecto en el proceso de maduración: los tomates maduraron en sus plazos normales. Los niveles de azúcares y ácidos de la fruta no se alteraron, lo que sugiere que “desde la perspectiva del sabor, las frutas probablemente no cambiaron!”, dijo Giovannoni, aunque reconoció que el estudio no incluyó pruebas de sabor.
“Lo que sí cambió es la textura de las frutas; permanecieron más firmes por más tiempo y se suavizaron más tarde”, acotó.
Añadió: “Si podemos encontrar variantes del gen SlLOB1 que retrasen el ablandamiento, los mejoradores podrían introducirlas en variedades comerciales para producir tomates de alta calidad y buen sabor que no se vuelvan demasiado blandos antes de que el consumidor los lleve a casa”.
El ablandamiento retardado inducido por la inhibición de la expresión de SlLOB1 se asoció con otro cambio: los frutos eran de color rojo más oscuro, debido a niveles más altos de los pigmentos betacaroteno y licopeno en el lóculo y licopeno en el pericarpio.
“Estos tomates también tienen una mayor calidad nutricional porque estos pigmentos son antioxidantes y su cuerpo convierte el betacaroteno en vitamina A”, dijo Giovannoni.