Al igual que muchos otros productores y multiplicadores de trigo, el cordobés Juan Pablo Finelli se encontró con la dificultad de sumar valor a la producción. Eso es lo que lo motivó a tomar las propias riendas de su negocio y a levantar su propio molino, lo que generó un efecto contagio entre aquellos que tampoco querían depender más de terceros.
“Nosotros metíamos trigo en un molino para hacer fasón, pero como no me daban más para vender, empecé con la loca idea de poner un molino chico propio. Hablamos de un molino que procesa 50 toneladas por día, son dos camiones de trigo”, recordó Finelli en una charla con Bichos de Campo.
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“Para eso investigué mucho. Empecé a preguntar y contraté gente que conocía del rubro. Hay una gran frase que dice que no hay que saber, sino que hay que saber el teléfono del que sabe. Un año y medio después llegamos a tener un equipamiento. Al momento de instalarlo, otros fasoneros nos dijeron que querían tener su propio molino. En su momento dije se los vendo, total el desarrollo ya lo tengo. Ahí descubrí mi pasión por los fierros y vendimos más de 30 molinos en Argentina”, añadió el empresario que hoy está al frente de la firma AG Miller especializada en dar soluciones para agregar valor a los granos.
El creciente interés de los productores, de hecho, llevó a esa empresa a incursionar también en el armado de plantas de balanceado y premezclas, con maquinaria desarrollada específicamente para esas producciones.
“Esto es una relojería muy interesante y apasionante. Lo que más me motiva a mí es ver a familias de productores que tienen muchas hectáreas, que quieren agregar valor y no quieren ir más a Rosario. Quieren pasar de vender un commodity en toneladas a vender un producto terminado en kilos. Y a esa gente que tiene esa visión estratégica de no ir más al puerto nosotros la acompañamos y asesoramos”, señaló Finelli.
En ese sentido, AG Miller les ofrece a los clientes un sostén en la parte comercial, no solo a través del acercamiento a gerentes especializados sino también al contacto con compradores de productos terminados.
“Nosotros sabemos los puntos flacos y no queremos solo vender el fierro y darnos vuelta. Eso es vender un problema, no vender una solución”, afirmó el cordobés.
Y agregó: “Una instalación de estas es un matrimonio. Son 20, 30 o 40 años. Mucha gente coyunturalmente dice ‘hoy es negocio el molino de trigo, hoy el negocio de la planta de mascota’. Yo siempre digo que es un matrimonio y vos tenés que amar lo que vas a poner. ¿Por qué? Porque por la coyuntura de todos los países de Latinoamérica va a haber altas y va a haber bajas. Y cuando hay bajas tenés que este aguantarlo, como sucede en un matrimonio”.
-¿Es muy caro tener un molino propio?- le preguntamos.
-Normalmente cuesta 15.000 dólares por tonelada. Entonces si alguien quiere un molino de 100 toneladas, puede hablar de 1 millón y medio. Pero después viene el montaje, la instalación, la parte del envasado, del laboratorio. Si uno no tiene absolutamente nada, tiene que considerar una inversión de entre 3 y 5 millones de dólares para que esté andando. Todo depende de cómo lo va a vestir. Es mucho más fácil cuando alguien ya tiene un galpón, ya tiene silos, ya tiene una hidráulica, ya tiene una balanza y falta la inversión del molino. Hacerlo de cero es mucho más costoso.
-¿Vale la pena hacerlo?
-El 80% del costo de la harina es el trigo. La mayoría de los productores que tienen trigo tienen el 80% del costo en su campo. Por eso es muy mucho más difícil competir hoy con los nuevos molineros, que están siendo los productores, frente a molinos que tienen que salir a originar afuera. Al tener el 80% de tu costo, vale la pena casarse. Ninguno de los productores, cooperativas o acopios que hemos acompañado se divorcia. Después siguen creciendo y siguen agregando valor. Y todos nos dicen que tendrían que haberse dedicado a esto antes. Una vez que encontrás el amor por el bichito del valor agregado, y pasás de vender toneladas a vender kilos, te encanta y no te bajas.