Javier Siviero es productor de cítricos, siempre fue productor de cítricos. Sus hermanos son productores de cítricos junto con él. Su padre también es productor de cítricos. El abuelo de Javier también lo fue.
Javier vive en Mocoretá, en el sudeste de Corrientes, a pocos kilómetros de la frontera con Entre Ríos. Estas tierras salpicadas por las aguas del caudaloso Río Uruguay fueron colonizadas por italianos y españoles, pero antes pertenecían a un gran estanciero. En este caso la familia Sáenz Valiente, alguno de cuyos integrantes se había casado con una hija de Justo José de Urquiza.
El abuelo de Javier se llamaba Santos Siviero. Santos no era citricultor cuando, como colono recién llegado a estos parajes, arrendaba un poco de tierra a esa estancia: 33% de todo los que se producía iba a parar al patrón en concepto de alquiler. Santos, como el resto de los inmigrantes, producía lino, producía tártago, producía cebolla, producía maní. Todo lo que se necesitara para sobrevivir.
Al abuelo de Javier, sus vecinos, lo trataron de loco e irresponsable cuando anunció que además iba a implantar, si el patrón lo dejaba, unos naranjos desde la semilla (en esa época ni siquiera había plantines). “Como la tierra no era de él lo miraban raro, cuenta Javier. Le decían: “Pero Santos, ¿cómo se te ocurre producir naranjas en tierras arrendadas? Quizás estés en otro lado para cuando esos árboles den frutos”.
El escenario mayor de la fiesta de la citricultura en Mocoretá lleva el nombre de Santos Siviero. Los naranjos prosperaron y Santos pudo saborear su jugo, porque pudo comprar finalmente un pedazo de campo, instalarse definitivamente y hacer familia. Ahora es considerado una suerte de patriarca de la citricultura en la región. Entre el sur de Corrientes y el norte de Entre Ríos existen unas 70 mil hectáreas implantadas con naranjos y mandarinos.
Ver Fernando Borgo: “Los citrícolas nos hemos ido mediocrizando y hoy luchamos por sobrevivir”
Javier, el nieto de Santos, ahora habla con Bichos de Campo. Se le salen algunas lágrimas cuando describe que aquella economía regional que nació con su abuelo y tuvo su época de esplendor con su padre, hoy está languideciendo. Le tocan las generales de la ley de las economías frutícolas, donde los bajos precios de la fruta no siempre llegan a compensar los costos de producirla. Donde no hay árbitro que defienda a los productores. El Estado, de cualquier rostro, se ha convertido al algo peor al viejo estanciero: se lleva más dle 33% de los ingresos.
Mirá la entrevista completa con Javier Siviero:
En el departamento de Monte Caseros, donde están las 70 hectáreas de cítricos de la familia de Javier, hay en total unas 18 mil hectáreas sembradas con naranjas y mandarinas, algo de limón y también de pomelo. O mejor dicho, “debería haber 18 mil -nos aclara Javier-, porque se han ido abandonando muchas. Hay mucha gente que no está pudiendo llegar con los costos desde hace muchísimos años. No es reciente, y lo aclaro porque no solo es culpa de este gobierno. A veces se juntan factores climáticos con cuestiones económicas, pero lo cierto que no llegan a cubrir los costos”.
Javier ha venido cobrando unos 2 pesos por kilo de naranja ombligo colocada en el mercado de Buenos Aires y su conurbano, y quizás algún peso más por kilo de mandarina. Es más o menos lo mismo que se ha venido pagando los últimos dos años. Sus costos, si él hiciera lo óptimo, estarían bastante por encima de eso, pero Javier y el resto de los productores van achicando la inversión, con lo cual mal la podrían medir. Le quitan fertilizantes a las plantas, dejan de podarlas, descuidan la pelea contra alguna plaga. Se pauperiza todo.
A veces, y este año le sucedió, Javier ha debido tirar lotes enteros de fruta, dejarla pudrir en los suelos, al pie de los árboles, donde por lo menos sirven para aportar algo de materia orgánica. “A veces ni siquiera se encuentra mercado para colocar la fruta. No hay mercado”, nos dice. En su propio ejemplo, nos cuenta que “pasó todo junto. Los valores eran pésimos, no cubrían los costos de cosecha, y por más que algunas veces uno quisiera venderla al costo, no se vendía. Era llevarla hasta allá para tirarla en el mercado”, completa.
-¿Qué se pierde cuando cierra una chacra?- le preguntamos a Siviero.
-Se pierde la dignidad, el amor propio, se pierde todo. Es una angustia incalificable. Aparte de los económico, que está clarito, la familia se disgrega, la gente se va. esta es una producción que da mucho trabajo. Lo cataloguen como lo quieran catalogar, es trabajo y la gente se lleva dinero a la casa, sea en blanco, sea en negro. Se critica mucho pero no podemos estar dentro siempre de lo que es la ley laboral. Uno necesita un montón de gente un día y al otro día nada. Es una actividad zafrera. La fruta es algo que hoy pide el mercado y que mañana no se vendió. Y no se vendió.
Javier dicen que en el mejor de los casos, cuando llega a obtener un retorno de 1 peso por kilo de fruta, necesita la ganancia de un bin completo de 350 kilos para poder enfrentar la compra de un kilo de pan.
“Acá hay dos castigados: uno es el productor primario y el otro es el consumidor final. Pero de esos dos hay uno doblemente castigado, que es el productor, porque también es consumidor. También compra gasoil, comida o ropa”, razona.
Ver La mayor distorsión ahora está en los cítricos, según el relevamiento de precios de la CAME
Siviero, tercera generación de citricultores, nieto del “loco” al que se le ocurrió plantar naranjos desde la semilla en tierras alquiladas, se fastidia con Bichos de Campo cuando le preguntamos provocativamente por qué si pierde tanto dinero no reconvierte sus tierras a otros cultivo, o directamente cierra y se dedica a otra cosa.
“Usted es periodista. Me imagino que lo hace porque le gusta. Nosotros hacemos esto porque nuestra alma está acá, es parte nuestra, es eso. Esto está vivo, lo plantamos nosotros, no es arrancar y cortar y poner otra cosa. Es parte nuestra”, nos responde.