Felipe Ghersa, docente de Cerealicultura en la Facultad de Agronomía de la UBA (Fauba) y becario del Conicet en el instituto IFEVA (UBA-Conicet), empleó modelos de simulación de cultivos y algoritmos para proyectar treinta años de decisiones agronómicas en cultivos extensivos a través de múltiples combinaciones posibles.
“Usé modelos computacionales para simular tres décadas de agricultura y explorar el tipo de cultivo que el productor elige, las rotaciones, el nivel de insumos y cuándo y a qué densidad siembra, entre otros manejos”, relató Felipe.
“Por un lado, me basé en modelos de simulación para estimar los rindes en función del clima, del suelo y de ciertas características fisiológicas de las plantas. Por otro lado, apliqué algoritmos de optimización para analizar las millones de combinaciones y ordenarlas según sus desempeños. Lo que a campo tardamos un año, lo podemos hacer ahora en un par de segundos con gran efectividad”, explicó en un artículo publicado por el sitio de la Fauba Sobre la Tierra.
El trabajo en cuestión, que se hizo con datos provenientes del partido bonaerense de Pergamino, encontró –asegura Felipe– compromisos entre el desempeño ambiental y el económico. “Los sistemas que tuvieron el mejor desempeño económico no fueron los de mejor desempeño ambiental. Cuando buscamos maximizar el beneficio económico a través de la agricultura, hay mayores impactos ambientales”, apuntó.
“Sobre todo, lo vemos al aumentar el uso de insumos; por ejemplo, de fitosanitarios. Entonces, aparece una primera elección, si ir hacia sistemas con mayor desempeño económico y perder desempeño ambiental, o viceversa”, agregó.
Felipe aclaró que el desempeño económico es sencillo de incorporar en sus modelos computacionales, mientras que el ambiental es más complejo. “Para abordarlo, lo redujimos a un conjunto de variables representativas del funcionamiento mínimo que necesitaría un sistema de producción de alimentos, fibras o commodities (sic). Miramos la dependencia del uso de energía no renovable, la biodiversidad y la salud del suelo”, señaló.
El investigador de la Fauba y del Conicet dijo que “los puntos intermedios requieren consensos de la sociedad” y que “la pregunta es cuánto estamos dispuestos a perder de cada uno y que los sistemas se mantengan como una actividad rentable, pero no degraden al ambiente a un punto que no se pueda producir más”.
Asimismo, Felipe remarca que halló una tensión muy marcada entre el desempeño económico y los aportes de carbono al suelo “El cereal hace grandes aportes de carbono al suelo, pero la oleaginosa es más rendidora en términos económicos. Entonces, si se prioriza el dinero, la soja va a ocupar gran porcentaje de las rotaciones, a costa de una posible erosión del suelo”, afirmó.
En este sentido, Felipe añadió que es clave conocer cuánta materia orgánica pueden perder los suelos hasta que los rindes del sistema bajen de forma drástica. También aclaró que determinar esos valores ‘umbrales’ es muy complejo. “En los sistemas extensivos con alta proporción de soja, se reduce la materia orgánica del suelo. En Pergamino es un hecho”.
A futuro, Felipe junto a su tutor Diego Ferraro quieren replicar el estudio en otras regiones para conocer si se mantienen los compromisos que observaron en Pergamino o si es posible aumentar el desempeño económico y el ambiental al mismo tiempo. Además, van a evaluar qué pasa cuando modifican los ‘forzantes del sistema’, como el clima o los precios.