Las Lomitas es una localidad ubicada en la región central de la provincia de Formosa, a 300 kilómetros al oeste de la capital provincial. En la avenida San Martín y calle Matienzo de esta ciudad se ubica la Agencia de Extensión Rural (AER) INTA Las Lomitas. El ingeniero zootecnista Héctor Vera está a cargo como responsable de la misma desde 2006, pero recién fue nombrado Jefe en 2015. Es nacido en Clorinda, casado, con dos hijos y recibido en la Universidad Nacional de Formosa.
Vera me cuenta que Las Lomitas se convirtió en el epicentro ganadero de la provincia y que la Agencia que conduce abarca una cuarta parte de la superficie de la misma. Pero lamentablemente está solo en esa oficina, y ante esta carencia se apoya en otras instituciones con las que trabaja de modo conjunto, como la Municipalidad, el Ministerio de la Producción y Ambiente de Formosa, la Secretaría de Agricultura Familiar, el SENASA, el CEDEVA e instituciones educativas.
A 40 kilómetros de Las Lomitas se halla el Bañado La Estrella, tercer espejo de agua más importante de Sudamérica, de una extensión de 400.000 hectáreas, con una enorme biodiversidad y un gran futuro turístico, por sus aves y su fauna, como wasunchos o corzuelas, armadillos o quirquinchos, chanchos salvajes o pecaríes labiado y de collar, jabalíes, yacarés negros y overos.
El INTA aprovechó el programa Cambio Rural para apoyar a los pobladores del Paraje Fortín La Soledad, trabajando en formar grupos de 8 a 12 guías, asesorándolos técnicamente con una licenciada en Turismo para mejorar la atención, mostrando los trabajos que se hacen en corral, realizando cabalgatas, acompañando a hacer avistajes de aves y otras especies, de a pie o en canoas, piraguas o lanchas.
La mejor época se da en otoño y primavera. Alberga una gran variedad ictícola para la pesca deportiva y el alimento de los nativos y criollos: bogas, surubíes, pirañas, bagres, etcétera. El monte provee de maderas de Itín, Algarrobo, Quebracho colorado, Guayacán, generando una gran industria de muebles, de postes para los campos, balancines y mucho más.
Además el Bañado beneficia al monte en su derredor con una variada floración durante todo el año, volviéndolo propicio para la apicultura, con muy buenos rendimientos. La miel de monte es un producto muy preciado. Pero además este monte provee de los frutos como el mistol, el chañar y la algarroba, de la que se elabora una harina muy nutritiva, aprovechada por los celíacos. Los nativos preparan con esta chaucha, el dulce patay y la aloja, una bebida aguardiente a partir de su fermentación.
Pero así como en verano llegan a los 46 grados de temperatura, en enero, con temporadas lluviosas, en invierno han llegado a tener heladas con 7 grados bajo cero y una temporada seca, afectando a la pastura.
La región tiene una larga historia -un siglo y medio- de ganadería, con animales criollos que se adaptaron muy bien a la amplitud térmica y a alimentarse del ambiente de monte, de praderas y bañados. Pero a esa actividad tradicional, que aprovechaba entre 15 a 20 hectáreas por animal para su producción, hace unos 20 años se le introdujo una pastura exótica proveniente de Sudáfrica, llamada Panicum Maximun, de variedad Gatton Panic, que agregó un gran potencial al forraje natural en esas tierras, pasando a necesitar apenas una sola hectárea por animal.
Además se provocó una evolución genética incorporando razas híbridas, cruza con cebú, con gran resistencia a las altas temperaturas y los parásitos de la región, cruza de Brahma con Hereford, que da el Braford, y con Aberdeen Angus, que da el Brangus. Esto provocó un desarrollo productivo con una gran oleada de empresas que fueron a invertir a la región.
Pasaron de vender los terneros a empresas de la región pampeana, volviendo como carne faenada, a cambiar su perfil productivo, realizando el ciclo completo, como es el caso del Departamento Patiño, produciendo carne de exportación y abasteciendo el mercado provincial con epicentro en Las Lomitas.
Incorporaron tecnología en la reproducción y en el manejo, generando altos índices en los resultados. Los pequeños y medianos productores criollos, con métodos tradicionales, comenzaron a ver que los inversores foráneos los comenzaban a aventajar y el INTA comenzó a promover que se actualicen para que no queden rezagados.
Como están acostumbrados a un trabajo individual, en las capacitaciones Vera pone el acento en la organización comunitaria, el asociacionismo y el cooperativismo, para que se fortalezcan mutuamente y puedan competir con los grandes inversores o llegar a proveerlos. El INTA les trasmite manejo de destete y suplementación estratégica de los terneros para que puedan acomodar sus rodeos, que sean lotes más parejos y mejor presentados en los remates, que lleguen gordos, castrados y descornados, mejorando el manejo de los servicios al punto de que las madres entren en celo en un período más concentrado.
Pero el ganado menor, de cabras y ovejas, representa la carne de la alimentación diaria, sumado a sus derivados, como la leche, quesos y quesillos, que además, al comercializarlos les da la posibilidad de “monedear” y les impacta en un 60% a favor de su economía familiar.
La región cuenta con algunos arenales, que son paleocauces colmatados con arenas, es decir, que alguna vez fueron cauces de ríos, donde prevalece un pasto natural, el aibe o el espartillo, y conforma un suelo con aptitud agrícola.
Esta actividad comenzó con el cultivo de algodón en la década de 1990. Luego llegaron cordobeses y santafesinos a cultivar maní, que anduvo muy bien, pero en un momento lo comenzó a afectar un hongo que hizo decaer su calidad y se perdió este cultivo. Entonces se comenzó a apostar a las cucurbitáceas, plantas de guía, que dan como frutos las sandías, melones, los zapallos y pepinos, a los que estos suelos y el clima le dan condiciones ideales, porque el suelo arenoso irradia muy bien al sol y permite la germinación en épocas desfavorables, como es la primera quincena de julio. Claro que deben luchar con las heladas y la sequía de la época y para eso se utilizan las mantas térmicas o microtúneles con riego por goteo con una manguera que va por dentro.
La superficie de los cultivos de sandía y zapallo de modo tradicional disminuyó cuando se abrió la importación de Brasil y Paraguay con precios más bajos: se bajó de 1.500 hectáreas a 300 o 400. Pero ahora al intensificar su producción, con elección de las semillas y del cultivo, con la cobertura y el riego se logra “la primicia”, es decir la primera sandía y el zapallo, con dulcísimo sabor, a mediados de octubre. En los primeros quince días, logran un excelente precio. Cuando ya salen al mercado las sandías de Castelli o de Salta y Corrientes, ya cae su precio y sólo les queda venderlas al mercado de Formosa.
Héctor me advierte que los verdaderos protectores del monte son los pobladores criollos y los nativos, de las etnias pilagá y wichí, aunque además están los curupíes. Los pilagá hacen cestería de carandillo, por ejemplo, la comunidad Qompí, de Pozo del Tigre, cerca de Las Lomitas. Y los wichí trabajan el cháguar.
El INTA posee un área, en Buenos Aires, con diseñadores y con una marca propia llamada “Somos Fibra”, que los apoyan y asesoran hasta en la comercialización de sus productos para que lleguen a un público exigente, de alto poder adquisitivo, incluso extranjero.
Los aborígenes utilizan tinturas extraídas de plantas naturales. A medida de que se alejan de Las Lomitas, hacia el oeste de la provincia, aumentan las poblaciones aborígenes. Pero éstos necesitan buscar el cháguar cada vez más lejos de sus comunidades.
El INTA está investigando este planta, tratando de domesticarla y producirla en los hogares de las artesanas. Las intendencias están llevando a las mujeres hasta los lejanos lugares a recolectarla. El INTI ha desarrollado una desfibriladora de cháguar que agiliza el proceso de esta bromelácea, pariente del ananá, que en su modo artesanal debe machucarse para separar sus fibras.
A Formosa se la identifica con la región litoraleña y por lo tanto, con el chamamé y las comidas guaraníticas, pero su región central está más influenciada por las culturas salteña y santiagueña, de modo que predomina un estilo propio de “chacarera del monte”, que se suele tocar con acordeón y violín, mientras se come quesillo y tortillas a la parrilla o “torta parrilla”, en vez de los clásicos chipacueritos o tortas fritas.
La gastronomía regional tiene su aporte cultural como atractivo turístico, cuando los criollos juntan las majadas y trabajan en los corrales, en las carneadas o en las yerras, para que luego las mujeres, con las vísceras de los cabritos cocinen la exquisita chanfaina, o el estofado de cabrito, o los hombres los asen a la estaca. Elaboran los quesillos o un dulce de leche de cabra. Cocinan los peces grandes a la parrilla o hacen chupines de pescado.
Hallé en Héctor Vera a un ser cordial, humilde, transparente, muy trabajador y comprometido con su tierra y su gente. Le preocupa que se haya perdido gran parte de la cultura del trabajo y de la producción familiar. Muchos pobladores del monte vienen a la ciudad a comprar las verduras, dice con pena.
Pero él sigue trabajando en agregar valor a las artesanías y a las producciones de nativos y criollos, aportando ciencia y técnica, pero sabiendo que la cultura y el saber popular de ellos son la fortaleza para ofrecer al turismo y para proteger la biodiversidad del monte formoseño, que tanto ama. Nos dedicó la chacarera del monte “De mis raíces”, de y por Hernán Arias.