El suelo es un recurso finito, el clima insiste en cambiar y amenaza sobre todas las cosas la producción de alimentos. Esta realidad pega cada vez más fuerte y el hombre busca la forma de hacerle frente. Por eso ya se piensa en multiplicar una práctica que no es nueva, pero si alentadora: los invernaderos subterráneos.
Según una nota publicada por Carla Barbuto en el sitio Más Producción, si bien la postal se muestra como una solución atractiva incluso desde el punto de vista arquitectónico, dentro de poco puede convertirse en una necesidad.
Es que los especialistas advierten que para el año 2050 el cambio climático aumentará sin medida el precio de los alimentos y según datos de la FAO, “para alimentar a la futura población, en la agricultura mundial se tendrá que producir un 70% más de alimentos que en la actualidad, usando solo un 5% más de los recursos naturales”.
En este sentido son los continentes de Europa y Asia los que van a la vanguardia con este tipo de ensayos. No obstante, los antecedentes se localizan en Bolivia, donde desde la década del 90 se construyen los Walipinis, nombre que reciben los invernaderos construidos de tierra y arcilla para resistir el clima del altiplano. Sin embargo, el método moderno representa una alternativa para cultivar bajo tierra sin que intervenga la luz solar, sino utilizando solo agua y energía renovable.
¿Cómo funciona? Los productos cosechados crecen bajo un sistema de cultivos hidropónicos. Las plantas reciben la energía lumínica de lámparas LED y reciben los nutrientes necesarios a partir de un sistema de riego de agua que les hace llegar disoluciones minerales. En algunos casos se emplea estiércol compostado.
Se trata de la más reciente tendencia de la agricultura urbana y a diferencia de los invernaderos tradicionales, se construyen en megaciudades, a una profundidad superior a los 30 metros.
Si bien este sistema garantiza la producción durante todo el año, su limitación radica en la diversidad de cultivos. Es decir bajo este sistema solo se logran algunas verduras y plantas aromáticas, como es el caso de la albahaca, el cebollino y la menta, por mencionar algunos.
Entonces convencidos de que “hay vida bajo tierra” y junto a la necesidad de producir alimentos en un contexto ambiental difícil, ciudades como Inglaterra, Escocia, Estados Unidos, experimentan con este tipo de cultivos hidropónicos. Lo mismo sucede en Francia, donde se aprovechan alrededor de 600 hectáreas de un antiguo estacionamiento para plantar endivias y setas. Mientras que en Londres, a 33 metros bajo tierra, en un refugio de la segunda guerra mundial se construye el huerto bajo tierra más grande de Reino Unido.