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“Hasta el acceso al sol está privatizado en la Ciudad, por eso buscamos el cambio”: ABRE quiere formar una tribu de seres sintientes para migrar hacia el campo

Lola López por Lola López
27 enero, 2022

Un día algo pasa. Algo que quizás parece menor pero que deja una semilla. Y esa semilla crece y crece hasta que se transforma… ¿en qué? Y bueno, ahí cada uno verá. En este caso fue el inicio de ABRE Comunidad Consciente, el proyecto de un barrio comunitario rural para vivir en armonía con todos los seres sintientes que habitamos este mundo. ¿Será posible?

Damián Caputo cuenta que ABRE surge inicialmente como una necesidad de cambiar de vida: “Fue ante un viraje en la mirada del mundo que nos ocurrió a Patu (Leonardi) y a mí hace unos 7 u 8 años, fue una especie de revolución interior que nos hizo reflexionar, nos abrió la conciencia y nos sacudió; tuvo que ver con cuestionar el antropocentrismo y dejar de pensar que los otros seres sintientes son solo un decorado”.

Sí, fue un trabajo muy personal: Damián comenzó a mirar hacia adentro de sí y a cuestionar lo que detectó como su propia violencia, las costumbres que había dado por verdaderas, la ‘tradición’ que le habían enseñado como una “verdad”. Descubrió que muchos de sus hábitos y “decisiones” eran la repetición automática de acciones sin una reflexión, sin pensar si realmente él lo estaba eligiendo. Y así llegó a revisar su manera de relacionarse con el mundo y con los seres con quienes convivimos como humanos.

“Si bien fue de modo interior, fue una transformación que hicimos ‘juntxs’ Patu y yo, de la mano, nos ocurrió en simultaneo. Fuimos adentrándonos en nuestras búsquedas personales mediante charlas compartidas, reflexiones y libros, acceso a información por internet y cambios de rumbo que fuimos haciendo, paso a paso”, explica.

“En ese camino pudimos ver con claridad dos cosas. Por un lado, lo difícil que es, en este actual modo apurado de vivir, el conectarnos con la parte más linda de la vida, la belleza, la serenidad, la libertad, el arte, la contemplación, el placer o la solidaridad. Y por otro, tomamos conciencia sobre el estado del planeta, de lo insostenible en el tiempo que es la actual forma humana de existir, los daños que genera en el mundo y en las criaturas que vivimos en él, la violencia sistémica de la cual somos parte, sin quererlo”.

Fue entonces que empezaron a imaginar cómo sería vivir generando el menor daño posible y ahí surgió la idea de crear un espacio en el cual esta forma de vida se dé en la práctica y respetando la vida y la libertad de todos los “seres sintientes”. ¿Sería posible? ¿Cómo sería?

“Lo pensamos como un ‘barrio comunitario’, un lugar para vivir en conexión con la naturaleza, que intentaremos encuentre el equilibrio entre la intimidad de cada familia y los espacios comunes, de encuentro. Todavía estamos en la búsqueda del terreno. Estuvimos recorriendo muchas localidades y proyectos hermosos que nos inspiraron en muchos sentidos”.

En lo concreto, luego de este viaje interior que hicieron Damián y Patu, lo que sintieron era que querían vivir en el campo, en la naturaleza. “Consideramos que las ciudades no son un lugar amable para las infancias, para poder criar en libertad y sin peligros. Nos interesa mucho que nuestro hijo pueda crecer en un entorno de mayor cuidado y rodeado de naturaleza”, detallan.

“De un tiempo a esta parte la vida en la ciudad se ha vuelto muy alienante, agotadora, con una dinámica que no permite conectar con un `estado de presencia’ debido, fundamentalmente, a dos factores. Por un lado, el aumento del control social por parte del Estado, con sus cámaras por doquier, burocracia, aumentos impagables en los servicios y multas tramposas. Y por otro lado, la invasión de la vida por parte del Mercado en lo referido a la publicidad, la contaminación visual y sonora, el acoso a nuestros sentidos que implica la cartelería y la mercadotecnia a cada paso”.

-¿Se han encontrado con personas a las que les pasa igual?

-Sí, es muchísima la gente que está migrando. En nuestro caso nos interesa hacerlo de manera colectiva, en tribu. Creemos que el modelo de “familia” puede resultar limitado en algunos sentidos y que las formas de organización colectiva pueden resolver muchos problemas cotidianos vinculados a la autonomía, la crianza, el cuidado y la democracia directa y participativa.

-¿A qué creen que se debe?

-En las últimas décadas las grandes ciudades como Buenos Aires fueron tomadas por el lucro y transformadas en muy poco tiempo, en función de la codicia y las burbujas inmobiliarias. En sociedades donde hay déficit habitacionales enormes y millones viviendo bajo techos de chapa, se demuelen casas antiguas para construir edificios de lujo, que esas personas nunca podrán comprar. Los negociados se adueñaron de la ciudad. Los espacios verdes fueron invadidos por esa especulación inmobiliaria. Eso hizo que barrios que eran de casas bajas, muy tranquilos, hayan ido desapareciendo. En muchos casos el acceso al sol fue privatizado, solo si tenés dinero podés ver el atardecer. El colapso poblacional generó también un tránsito imposible y un empeoramiento notable en la calidad del aire que respiramos. Los “cien barrios porteños” son hoy una leyenda, ya casi no existen los barrios.

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-¿Cómo realizan la convocatoria para formar esta tribu?

-En parques de la ciudad y a través de las redes sociales, y se acercan muchas familias que están en la misma situación. Sin embargo, el “salirse” de una dinámica de vida urbana requiere resolver muchas cuestiones simultáneamente y tomar decisiones, que no siempre son fáciles de tomar a nivel laboral, social, familiar… El factor económico es una barrera también. El desafío de ABRE es intentar que no sea un impedimento, a partir de darnos la mano, y romper con el gen de la desconfianza, que traemos de la ciudad.

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-¿Cómo sería la vida en el día a día en la comunidad? ¿Qué actividades se realizan en conjunto?

-Soñamos con un grupo de personas que se sientan parte de un todo, pero sin perder a la vez, la autonomía personal o familiar. Lo que deseamos es poder encontrar una dinámica de “barrio comunitario” en la cual haya un justo balance entre el compartir y la privacidad. Creemos que uno de los pilares que se están cayendo dentro del actual colapso sistémico, es el individualismo propio de la vida moderna, la despersonalización y la ausencia de profundidad en los vínculos sociales. El vivir sabiendo quién vive al lado, qué cosas disfruta, cuáles le disgustan, por qué momento de su vida está pasando, si se encuentra bien, si necesita ayuda, etc. es casi un imposible en las gigantes ciudades. Planeamos crear en conjunto un espacio de aprendizaje libre y autodirigido, una huerta, una plaza y una sala de encuentro donde podamos compartir mates, películas, comidas, arte.

-¿Qué sienten que van a encontrar allí?

-Una vida más simple y tranquila. Más tiempo para estar, compartir y desarrollar nuestros proyectos. Más aventuras con nuestro hijo, nuestra manada y la tribu. También otras formas de riqueza: estamos en un paradigma productivista, en el cual se considera “rica” a una persona que tiene recursos materiales, aunque nadie la quiera. Como dice el filósofo Serge Latouche hay muchas otras formas de enriquecer nuestras vidas, que están vinculadas a diferentes dimensiones de la existencia. Los vínculos, el ocio, el arte, la vida espiritual, los placeres y la sexualidad, el compromiso con la realidad, el cuidado de los seres que nos rodean… Nos surgió como una necesidad urgente el buscar una cotidianidad en la cual podamos reconectar con toda esa riqueza. Y para eso es necesario relacionarnos con el tiempo de una manera diferente.

-¿Cómo entran las yurtas (carpas) en el proyecto?

-Averiguando diferentes opciones de bioconstrucción, un amigo nos las mencionó. Ahí fue que empezamos a averiguar. Nos parecieron una salida muy funcional, muchísimo más accesible a nivel económico que una casa y hermosas desde lo estético. Pero el punto más importante a favor nos pareció la practicidad y velocidad a la hora de armarlas, en comparación con la construcción de una casa. Creemos que el bajo costo puede hacer posible que muchas más familias logren la salida de la ciudad que desean.

-¿Cualquier persona se puede sumar? ¿Cómo se hace?

-Los encuentros que convocamos en las plazas son una buena instancia para conocer otras familias, compartir momentos y ver si nos sentimos afines. En las redes del proyecto difundimos las convocatorias y la gente interesada nos suele escribir y acercarse.  Creemos que la dinámica humana (el diálogo, la búsqueda de consensos y la comunicación no violenta) es el pilar que sustentará el proyecto.

-¿Cómo se plantea el aprendizaje para los niños y niñas?

-Consideramos que la escuela, como la conocemos, no es un lugar propicio para que las personas puedan conectarse con sus deseos e inquietudes, descubrir qué les gusta a hacer y llevarlo a cabo. Es por eso que el espacio de encuentro para las infancias en ABRE será un lugar donde buscaremos que cada niñx pueda llegar a ser quien es, siempre desde el respeto, la consideración y la libertad. Fortalecer lo vincular, facilitarles herramientas reales que vayan a necesitar en el futuro. La pregunta es: Aquello que aprendemos en los colegios ¿nos acerca o nos aleja de quiénes somos?

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-A veces parece que eso se contesta solo…

-Tal cual, sobre todo cuando sabemos que los contenidos curriculares son definidos en un lugar muy lejano a nuestros deseos e intereses particulares. Incluso aunque haya cosas que deseemos aprender, muchas veces los modos de la escuela institucional no nos permiten hacerlo a nuestra forma, con nuestros tiempos y ritmos. La obediencia y la obligación están siempre ahí́, como aguafiestas que arruinan el festejo que significa aprender. Por eso nos parece importante que el crecimiento de una persona esté centrado en su mirada interior, para conocerse a sí misma, y promover la conciencia.

Etiquetas: abrecultura ruraldamian caputoruralidadseres sintientestribusvida rural
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