Julio Manuel Pereyra (39) es uruguayo, profesor de Historia y licenciado en Educación. Hoy reside en la provincia de Misiones, luego de pasar por Corrientes, Santiago del Estero y Chaco. No quiere llamarse docente sino “educador comunitario”.
-¿Julio, podés explicarnos la diferencia entre esos términos?
-Yo creo que no elegí la docencia, la docencia me eligió a mí. Tuve la suerte de estudiar profesorado de Historia porque me gustaba, y en el camino me enamoré de la docencia. Poco a poco fui virando hacia otra forma de educar, hacia la educación comunitaria y popular del brasileño Paulo Freire, porque tiene otro fin, es totalmente diferente a la del sistema formal de acreditación y certificación de saberes. Va por otro camino. Terminé tomando a Freire como referente, por convicciones filosóficas, ideológicas y pedagógicas. En las prácticas comencé a trabajar con estudiantes en barrios y aldeas muy vulnerables, de pueblos originarios, con discapacidad, y a generar mi propia mirada sobre una educación inclusiva. Hoy soy una extraña mezcla entre profesor de educación especial, rural e intercultural bilingüe.
A esta forma alternativa de educar, Julio pasó a dedicarle la mayoría de sus horas diarias. En 2013 llegó a trabajar en Paso de los Libres, Corrientes, en su vecino país, Argentina, cuando un día halló en las afueras de esta ciudad a niños que, en vez de estar en la escuela, se hallaban buscando comida en un basural, por lo que comenzó un proyecto educativo de escuelitas ambulantes.
Detalla él mismo: “Encontré a un niño con discapacidad, no institucionalizado, que tenía zoonosis y parasitosis, y por quien nunca nadie había velado, cuyos derechos nunca habían sido consagrados en base a que ni siquiera tenía identidad. Descubrí que hay dos Argentinas. Comencé a visibilizar todo eso como una forma de denuncia y de protesta, que luego se transformó en una forma de educar y de poder generar políticas públicas”.
Así nació su proyecto como una red de activismo por los derechos humanos, al que este educador llamó Caminos de Tiza, y aclara que en su pedagogía itinerante y de la emergencia hoy escribe y dibuja sobre las paredes y puertas de precarias viviendas de familias marginales, las que se hallan privadas de sus derechos básicos universales, como salud, educación y vivienda digna. ¿Qué escribe o dibuja? Cómo potabilizar el agua, por ejemplo. Gracias a su trabajo en la detección temprana de trastornos del neurodesarrollo y a la creación de espacios para la primera infancia, a Julio se lo conoce como “el maestro de la selva misionera”.
Pero Julio alzó su voz y comenzó a denunciar públicamente aquellas situaciones de desnutrición en los niños de los basurales, hasta que empezó a recibir amenazas. Fue cuando un compañero periodista y articulador de cultura, Raúl Saucedo, le sugirió que se trasladara, por su propia seguridad, a seguir trabajando en la provincia de Misiones, y así lo hizo. Recaló en Capioví y comenzó a trabajar por toda la provincia.
Un día Julio fue a dar una conferencia sobre discapacidad e inclusión a la Universidad de Misiones y conoció a Yanina Rossi, quien comenzó a trabajar con él como su compañera pedagógica, hasta que con el tiempo se unieron en el amor. Hoy viven en Puerto Rico y ella trabaja en la parte intercultural bilingüe con la comunidad guaraní, se dedica a abordar las perspectivas de género, métodos anticonceptivos, higiene femenina, cómo denunciar violencia de género y cómo prevenir la trata de personas, entre otros temas.
En Misiones, Julio halló también la pobreza, el analfabetismo y la falta de políticas públicas con impacto negativo en la discapacidad. También, problemáticas de trabajo infantil, desnutrición, abandono, prostitución, chicos migrantes de Paraguay que no tienen ninguna política pública argentina que los contemple, etc. Explica cómo los turistas van a ver el paraíso en las cataratas de Iguazú y desconocen que a pocos kilómetros hay niños que mueren por enfermedades relativamente simples como la parasitosis y la tungiosis, y donde la población vive en casas de cartón y nailon.
Hoy junto a Yanina, Julio trabaja en 14 parajes y colonias de selva y monte, y en aldeas de aborígenes, a lo largo de la provincia, desde Roca, Colonia Yacutynga, Paraje 130, Barrio El Mirador, Rosa Chico, San Gotardo, hasta la aldea Mby’a Guarany Kaa’guy Porá 2, al norte de Andresito. En esta provincia también comenzaron a sufrir censuras y amenazas. Les quemaron una escuela, recibieron ataques a sus redes sociales hasta quedar inutilizadas y Yanina recibió amenazas concretas. Ellos radicaron denuncias y no han logrado tener una reunión con el gobernador, a quien tienen en alta estima.
Ha sido tal el impacto social que esta pareja ha logrado en sólo 7 años, que hoy llevan recibidos 12 premios internacionales. En diciembre de 2023 Julio Pereyra fue elegido entre los cinco ganadores del Premio de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Esta distinción que la ONU inauguró en 1968 y se realiza cada cinco años, se entrega a personas y organizaciones que hayan realizado aportes significativos en la promoción y protección de los derechos humanos y las libertades fundamentales. Recibieron este premio internacional Martin Luther King en 1978, Nelson y Winnie Mandela en 1988, Estela Barnes de Carlotto en 2003 y Malala Yousafzai en 2013, entre otros. Acaban de regresar de Viena, de recibir otro premio de la ONU en Austria.
“Nos premiaron la innovación y el impacto –asegura el educador uruguayo-. Para mí, los procesos educativos se miden cuantitativamente. Lo cualitativo es subjetivo y te venden discursos demagógicos. Por ejemplo: ¿Cuántos gurises se me murieron? Cero. ¿Cuántos tienen pediculosis? Cero. ¿Cuántos tienen dengue? Reducido. Cuántos chicos se alfabetizaron, repitieron o pasaron de año, cuántos tienen beca, cuántos integran el cuadro de honor, etc.. Porque no me interesa saber cuántos chicos cambiaron su actitud frente a la escuela”.
Julio nació en La Paloma, Departamento de Rocha, es hijo de padre marinero de la Armada y de madre ama de casa. No quiere que se mezcle su vida de docente formal con la de educador popular, porque se declara muy crítico del sistema educativo formal, ya que hasta llama a los institutos “de deformación docente”.
-Explicanos en qué consiste tu crítica a la educación formal
-Estamos en contra de la burocracia administrativa de este sistema educativo porque transforma al niño en un número, donde no importa si aprende o no, mientras asista a la escuela, cuando puede ser que el chico tome a la escuela como un comedor, en vez de un centro pedagógico. La escuela está llena de analfabetos funcionales, pues la educación es vista como una forma de tener a los chicos encuadrados en una estructura en lugar de dotarlos de competencias para la vida. Sin embargo, nosotros evitamos que el niño se vaya de la escuela y desaparezca del sistema. Lo nuestro es complementario y alternativo al sistema escolar formal. Los aborígenes, que en nuestro sistema educativo comunitario son nuestros docentes auxiliares, no tienen ninguna formación dentro de la docencia del sistema formal. Son referentes culturales, lingüísticos, que transmiten la identidad, la cultura, los saberes populares, imprescindibles para la vida de una comunidad. Y para mí, la conectividad no es requisito indispensable para generar una comunidad educativa.
-¿A los niños los contactan en las escuelas?
-No, con esta frase terminé mi discurso en las Naciones Unidas: “A mí me enseñaron que era un derecho que los niños fueran a la escuela, pero yo aprendí que era una obligación que la escuela fuera a los niños”. Caminos de Tiza consiste en ir a buscar a los chicos a sus comunidades, no generar una escuela para que el chico vaya, porque si el chico es un inmigrante paraguayo fronterizo, padece de trabajo infantil, o tiene que recorrer grandes distancias a caballo para llegar, pues no va a ir, por más que tú le crees una escuela.
¿Entonces en qué consiste la educación comunitaria?
Priorizamos la fenomenología que a las familias les permite prevenir problemas concretos: el pique, la ura, el dengue, la pediculosis, la leishmaniasis, les enseñamos a reconocer insectos y qué hacer si nos pican o los tocamos. También hacemos alfabetización inicial, apoyo escolar, construimos escuelas, traducimos textos al guaraní, hacemos videos en lengua de señas, estimulación temprana, psicomotricidad y comunicación alternativa para los niños con discapacidad, atención primaria de la salud, educación sexual integral y armado de material terapéutico y ortopédico. Trabajamos con niños con dislexia, sordos, ciegos y todo lo que tiene que ver con problemas del aprendizaje.
Cuenta: “Además, trabajamos con los padres para que sepan usar un colchón antiescaras, un nebulizador, cómo mantener limpia una sonda nasogástrica o una valva. Conseguimos donaciones, como sillas de ruedas, bipedestadores, y desarrollamos un ropero solidario y la biblioteca comunitaria Tekom’boe. Trabajamos con sistema Braille. Logramos que desarrollen cultivos, levantamos escuelas en medio de la selva y hemos conseguido alfabetizar a casi el 100% de los niños mayores de 8 años de estas 14 comunidades y muchos de esos niños son bilingües”.
“Por eso Caminos de Tiza enseña prácticas alternativas para la vida diaria de los chicos, como qué pasa si te intoxicas en tu casa, cómo cuidarse de electrocutarse, cómo no contraer tétanos, qué hay que hacer en una inundación, cómo prevenir accidentes cuando hay tormentas, cómo prevenir incendios. Nuestra concepción se basa en una ‘pedagogía de la emergencia’. La formación tradicional consiste en ‘aprender a enseñar’ y se basa en transmitir contenidos. En cambio, la nuestra se basa en ‘aprender a enseñar a aprender’ y en competencias cognitivas: no te enseño química, pero te enseño a reconocer por qué se oxida un clavo”, amplía.
Y cierra: “Lo que de verdad busca Caminos de Tiza es sacar al niño de la ‘pobreza cultural’, esa que consiste en no tener herramientas para hacer reclamos y reivindicaciones y somete a la población al clientelismo político cuando desconoce sus derechos y no sabe ni cómo rellenar un documento ni cómo tratar un simple accidente doméstico”.
-¿Y podrías escribir manuales de educación popular?
-No, porque no hay recetas generales para todos, sino que nos adaptamos a cada comunidad de acuerdo a su problemática particular. No es lo mismo lo que hacemos en Capioví, que en Andresito. Un título formal, en estas realidades no tiene casi ninguna validez. En estos contextos rurales y marginales, la formación es práctica en el territorio con “conciencia situacional”, como cuando el hijo aprendía carpintería de su padre, o a sembrar, o a navegar, etc. Por eso mi modelo no es aplicable en las ciudades, ni en escuelas privadas, sino que busca sostener la trayectoria escolar de los estudiantes en peligro de abandono del sistema educativo. Articulamos con maestros rurales y referentes barriales. Convivimos generando diversas actividades lúdico-didácticas. Experimentos, juegos, talleres, clases y salidas. Respetamos su identidad, creencias, rituales, leyendas y los caciques lo saben. Nos permiten compartir y estar con ellos trabajando sobre esto.
Julio considera que “en estos casos el Ministerio debería formar un equipo que recorriera todas estas comunidades, que se quedara 5 días en la selva o en el campo, como nosotros. Pero nadie quiere hacer esto. No me ocupo de que se cree un hospital, sino de que haya médicos que vayan a las comunidades. Claro que cuando necesitamos intervenciones clínicas, llamamos a un oftalmólogo o a un odontólogo o a un psicólogo. Pero nosotros les enseñamos a cepillarse los dientes y generamos las redes para que tengan pasta dental. Hemos generado un acuerdo con el Banco de Anteojos y con una fundación para que los chicos tengan lentes adaptados”.
-¿Y cuántos trabajan en este proyecto de Caminos de Tiza?
-Mi pareja, Yanina, y yo, para 365 chicos en 14 comunidades dando clases en 4 lenguas: español, guaraní, portugués y lengua de señas. Y para poder propagar este sistema, hablamos de “capacidad instalada”, que consiste en formar referentes comunitarios que desde sus prácticas compartan sus saberes y sus conocimientos con los demás. Desde alguien que enseñe a prevenir accidentes con abejas, a otra persona que sepa cómo labrar la tierra. Nosotros les damos herramientas pedagógicas con base científica para que tengan formas de intervenir en su comunidad. Al ser nosotros itinerantes, no podemos volver a la misma comunidad hasta pasar 20 días.
-¿Y cómo hacen?
-Dejamos un plan de trabajo construido con la misma comunidad para que cada familia siga, básicamente a partir de la estimulación de los hijos. Y eso nos garantiza la continuidad. Lo importante no es lo que nosotros hacemos con los chicos, sino “a través de ellos”, que es educar a las familias. Al chico le enseñamos a reconocer comida vencida, a leer etiquetas, y logramos que la familia participe de la clase. Dejamos ejercicios de trabajo de alfabetización inicial, de conciencia fonológica, etc.
-Entonces tu modelo beneficia a la educación formal.
-Claro, nuestro objetivo es que el chico llegue a la escuela formal, buscamos la reinstitucionalización como pilar político e ideológico, porque estamos convencidos de que el Estado es el único que puede garantizar los derechos de los chicos. Con el Estado acceden a tener vacuna, documento, asignación universal por hijo, control médico, etc. Lo curioso es que se habla de la educación del siglo 21 cuando Caminos de Tiza sigue resolviendo problemas del siglo 19.
-¿Y ustedes de qué viven?
-Nosotros no recibimos fondos de dinero, sino donaciones, como sillas de ruedas, etc. y utilizamos las redes sociales para mostrar nuestra transparencia. Yanina trabaja dando clases dentro del sistema formal. Yo vivo de generar material académico con saberes científicos de uso público, que están en internet. Si uno pone “Julio Manuel Pereyra, publicaciones académicas, simposios, sobre temas de discapacidad, derechos humanos, educación paliativa, etc”. Vivo de dar talleres, conferencias por el mundo. Pero no quiero mezclar mi vida privada con Caminos de Tiza.
Añade el educador que “el proyecto se solventa apelando a la creatividad, con materiales didácticos de bajo o nulo costo y con elementos reciclados. Realizamos diseños de innovación readaptando algo, salidas didácticas para reconocer peligros, flora y fauna, raza de perros peligrosos, identificar arañas, plantas con espinas, etc. Llevamos al hombro todos los materiales de trabajo [pictogramas, hojas, títeres, lápices, libros ,etc. También usamos tecnología educativa como tablets, lupas, microscopios, lentes VR, celulares, pero se alterna o se complementa, no son de necesidad primaria”.
-¿Qué escala vislumbrás en el proyecto de Caminos de Tiza?
-Los premios mundiales que hemos recibido es porque el modelo educativo que generamos es replicable, de alto impacto y funcional para refugiados, desplazados, en contexto de guerra y a comunidades trashumantes, sobre todo migrantes zafrales. Porque nosotros acompañamos el movimiento de las comunidades para que los chicos no pierdan sus trayectorias escolares. Ya lo replicamos en la comunidad de los “loncos” que hablan la lengua mapuche, el mapudungún, cerca de Neuquén y en Rincón de los Sauces. Debo haber ido unas 10 veces para formar a referentes comunitarios que luego respondieran las necesidades de su comunidad. No importa si yo me muriera, porque ya está la capacidad instalada en las comunidades y se propagará cuando nosotros no estemos. Hasta ya se replica en la India.
“En realidad la idea no es formar parte de, sino transformar propuestas, yo no pido que todos sean el maestro peregrino errante que soy yo, muchas veces las propuestas son simples, ayudar a los vecinos que están en la esquina, a los niños que después de post pandemia están con problemas de re escolarización, le está dando el wifi para que un niño pueda estudiar”, dice Julio.
“En las 14 comunidades que trabajamos tenemos cero casos de dengue, no tenemos embarazo infantil, el 100% de los niños están escolarizados, no tenemos casos de desnutrición, no hay un solo registro de trata de personas, algo muy significativo en el caso de Misiones, y no tenemos casos de abuso sexual. Durante la pandemia alfabetizamos a más de 120 niños en un año”.
Apuntó Pereyra en su discurso ante la asamblea de la ONU en New York: “En los lugares donde habito y trabajo no solo matan las armas, mata un mosquito. Pero más genocidas son la corrupción, la desidia, la incompetencia y la ignorancia en zonas donde no hay guerras, pero sí desnutrición, mortalidad infantil y trata de personas. … Elegí mi forma de activismo convencido de que cada escuela que fundo es una cárcel que no se construye, y cada tiza que gasto, una bala que no se dispara. … Mi andar pone nombres, historias, rostros y lugares a lo que para otros son solo datos, números, una estadística. Alzo mi voz por lo que todos saben, pocos dicen, y nadie escucha”, sentenció.
Julio y Yanina eligieron dedicarnos la canción Caminos de Tiza, con letra de Mirta Goldberg y música de Víctor Heredia, interpretada por este último: