En el Alto Valle de Río Negro y Neuquén abundan los álamos, aquella salicácea de muy rápido crecimiento en zonas con irrigación ha funcionado a lo largo de los años como eficaz cortina contra el viento para proteger los manzanos y perales de las sacudidas cuando están cargados de fruta.
Los tocones -troncos- de estos árboles resultan un sustrato especial para cultivar la gírgola (Pleurotus), un hongo comestible que promete ganar terreno en la gastronomía argentina, siguiendo la senda del champigñon y el portobello.
Juan Carlos García cuenta que produce estos hongos desde hace 15 años, cuando desde la Universidad del Comahue desarrollaron la variedad para la zona. “Somos varios los que nos enganchamos y formamos Girpat, una cooperativa ubicada en Gral. Roca, Río Negro, que nos permite tener llegada al consumidor”, dijo a Bichos de Campo.
“Se puede hacer de todo con la Gírgola, tanto en fresco como en conserva o deshidratado y hasta en polvo. Las propiedades son múltiples y puede reemplazar a la carne por tener 3% más de proteína que las verduras y ser muy rico en vitaminas y minerales”, explicó García.
Aquí la entrevista completa con el productor de los hongos comestibles:
Los tocones de álamo deben ser de unos 50 centímetros de alto. Se inoculan con el hongo en primavera y se cosechan las gírgolas en otoño -marzo, abril y mayo-. Cada tronco dura entre dos a tres años, según el deterioro, como sustrato de cultivo.
En cuanto al rinde, García calcula que es un 10% del peso de los troncos. “Contando una camionada de 10 mil kilos, obtenemos mil kilos de gírgolas”, estimó.
Por último, señaló que la aceptación por parte de los consumidores es muy buena pero hace falta un poco de marketing del producto en la cocina. “Falta apoyo en ese sentido, porque cada vez que alguien lo prueba lo sigue consumiendo”, finalizó García.
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