Pardo. Así se llama este pequeño pueblo de solo 150 habitantes, que queda sobre la Ruta 3, unos 35 kilómetros más allá de Las Flores, y a 214 kilómetros de Buenos Aires. Algunos lo conocen porque allí pasó muchos de sus días el escritos Adolfo Bioy Casares, que tenía estancia en esta zona. Otros escritores amigos, como Jorge Luis Borges y Silvina Ocampo, solían visitarlo en aquellos dorados años 40.
Pero Alfredo “Freddy” Valiante conoció Pardo no gracias a ellos sino por empecinado y tenaz, tras una intensa búsqueda de un nuevo lugar para instalarse lejos del ruido de Caballito, el barrio porteño donde vivía.
Sucedió hace trece años. Hoy ni loco lo sacan a Freddy de Pardo, su lugar en el mundo. Escuchá su historia:
-¿Cómo es que un porteño llega a tomar la decisión de venirse al campo y a un pueblo de estas características?.
-Buscábamos en un radio de 200 kilómetros de Buenos Aires y encontramos Pardo.
-Pero la primera pregunta debería ser por qué escaparse de Buenos Aires. ¿Qué es lo que no soportabas más de vivir allá?
-Yo quise buscar tranquilidad y buscar paz y seguridad en un montón de cosas. Esto para mí es un country gigante que no paga expensas. Es una cosa así. Es la paz total. Tengo 53 años y me gusta vivir de vuelta como cuando era chico, estar en la puerta, jugar y dejar abierto, lavar el auto, esas cosas que creo que todos los de mi generación vivimos. Eso es lo extrañaba, lo necesitaba y lo encontré a nada más que a 200 kilómetros de cualquier ciudad. No solamente de Buenos Aires, porque en Rosario o en Córdoba pasa lo mismo.
-¿Es cambiar de vida y no solo de lugar?
-Es cambiar de vida. Buscar la vida que uno necesita, con paz, tranquilidad.
-¿Y por qué no soportabas más la anterior vida?
-A mí me parecía que se vivía muy inseguro. Nunca me pasó nada, pero lo sentía y no me gustaba vivir así. Vivía como perseguido. Aparte amo la naturaleza, amo los animales. Para estar en contacto con los animales me hice ese espacio. Los espacios los encontrás lejos. Con la plata de un departamento en Buenos Aires acá te compras un pedazo grande de campo y a mí me gusta eso. Me gusta la naturaleza, me gustan los animales y las plantas. Entonces necesitaba hacer esto.
Luego de recorrer distintos pueblos en todos los puntos cardinales en torno a la capital federal, Freddy dio con Pardo y compró primero una vieja estación de servicio abandonada que convirtió en su hogar y en una agradable pulpería en la que recibe visitantes de toda la zona, en especial de Las Flores. Eso ya le genera un piso de ingresos para seguir adelante. El emprendimiento se llama “Vieja Estación” y entre muchas otras cosas ofrece una inmejorables picadas con fiambres de la zona.
Muchas de esas exquisitas facturas, como el jamón, el chorizo seco o la panceta, son hechas por el propio Valiante, que también adquirió un pedacito de campo a las afueras del pueblo, donde tiene algunos animales. Allí también construyó un par de cabañas para prestar servicios de turismo rural.
-¿Cómo fue que terminaste poniendo una pulpería?
-Mi padre era gastronómico. Yo me crie en un bar en Avellaneda, en Pavón y Galicia. O sea que esto lo mamamos de chiquito. Puse una pulpería porque acá no había bar. Cuando yo vine había uno, pero el hombre finalmente cerró. Entonces yo lo puse porque me gusta este ambiente, me gusta que sucedan estas cosas que suceden cuando hay un bar.
-¿Qué es lo que sucede?
-Sucede que viene gente y surgen cosas, surgen amistades, negocios, compañía. Un montón de cosas pasan acá, que de no estar no sucederían.
-¿Cuando te mudaste para acá ya tenías decidido poner este bar?
-No, yo cuando vine acá lo que busqué era tranquilidad, pero algo tenía que hacer porque yo necesitaba conectarme con la gente, hablar. Lo que más me apuntaba era una forrajera. Yo iba al bar que había acá, y cuando se acabó el bar, me dije voy a hacer un bar.
-¿Y que te cambió respecto de cuando vivías en la ciudad?
-Soy feliz ahora. Es increíble. Es una cosa impresionante. No tiene explicación. De hecho yo esto no lo hago ni por necesidad económica, lo hago por placer, aunque sea trabajo. Me da mucho placer abrir los fines de semana. Es un desafío ver quién viene, quien me reservó mesa, ponerme contento, festejar con ellos y estar con ellos. Me hago amigos.