Florencia Andolfatti nació en Tandil y estudió Licenciatura en Turismo. En la universidad conoció a Julián Gonzalo, proveniente de Río Pico, Chubut, que había ido a estudiar veterinaria. Cuando se recibió, Julián viajó a Australia a realizar un intercambio durante 6 meses sobre la raza de ovejas Merino, porque es hijo de una familia propietaria de una cabaña que cría esa raza de ovejas allí en Río Pico, ubicado a 200 kilómetros al sur de Esquel.
Corría marzo de 2004 cuando Julián regresó de Australia a Tandil y Florencia se puso de novia con él. Pero enseguida Julián tuvo que regresar a vivir a Chubut. Mantuvieron un noviazgo a distancia durante cuatro años. Ella viajaba a Río Pico o él viajaba a Tandil, hasta que en 2008 decidieron unirse y alguien debía resignar su lugar de origen. Pues fue ella quien aflojó y se fue a vivir con Julián a Río Pico, a una casa en un campo vecino al de los padres de Julián. Tuvieron 4 hijos, Joaquina, Paulina, Constanza y Julián Alfonso. Cuando las hijas tuvieron que empezar la escuela, en 2015 se mudaron a Esquel y desde allí vuelven a trabajar al campo los fines de semana.
Un día Florencia comenzó a tomar conciencia de la cantidad de estiércol que quedaba al limpiar los bretes y corrales de las ovejas en el campo de sus suegros, donde se formaba una gran parva, ya que poseían varios miles de ovejas criadas sanamente a campo. Y por otro lado le llamaba la atención la poca oferta que había en el mercado de fertilizantes y abonos naturales.
Entonces empezó a llevarse un poco de estiércol para preparar un compostaje en su casa y probarlo en su propio jardín. Como le resultó ser un producto muy rico en materia orgánica, comenzó a llevarlo a Tandil, para su familia. Le resultó tan bueno que se lanzó a crear un producto comercial con dos líneas: abonos naturales y sustratos naturales. ¿El lugar? En Río Pico, a la altura del kilómetro 34 de la Ruta 19.
Decidió envasarlo en potes de medio litro y bolsas de 5 litros. Y registró el producto bajo la marca “Merinas Patagonia”. Comenzó a venderlo poco a poco y hoy lo recomienda para jardines, invernáculos y huertas.
Florencia dice que no es un fertilizante, sino estrictamente, un mejorador de suelo. Hace parva y el INTA se lo testea. “Luego de procesar el abono, preparamos las muestras para llevar al laboratorio del Centro de Investigación y Extensión Forestal Andino Patagónico (CIEFAP). De este modo registramos los componentes de cada una de las parvas”, explica Florencia.
En 2018, embarazada, con tres hijos, Florencia se dio cuenta de que le iba a ser imposible seguir con todo sola. Entonces asoció a Cintia Goicoechea, una colega de turismo, que por más de un año y medio se ocupó de ir vendiendo el producto a los viveros. Ese mismo año el Ministerio de Ciencia y Técnica de la Nación le otorgó el premio “Innovar 2018”. En 2019 recibió otro premio del CEDEM Chubut (Centro de Desarrollo Económico de la Mujer).
Florencia aconseja a sus clientes: “El producto se puede diluir. En 20 litros de agua se echa el equivalente a dos latas de duraznos. Se lo deja estacionar durante dos días, revolviéndolo cada tanto y luego se riega. En el caso de los almácigos de hoja verde, se mezcla en una proporción de 20% a 30% respecto de la tierra. En el caso de árboles frutales, aflojar y fertilizar la tierra debajo de la copa de los mismos”.
Orgullosa, Florencia explica que “El emprendimiento es de triple impacto ambiental, porque utilizamos desechos de la producción ovina, cuidando el medio ambiente, haciendo un aporte para que los cultivos sean sanos y sustentables, y además genera cierta rentabilidad. Utilizamos bolsas biodegradables que se fabrican en Buenos Aires. Y donamos a escuelas de la zona el 10% de lo que producimos, como también al INTA. Ya lo hemos hecho a escuelas especiales y también a la escuela del lago Futalaufquen, que tiene vivero de plantas nativas”. Merinas Patagonia produce hoy 400 bolsas por mes de abono natural para huerta y jardín.
Hace un año consiguió un crédito gracias al cual pudo comprar una chipeadora para aumentar el volumen de producción. A fin de 2020 pudo obtener el registro en Sustrato y Enmiendas del SENASA para poder comercializar su abono por todo el país. Por ahora su producto se vende en Tandil, Comodoro Rivadavia, Trelew, Buenos Aires, San Justo, pero a Florencia le preocupa que el flete está cada vez más caro y hoy representa el 50% del precio final.
Este año 2021 se presentó en el concurso Premios Latinoamérica Verde, en la ciudad de Guayaquil. En el mismo concursaron más de 4000 proyectos y Merinas fue seleccionada entre los mejores 500, con el puesto 152. También este año hizo un curso de comercio exterior, pensando que en el futuro podría armar una franquicia.
Apenas llegó a Chubut, Florencia pensó que ella debía devolver al Estado nacional la excelente educación pública que había recibido en la UNICEN (Universidad del Centro de la Provincia de Buenos Aires), en Tandil. Entonces comenzó dando clases de historia, geografía e italiano –su título la habilitaba- en la escuela Gobernador Costa, ahí mismo, en Río Pico. Y actualmente viaja dos veces por semana a dar clases en escuelas rurales de frontera, en Los Cipreses y dentro del Parque Nacional Los Alerces.
A Florencia no le fue fácil adaptarse al rudo clima cordillerano y patagónico. Recuerda que cuando llegó, la nieve alcanzaba el metro de altura. Y algún invierno que, como por la nieve era imposible hallar la tranquera de las escuelas, debía ir contando los kilómetros en su auto. También, cuando el volcán Chaitén hizo erupción en Chile y se formaba un sedimento de ceniza cubierto con nieve. Cuenta que extrañaba tanto su pago de Tandil que a cada una de sus gallinas le puso el nombre de sus amigas de allá. Para graficarnos las distancias de la Patagonia, nos contó que hizo amistad con dos vecinas de su casa, una a 40 kilómetros para un lado y la otra a 60 kilómetros para el otro. Y los jueves se juntaban a tomar el té. Además, con su marido, solían hacer 80 kilómetros para ir a cenar a casa de amigos.
El mayor regocijo de Florencia y de Julián es que sus cuatro hijos saben explicar perfectamente qué contiene la bolsa de su producto y todos dicen que van a estudiar alguna carrera afín para continuar con la actividad agropecuaria y con la naciente empresa. El suegro de Florencia acaba de recibirse de profesor de acordeón y da gusto ver cómo sus nietos lo impulsan a tocar. Cuando Florencia se conoció con Julián en la facultad, bailaron el chamamé Kilómetro 11 y nos quisieron dedicar de despedida, ese himno litoraleño de Mario del Tránsito Cocomarola, por el Chango Spasiuk: