Evelaine De Vlieger (29) es nacida en Capital Federal y se llama así porque su padre es un ingeniero francés, nacido en Chantilly, que conoció a su mamá, Virginia Cervetto, y se vino, por ella, a vivir a la Argentina.
Corría el año 1995 cuando vivían todos en Buenos Aires y un verano en vez de vacacionar en la Patagonia, rumbearon para La Cumbre, en Córdoba. Su papá, Jean Claude, allí se hizo amigo de un hombre del lugar y en 1997 compró la estancia La Lorna, en la Ruta E66, kilómetro 5, en el camino a Ascochinga, a sólo 400 metros de la Estancia El Rosario. Tenía 150 hectáreas pero solo 2 cultivables en esa zona serrana, eminentemente pedregosa. A partir de allí, todos los veranos y los fines de semana largo, los pasaban en La Cumbre, donde se enamoraron de la ruralidad y de las cabalgatas.
Comenzaron a criar animales, a campo y con alimentos 100% naturales, con afrecho y semita, porque el maíz escasea. Caballos, vacas, chanchos, ovejas, cabras y gallinas. Plantaron árboles frutales en hileras, con la precisión de papá ingeniero. Fueron a comprarlos a Mendoza, papá, mamá, Eve y su hermano Olivier, quien trabajó mucho en la estancia, pero hoy vive en Neuquén.
Mamá Virginia es una fervorosa luchadora por la vuelta a una vida más natural en la que disminuyamos el uso de agroquímicos, el consumo de lácteos, azúcares procesados, panes blancos, mermeladas con jarabe de maíz de alta fructosa o fermentaciones artificiales. Ella, que es una apasionada de los yuyos medicinales y de las fermentaciones naturales, rodeó los árboles frutales de plantas aromáticas y medicinales para protegerlos de los bichos, por ejemplo con romero.
Al principio colocaron riego por goteo, pero hoy volvieron a aprovechar el ritmo natural de la lluvia, incluso en la huerta agroecológica y biodinámica que crearon. Hoy cultivan papa, tomate, zanahoria, calabazas, zapallitos, lechuga, verdeo, perejil, frutillas y mucho más.
A los siete años de haber plantado frutales de pepita y de carozo, comenzaron a dar duraznos, ciruelas, peras, damascos y manzanas. Se lanzaron a elaborar exquisitos dulces, mermeladas y chutney bajo la marca “La Lorna”, con certificación orgánica. Cocinaban los dulces con azúcar orgánico proveniente de Salta, en la cocina económica a leña del año 1910, que está en la casa principal y es tan antigua como la cocina. Los comercializaban en Córdoba y en Capital Federal.
Eve cuenta que no matan a las hormigas, por ejemplo, sino que ya saben que un hormiguero se puede llegar a comer los frutos de dos árboles y ya se los dejan a su merced.
En el año 2002 Papá había instalado un tambo detrás de la caballeriza, con vacas Holando Argentino y comenzaron a hacer quesos y un dulce de leche orgánico -según Eve- delicioso. Pero el tambo, no prosperó porque esa raza no se adaptaba a aquel terruño.
Hace cuatro años que dejaron de hacer dulces y chutney, aunque aún les queda stock. Y bajo la dirección de mamá Virginia, se abocaron a elaborar vinagres biodinámicos de manzana, ciruela, durazno, pera y damasco, más tres de sabores combinados, bajo una nueva marca: “Cumbre Biodinámicos”. Fermentan las frutas en toneles de roble y van vigilando su acidez.
La fruta no espera, dice Eve, porque se debe cosechar antes de que las aves se coman los frutos. Es una tarea u oficio muy sacrificado. En noviembre pasado cosecharon una tonelada y media de damascos, por ejemplo, con 8 personas durante 5 días, para lo cual contrataron gente. Cada tanto pierden una cosecha entera a causa de una helada.
Cuando ocurrió la Pandemia del Covid 19, papá Jean Claude, ya jubilado, decidió irse a vivir a la estancia. Y lo siguió Eve -que era profesora de baile y daba clases de teatro, en Buenos Aires-. Es que se había puesto de novia con Franco González, un paisano nativo y cuarta generación de La Cumbre, que organiza cabalgatas de luna llena y las realiza a caballo desde que tenía 10 años de edad. Hoy Eve está a cargo de la estancia y su madre viaja permanentemente desde Buenos Aires, porque mantiene su antiguo trabajo.
Aprovechando que en la estancia tienen dos casitas más -además del casco, de estilo inglés- han decidido apostar al turismo rural, convirtiéndolas en cabañas. Piensan ofrecer cabalgatas -a cargo de Franco- asados, pileta de natación, recolección de frutos y escapadas a un río serrano que pasa a sólo 400 metros.
Hoy Eve ya tiene el ritmo de vida de una paisana de campo, sin prisa, pero sin pausa, porque son muchas las tareas diarias que obligan a madrugar. Toma mate con cedrón o menta y está pensando en sembrar kale. Está feliz de criar a su hijo Valentino -de 9 años de edad- en el campo, cocinándole pan casero al horno de barro. A él le encantan los caballos y no se pierde una cabalgata de Franco. A Eve no le apasionaba comer el tradicional locro, pero desde que probó el mismo, tan rico -que prepara su cuñado, Sebastián- se ha vuelto una ferviente “fan” de nuestro guiso patrio.
En su gira de temporada, acaba de pasar por La Cumbre el talentoso y joven dúo santiagueño, oriundo de Las Termas de Río Hondo, “Sentir de mi pueblo”, que interpreta maravillas como la chacarera “El que siembra, cosecha”, de Horacio Banegas, y esta unida y emprendedora familia, que sueña con un mundo más natural y sano, nos la quiso dedicar: