Argentina no tiene suficiente cantidad de divisas para hacer frente a sus necesidades de importación de bienes básicos y este año todo indica que deberá desembolsar más de 4000 millones de dólares para importar tanto gas natural como licuado.
No es, por cierto, la única nación que tiene ese problema. Con el surgimiento del conflicto ruso-ucraniano, que dejó en evidencia la enorme dependencia que Europa tiene del gas natural proveniente de Rusia, los países comunitarios –con Alemania a la cabeza– están buscando de manera urgente desarrollar fuentes energéticas alternativas, una de las cuales es precisamente el biogás.
Preguntas incómodas: ¿Por qué las grandes corporaciones energéticas sí y el sector agropecuario no?
INTA es parte del consorcio Dibicoo (Digital Global Biogas Cooperation), el cual fue creado por organizaciones europeas con el propósito de organizar una red internacional de empresas e instituciones que integran el ecosistema de negocios relacionado con el desarrollo de plantas de biogás.
En ese marco, Jorge Hilbert, investigador del área de Ingeniería Rural del INTA, está coordinando la elaboración de un trabajo –que será publicado próximamente– sobre el potencial del biogás en la Argentina.
El trabajo comprende el potencial de generación de biogás alimentado tanto con residuos provenientes de la agroindustria como de los desechos animales y humanos. “Si bien buena parte de los desarrollos de biogás en la Argentina se orientaron a la generación de energía eléctrica (en el marco del programa RenovAr), el desafío es lograr producir biometano equivalente al metano de origen fósil”, apunta Hilbert a Bichos de Campo.
“El biometano está creciendo mucho en Europa y ahora ese proceso se acelerará luego del conflicto bélico entre Rusia y Ucrania”, asegura, para luego explicar que, por ejemplo, una planta de biometano, alimentada con recursos provenientes de las inmediaciones (desechos cloacales, purines animales, vinaza, cáscara de maní, residuos forestales, etcétera), podría abastecer las necesidades de los muchos parques industriales presentes en el país para reemplazar al gas fósil que debe recorrer miles de kilómetros, ya sea que provenga de Bolivia (como gas natural) o Medio Oriente (como gas licuado a través de buques).
“Incluso pueden darse situaciones de cruzamientos entre energía eléctrica y térmica, como sucede en la localidad cordobesa de Río Cuarto con Bio4 y Bioeléctrica”, explica el investigador del INTA en referencia a la industria elaboradora de bioetanol maicero y la planta lindante de biogás que produce electricidad en base a silo de maíz y purines.
Además del beneficio económico y ambiental, el biogás puede ser también una herramienta importante para que Argentina pueda cumplir con el compromiso de reducción de gases de efecto invernadero asumido ante Naciones Unidas.
“Para que el biogás pueda desarrollarse, se requieren políticas activas, las cuales podrían obtenerse al derivar hacia el sector parte de los enormes subsidios que se destinan actualmente a la producción de gasoil fósil”, remarca Hilbert.
No se trata de una cifra pequeña: en 2021 las empresas productoras de gas natural argentinas recibieron subsidios directos por más de 133.000 millones de pesos a través de diferentes programas. Y este año esa cifra sería mucho más abultada.
“El aporte que puede hacer el biogás a la Argentina es muy significativo y pronto tendremos información relevante al respecto”, promete Hilbert.
En la Argentina ya funcionan 27 plantas de biogás: ¿Con qué se alimentan y qué subproductos generan?