El suelo es el insumo clave en la producción agropecuaria y fue también la clave del éxito del país como productor de granos hace unos 100 años. Pero con el paso de los años y la intensificación productiva llegaron también las consecuencias negativas, ya que no siempre se hizo un uso adecuado y responsable de ese recursos.
Con los problemas además llegaron las investigaciones de técnicos del INTA que vienen trabajan en desarrollar tecnología para el cuidado del suelo.
Jorge Gvozdenovich es un especialista en el tema. este ingeniero agrónomo trabajó en el INTA Oro Verde, de Entre Ríos, y ahora es el coordinador general del Centro Regional Entre Ríos.
El norte de esa provincia es más bien ganadero y cuenta con “un suelo casi único a nivel país por su alto contenido de arcilla que se sella rápido y filtra 0,1 milímetro por hora. Esto significa que si en una hora llueve 50 milímetros 0,1 se infiltra y el resto se encharca porque son suelos planos” explicó el experto.
Para que no se produzca este fenómeno hay que lograr drenar el agua y ver qué hacer en cada caso, “porque las zonas son muy heterogéneas en cuanto a la geología, paisaje, etcétera. Una primera medida es tener una carga diferenciada en la zonas planas respecto de las que tienen pendiente. Y lo otro que uno recalca siempre es que lo que está arriba te indica lo que está abajo en el suelo, entonces una cosa es tener algarrobos y otra una pastura natura. En esos caso lo que recomiendo es que se contacten con los extensionistas del INTA antes de tomar decisiones”.
En cuanto a la agricultura el cuidado del suelo requiere de otras medidas. En Entre Ríos la combinación de la pendientes se junta con el alto contenido de arcilla lo que perjudica la filtración del agua.
“Es ahí cuando vienen las famosas terrazas o estos montículos de tierra que uno ve en los campos que te sacan el agua. Si vos lo hacés de una manera tranquila no te llevan el suelo. Hay campos en los que hay que poner la terraza cada 80 metros, otros cada 50 o cada 100. Eso hace que el agua no agarre velocidad y si lo hace choca con la terraza, que la saca despacito del campo”, indicó.
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Gvozdenovich se siente orgulloso del trabajo que vienen realizando los técnicos del IINTA con los productores en este tema y por eso resalta que acaban de cumplir 30 años desde la primera terraza construida en la provincia, En ese lapso se llevó esa tecnología a otras 600.000 hectáreas en toda la provincia, aunque Jorge cree que es necesario seguir expandiendo su uso ya que la superficie agrícola suma 1,6 millón de hectáreas. “Viéndolo desde ese punto de vista, (el sector) tiene alta consciencia de la conservación del suelo”, valoró.
El efecto beneficioso de las terrazas fue medido y los resultados son llamativos. “Perder centímetros de suelo equivale a perder kilos de granos”, dice el experto, que precisa que un centímetros de suelo perdido equivale a 66 kilos de soja que se dejan de producir, o a unos 300 kilos de maíz, o a 100 kilos de trigo.
“Cuando el productor ve que con esa herramienta deja de perder esos kilos se da cuenta que la terraza se termina autopagando, porque cosecha más y además tiene mejor calidad del suelo. Cuando le llevás al productor el número cambia la forma de pensar y termina almacenando 80% más de agua lo que implica un rendimiento extremadamente diferencial respecto de quien no lo hace”, aseguró Gvozdenovich.
Además la pérdida de suelo por la erosión del agua en zonas tan arcillosas es muy rápida. “Hay distintas lluvias. Entonces, si el suelo está desnudo y en poco tiempo llueve mucho en los suelos con mucha arcilla se infiltra un milímetro por hora. Eso sucede en zonas como Diamante o Victoria. Si vos tenés una lluvia de 60 milímetros se escurrieron 59 milímetros y esa lluvia agresiva “rompe” el suelo”, indicó.
¿Qué significa “romper” el suelo? “La gota cae sobre el suelo y saltan pequeños agregaditos de suelo que sellan sus poros por donde debería infiltrar el agua que empieza a deslizarse con velocidad. Se puede perder hasta un centímetro de suelo en una lluvia y, según la FAO, luego tardamos en recuperarlo entre 400 a 500 años.