Con rotación de cultivos, manejo amigable del suelo, sin utilizar elementos químicos, fertilizantes ni pesticidas y construyendo su propio compost entre otras prácticas, Carlos Iacono fue iniciando un camino hacia la vida que deseó.
De abuelos sicilianos que cultivaban la tierra con olivos y vides y un tío paterno que lo acercó al amor por la huerta, heredó “el entusiasmo y el cariño por la producción”.
“Un hermano de mi papá tenía huerta y un cariño tan grande por lo que hacía. Me gustaba ir a visitarlo y ver ese entusiasmo y cariño por la tierra, por sus plantas. Nos regalaba verduritas”, recuerda Carlos.
Ya con su emprendimiento familiar “Flor Dorada”, puso manos a la obra para lograr en una chacra agroturística, frutas y verduras que obtiene bajo las Buenas Prácticas Agrícolas con una producción orgánica certificada. El predio se encuentra en la localidad de Centenario, distante a unos 17 km de la ciudad de Neuquén.
“Venimos haciendo un trabajo amoroso, consciente y comprometido con lo orgánico y biodinámico, con cariño y respeto. No contaminando a nuestra tierra ni al agua ni al medioambiente”, señala Carlos. “Esto no solo nos da tranquilidad con nuestro modo de producir consciente, sino que nos permite acceder a la certificación que también avala nuestro modo productivo. Siempre a favor de la salud”, agrega.
Sus productos orgánicos están certificados por ARGENCER Y ECOCERT, y Carlos y su familia obtuvieron el premio “Argentina Orgánica” en la categoría “Proyectos de integración con turismo rural y agroturismo” en 2024.
Iacono lleva 10 años produciendo de esta manera y ha podido observar que además de la biodiversidad, la asociación de cultivos y el uso de aromáticas entre ellos, el cuidado del suelo y las flores, ayudan mucho. “También el saber esperar, la paciencia, porque así como aparece un pulgón u algún otro bichito que puede perjudicar si uno no aplica nada la naturaleza se va equilibrando por si sola y aparece algún bicho que parasita y se come por ejemplo al pulgón”, explica.
Además, detalla que “con estiércol y material vegetal, asocia cultivos para lograr un efecto benéfico como ocurre en la naturaleza, donde no hay una sola especie sino que conviven muchas asociadas que se protegen entre si”.
“En el caso de que haya que acompañar con algo más, lo que se usa es algún tipo de repelente hecho con alguna mezcla de hierbas por ejemplo ortiga, ajo, hay muchas formulas que se pueden usar que son no para matar a los bichitos sino para generarles incomodad”, remarca.
“Lo que logramos es que el suelo siga teniendo vida y que las futuras generaciones sigan utilizando ese suelo, cosa que no ocurre con los monocultivos y el uso intensivo de plaguicidas y fertilizantes”, señala.
El desarrollo de sus prácticas fue creciendo a medida que vislumbró que “el momento de cambio e innovación tiene que ver con dos aspectos uno es desde el interior, que no tuvo que ver con la huerta sino con el modo de ver la vida, el amor y el cuidado, estar tranquilo y poner nuestro granito de arena haciendo lo mejor posible por dejar este pedacito de tierra mejor de como la recibimos”.
“Por otro lado, y desde lo práctico hubo momentos en que venía observando que con los cultivos convencionales –porque un tiempo hice solamente tomate o solamente morrón o apio- se complicaba. Porque ya de por si el monocultivo es inconveniente, porque algunas plagas son propias de un cultivo determinado, entonces es una fiesta, ahí crecen y se reproducen muy rápidamente”, cuenta.
“La observación fue que por más que estuviera aplicando productos de última generación iba apareciendo una resistencia en esos insectos, entonces había que estar aplicándolo en vez de cada 20 días todas las semanas o cada 10 días. Además, de aplicar productos más fuertes que lógicamente son mucho más peligrosos y requieren equipos de protección para estar adentro del invernadero. Me di cuenta que no quería mas eso, no lo quería para mí, ni para mi familia, ni para la gente que trabaja con nosotros”, afirma.
Otro de los factores que fueron ayudando a Carlos a tomar decisiones con respecto a su perfil de productor fueron los costos de comercialización, la recarga en el producto por parte de quienes reciben y revenden “y no estar cómodo con eso”.
“Es muy lindo ser productor pero eso me cansó, entonces me pareció que para cambiar eso había que acortar distancias entre el productor y el consumidor”, señala. Hoy en día, en su chacra se puede comprar directamente a la familia una variedad de frutas y verduras, recorrer el predio y hasta alojarse.
“El impulso del cambio en mi producción fue perder el miedo a hacerlo de otra manera, cambiar un monocultivo por 25-30 cultivos diferentes, cosa que tuvo su desafío sobre todo los primeros años, y llegar de forma directa al consumidor”, detalla. “Ha sido todo un camino y un aprendizaje con enormes satisfacciones que no siempre son económicas pero si llenan el alma”, asegura.
Sujeto también a las Buenas Prácticas Agrícolas Carlos, se muestra “muy agradecido por la transmisión de conocimiento, de ingenieros agrónomo y organismos” que lo han acompañado en este camino. “Muchos han contribuido a que nosotros demos el puntapié inicial y también fuimos aprendiendo de la experiencia”, evalúa.