Hay que desconfiar de uno y de otro. Tanto de aquel que dice que la agricultura argentina es muy poco sustentable y lesiona gravemente el medio ambiente, como de este otro que exagera por la positiva y la define “como la más sustentable” del mundo.
Ni lo uno ni lo otro. En todo caso, un relevamiento de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires sobre los datos de la campaña agrícola 2020/21 muestra que hay indicadores muy positivos en materia de sustentabilidad, como otros que no lo son tanto, y que deberían ser tomados con preocupación. El trabajo fue realizado por las especialistas Sofía Gayo y Daniela Regeiro.
La llamada agricultura de conservación busca evitar la degradación de los suelos apelando a “tres principios fundamentales”. Son mantener el suelo cubierto, ejercer la mínima labranza posible y rotar los cultivos.
Lo que hizo la Bolsa de Cereales fue medir esas tres prácticas. Y los resultados desapasionados no son tan halagüeños. Por el contrario, muestran avances y retrocesos que seguramente mucho tengan que ver con otros varios factores, como la presión fiscal sobre el agro, la aparición de malezas resistentes, el grado de conciencia de los productores e incluso el régimen de tenencia de la tierra.
Como datos concretos, el documento establece que la siembra directa, la piedra basal de la agricultura extensiva local, viene retrocediendo. Y que su adopción ha retrocedido al 89% de la superficie sembrada, contra el 94% de hace diez campañas.
“Aunque se mantiene en niveles altos, en la campaña 2020/21 la adopción nacional bajó por primera vez por debajo del 90% del área. Esta caída se vincula principalmente a la remoción mecánica de malezas resistentes como alternativa de control”, determina la Bolsa de Cereales.
Como premio consuelo frente a ese primer indicador realmente preocupante, que muestra que muchos productores han dado pasos atrás en la carrera hacia una agricultura sustentable (5% del área son más de 1,5 millones de hectáreas que han sido vueltas a arar, con el consecuente deterioro de los suelos por erosión), la Bolsa arroja un dato positivo en materia de adopción de cultivos de cobertura.
Según este dato, en la campaña 2020/21 un 20% de los productores informó que había incorporado los cultivos de servicio o de cobertura en su trabajo, lo que no quiere decir ni por asomo que este tipo de técnicas conservacionistas se extienda sobre el 20% de la superficie agrícola.
“La inclusión de cultivos de cobertura en la rotación agrícola provee diferentes servicios ecosistémicos, por tal motivo también suelen denominarse cultivos de servicio. Algunos de los beneficios que aportan son:
control de la erosión, mantenimiento de la humedad de los suelos, mejora del balance de carbono / nitrógeno, y control de malezas resistentes reduciendo el impacto ambiental y el costo económico, entre otros”, dice el documento de la Bolsa, que muestra una tendencia positiva.
Otro indicador -apenas eso- positivo en materia de sustentabilidad agrícola es la rotación de cultivos, incorporando gramíneas en los campos donde se siembra la soja, en un esquema que evita el monocultivo. Aquí la Bolsa detectó una leve mejoría de la participación de las gramíneas, hasta el 45% de la superficie total sembrada en la campaña 2020/21.
Pero con faros un poco más largos, el análisis destacó que “este indicador creció del 33% al 45% en los últimos 6 años, lo cual significó un traslado del área de soja hacia maíz y trigo principalmente”. En esto tiene mucho que ver la persistencia de bajas retenciones para esos dos cereales, que tributan 12% en comparación con el 33% que se le descuenta a los productores que siembra la soja.
No hay mucho que opinan sobre la necesidad de tener la mayor cantidad posible de rotaciones de cultivos en los lotes agrícolas. “Es una practica que aporta numerosos beneficios para el medio ambiente. Por ejemplo, incrementa el contenido de materia orgánica de los suelos, mejora los ciclos de carbono, agua y nutrientes, mejora la estructura del suelo por la diferente
morfología de las raíces, reduce el ataque de enfermedades, entre otros”, recuerda el trabajo de la Bolsa de Cereales.
Todas estas prácticas -siembra directa, más cultivos de cobertura, más rotaciones- son el camino para poder tener una agricultura más sustentable. Los resultados deberían poder verificarse en la salud del suelo. Pero de nuevo aquí hay un indicador negativo, pues apenas uno de cada 5 productores hace análisis de suelos como para certificar su situación.
Los análisis de suelo deberían servir “a fin de diagnosticar la fertilidad química del mismo y en función de ello elaborar un plan de fertilización”. Pero en la campaña 2020/21 solo el 22% de los productores realizó análisis de suelo a nivel nacional (y eso no quiere decir que sobre toda la superficie), cuando un ciclo anterior había sido el 23%.
Para la Bolsa está clara la conclusión de que “sigue siendo bajo el porcentaje de productores que realizan la práctica”.
En cambio, se notó un leve crecimiento en el número de productores que en la campaña precedente 2020/21 realizó alguna técnica vinculada a la aplicación variable de insumos, una de las posibilidades que habilitan las herramientas de la Agricultura de Precisión y que redunda en la optimización en el uso de agroquímicos, semillas o fertilizantes, ajustando las cantidades a las necesidades reales de cada lote.
Según el relevamiento de la Bolsa, la adopción de las aplicaciones variables o inteligentes muestra “una tendencia positiva en los últimos años”, ya que entre las campañas 2016/17 y 2020/21 el porcentaje pasó de un 6% a un 16% de adopción. Una vez más, hay que aclarar que ese porcentaje refiere al número de productores que incorporaron esta tecnología, y no a la superficie.
Como resumen te compartimos un programa que grabamos con Alberto Balbarrey, más conocido como Balbito, un ingeniero agrónomo de Tandil que explica como juegan todos estos conceptos en su tarea cotidiana al frente de un campo pionero en la adopción de la siembra directa y el cuidado del suelo.