La antigua localidad de Santa María, ubicada al centro-este de la provincia de Catamarca, está emplazada en el Valle de Yocavil, uno de los tres que conforman los valles Calchaquíes. Esta región supo ser un importante asiento administrativo y económico del imperio incaico, desde el año 1480 hasta la llegada de los españoles, en 1536, con un posterior asentamiento jesuítico de corta duración, hasta la fundación del poblado español en 1710.
Allí se asentaron nativos quilmes, acalianes y yocaviles que hablaban la lengua cacana y desarrollaron las culturas agroalfarera Santa María, Candelaria, Cóndor Huasi, Famabalasto y otras. Cultivaron bajo riego, maíz, poroto, ají, zapallo, en la estrecha llanura del río Santa María, con pastizales aptos para la cría de camélidos, mientras que en el fondo del valle prosperaron especies arbóreas valiosas por sus maderas y frutos. La cerámica y los metales fueron enriquecidos con símbolos de la iconografía santamariana, que se caracteriza por sus urnas funerarias. Aún se pueden ver los vestigios de corrales de llamas, depósitos de acopio de granos y morteros, con la curiosidad de que transitaban por arriba de sus construcciones a modo de callejuelas.
Por todo esto, en este valle es posible hallar personas y personajes que mantienen viva una alta cultura que les viene de una riquísima historia de sus ancestros. Es el caso de Norma Vega y Juan Albarracín, que se conocían de chicos, pero ella cuenta que curiosamente nunca habían sido amigos porque ambos eran muy callados. Ella vivía en Santa María. Y él, en San José Norte, a 13 kilómetros al sur, sobre la Ruta 40. Cada uno hizo su vida y se encontraron de grandes.
En su vida, Juan se hizo cargo de la finca familiar, con la ayuda de sus hermanos, pero además logró tener su propia finca de 4 hectáreas, con unas 200 vides y 200 durazneros que hasta hoy cuida con toda su alma. Consiguió trabajar en las zafras azucareras del ingenio Fronterita, hoy llamado Famaillá, de julio a septiembre, bajando por esos tres meses en moto, por un camino de cornisas a lo largo de unos 150 kilómetros. Allí se desempeñó como capataz del sector donde se cocina el jugo de la caña o guarapo, que estruja el trapiche. Tuvo una hija, que le brindó un nieto hermoso.
Norma se crio ayudando a su padre a cultivar la tierra, que él alquilaba, y a su madre a elaborar exquisitos rosquetes, empanadillas con dulce de cayote, tortas de turrón hechas con arrope de uva, dulces de membrillo, quesadillas, que salían juntas a vender. “Tuve una infancia sacrificada, pero muy linda”, reflexiona.
De grande viajó por el mundo. Consiguió una beca para aprender comunicación en Brasil. Adhirió al movimiento católico de los Focolares, de fundación italiana. Hizo una experiencia en la localidad de O’Higgins, al norte de la provincia de Buenos Aires, donde este movimiento tiene una sede muy interesante, y de ahí partió a hacer una experiencia en Italia, trabajando de cocinera. Pasó a Suiza y después se trasladó a Chile, donde trabajó como docente, hasta que regresó a la casa de sus padres, porque se sentía muy sola. Se puso a hacer dulces e hizo la especialidad de tejido en telar en el Centro de Formación Técnica en Artesanías “Aurora de un Mundo Nuevo”, creado por los Focolares y segundo en importancia, en América Latina. Comenzó a tejer y a vender caminos, morrales y demás. También consiguió trabajo de secretaria en la iglesia del pueblo, de martes a sábados.
Un día, la madre de Norma llamó a Juan -el que a sus 55 años andaba soltero- para que le hiciera una escalera, porque Juan se da maña para todo; tanto, que se hizo su casa y sus muebles. Esa vez Norma le ofreció unos mates y comenzaron a charlar. A ella la sedujo el humor y la picardía de Juan, que hasta hoy dice que la hace reír mucho y le alegra sus días, porque aquella tarde nació el amor. Noviaron unos dos años, se casaron en 2014 y ella se fue a vivir con él, a su pequeña finca.
Durante seis años, Juan siguió ausentándose para el tiempo de la zafra hasta que se jubiló, hace apenas dos años. En su chacra tiene uva blanca y negra, criollas, que son pequeñitas; y en menor cantidad, uvas negras, grandes, con las que hace pasas. Se mandó hacer un tacho especial de 200 litros para pisar la uva y hace un vino patero, seco. Los duraznos son criollos, amarillos y pequeños. En sus viajes en moto, Juan, siempre llevaba al ingenio algunos duraznos y uvas, para trocarlos por miel de caña, que vendía en su pago, porque allá éste gusta mucho para acompañar el postre de mazamorra de maíz.
Cuando Norma quedaba sola, uno de los hermanos de Juan le ayudaba en las tareas de cuidar las plantas, que hasta hoy es responsabilidad de él, si bien aclaran todo el tiempo que comparten todas las tareas y tratan de hacer todo, juntos. Ella comenzó a ayudarlo en el campo y él, a ella, en la tarea de agregar valor a sus frutas, porque Norma comenzó a hacer arropes, dulces y mermeladas. Como a Juan le sale un vino patero seco, a ella se le ocurrió meterle pasas de uva y dejarlo macerar por 20 días, resultando un vino dulce, que todo el mundo les pide. Pero señala que al año, el mismo vuelve a su estado seco, se le va el dulzor.
Cuenta que su marido tenía la costumbre familiar de hacer un aguardiente suave y más bien dulce, con las uvas, que no alcanza a los 40 grados de graduación alcohólica. Un día de 2015, a ella se le ocurrió sumergir en el mismo un puñado de frutitos de chañar y a los 4 meses nació su primer licor. Ella dejó de tejer en telar y poco comenzaron a elaborar toda una gama de licores con frutos de la quinta, como de algarroba, limón, granada, banana, mandarina, manzana, pelón o durazno disecado, menta, eucalipto, anís, jarilla, ruda, rica rica, muña muña, poleo, cedrón, romero y hasta de membrillo, todos bajo la marca “Pikito Calchaky”, que Norma lo sacó de una bella leyenda que trata de la protección del colibrí o picaflor.
Juan fabricó unas hornillas de barro bajo un alero, en las cuales enciende fuego y les coloca encima las ollas para cocinar las mermeladas de durazno, los dulces de cayote –el de cáscara blanca, aclara-, de manzana o damasco en pan, jalea de membrillo, muy curativa de los pulmones, arropes de chañar o de algarroba y hasta vinagre de durazno, que recomienda rociar sobre la carne de cerdo. Hace 7 años que ponen un puesto en la feria Arco Iris de la plaza Belgrano y venden todo. Ya tienen clientes que les encargan y muchos turistas vuelven a comprarles, porque sus productos son totalmente naturales, sin conservantes ni aditivos, aclara Norma.
Recuerdan que en el tiempo de la pandemia todo el pueblo les compró el licor de jarilla, porque esta planta tiene muchas propiedades, y después comenzaron a pedirles que lo mezclaran con el de chañar, porque éste tiene propiedades expectorantes, o con el de menta, o con el de eucalipto, etc. Una vez hicimos mucho arrope de algarroba, se nos ocurrió mezclarlo con el aguardiente y creamos un licor al que llamamos “Vaina dorada”, muy bueno como laxante, fortalece los huesos, disuelve las grasas y ayuda a curar el resfrío.
Cuando Norme se jubile de su trabajo como secretaria de la parroquia, piensa volver a tejer como complemento de los licores. Junto a Juan todos los años regresa a tomar mate, a un cerro donde hay un calvario, porque ahí mismo él le propuso casarse hace 8 años. Y ella aprovecha a agradecerle a Dios por haber conocido a este hombre que cada día la hace tan feliz, elaborando productos saludables y ricos para su gente, que además transmiten su cultura.
Juntos, Norma y Juan nos quisieron dedicar una canción dedicada a la localidad de Santa María, creada e interpretada por el grupo Alma Calchaquí, conformado por hermanos de Juan.
Hola,como hacer para conectarme con Norma y Juan en Santa María??
Todo lo que brilla no es oro.
Sacrifican los hermoso árboles de Algarrobo.
Se adueñaron de tierras fiscales.
Muy malas personas.
Se necesitan muchos Normas y Juanes en nuestro país… no estaríamos como estamos…Fuerza
Santa María pertenece al Oeste Catamarqueño (por más que parezca ubicado al “centro este”.