Por mucho tiempo, en las vastas y áridas llanuras del sur de Mendoza, las mujeres del campo tejían por tradición. Con las manos curtidas por el viento del desierto, hilaban y tejían la lana de oveja que ellas mismas esquilaban en los puestos de sus hogares rurales. Lo que en principio fue un legado familiar se fue convirtiendo en algo más: un emprendimiento colectivo que une a 18 mujeres del campo bajo el nombre de “Telar Campesino”.
La historia de Telar Campesino comienza en la pequeña comunidad rural del sur mendocino, entre los parajes de El Nihuil y Punta del Agua. En estos lugares remotos, no hay ferias ni mercados grandes, pero sí un conocimiento ancestral que se transmite de generación en generación. La tradición de tejer, teñir y trabajar con la lana de oveja formaba parte de la vida cotidiana de estas mujeres. “Desde chiquitos. Teniendo la lana disponible, mi mamá, mi hermana, mi mamá, todas”, dice Cintia Villegas, integrante de la comunidad tejedora a Bichos de Campo, mientras recuerda sus primeros años aprendiendo el oficio.
Sin embargo, el cambio comenzó cuando el INTA de San Rafael, les ofreció un espacio para crecer, un lugar donde sus productos pudieran ser reconocidos. Telar Campesino no es solo un grupo de mujeres, es un emprendimiento colectivo, un proyecto que las unió para dar a conocer el trabajo que hacían, pero también para enfrentar desafíos nuevos: cómo transformar la tradición en una actividad rentable y sostenible. En eso intervino el INTA, y hoy venden sus productos bajo una marca conjunta a todo el país.
“Nos empezaron a orientar un poco, como quien dice, para poder empezar a abrir más puertas, para empezar a visibilizar lo que nosotros hacíamos”, explica Cintia, al recordar el momento en que la intervención del INTA les permitió dar el salto.
La cooperativa (que no es cooperativa, según aclara Cintia) empezó a dar sus primeros pasos en el mundo comercial gracias a la apertura de nuevas puertas: “A través de las páginas, se están haciendo envíos a diferentes partes, de donde le escriban en la página, se contactan y se hacen los envíos, a cualquier parte del país”.
El proceso de transformación fue gradual, y con el tiempo Telar Campesino comenzó a participar en ferias, generando ventas y visibilidad. “Antes sí se hacían todas esas cosas, pero con lanas compradas”, explica Cintia. Pero hoy, el trabajo es completamente artesanal. La lana que utilizan es procesada desde el principio hasta el final. “Nosotros hilamos la lana, torcemos la lana, teñimos con las mismas plantas”.
Y no son tintes artificiales los que dan color a los productos, sino extractos naturales obtenidos de la tierra, como la hoja de mora que, al ser hervida, otorga un hermoso color verde. “Todo 100% natural, de planta, biológico”, asegura Cintia, quien destaca la satisfacción de trabajar sin químicos, de crear algo puro y auténtico.
El trabajo en conjunto ha sido clave para su éxito. Como un equipo de mujeres rurales, han aprendido a estandarizar su producción, adaptándose a un mercado que, por momentos, les resultaba ajeno. “El INTA nos ayudó a abrir muchas puertas. Nos empezaron a dar medidas, ejemplos de productos que podíamos hacer. Primero fueron individuales, caminos de mesa, cosas pequeñas”, recuerda Cintia.
El proceso de expansión fue paso a paso, con mucho esfuerzo. “Después ya empezamos con cosas más grandes: pies de cama, alfombras, ponchos, portacelulares, todo hecho a mano”. Y es que Telar Campesino no solo se dedica a los productos tradicionales, como mantas y alfombras. Con el tiempo, se diversificaron y comenzaron a crear una gran variedad de artículos, entre los que destacan almohadones, ponchos, individuales, y hasta portacelulares. Y la demanda crece: ya han enviado sus productos a provincias como Neuquén, Córdoba y La Pampa, e incluso a otros países.
El desafío ahora está en ampliar el canal de ventas. “Venimos de una zona rural, todo nos costó, fue nuevo para nosotras”, dice Cintia con humildad. Pero el grupo no se detiene: el futuro parece prometedor. Telar Campesino está buscando formas de seguir creciendo, de incorporar nuevas tecnologías y nuevos colores a sus productos. Y lo más importante: seguir avanzando como colectivo, manteniendo su esencia y su conexión con la tierra que las vio nacer.
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La historia de Cintia y sus compañeras es la historia de la resiliencia rural, de cómo la tradición y la modernidad pueden fusionarse para abrir nuevas puertas, visibilizar el trabajo colectivo y llevar lo artesanal más allá de las fronteras. Como Cintia dice: “Lo importante es seguir, seguir creciendo, seguir aprendiendo”.
En el sur de Mendoza, en medio de la tierra árida y el viento inclemente, estas mujeres siguen tejiendo con paciencia y pasión. Y sus productos, tejidos a mano, teñidos con plantas, no son solo objetos: son testamentos de un trabajo que honra la tierra, el legado ancestral y el esfuerzo compartido.