Con más de 40 años como agricultor de Avellaneda, vecina a Reconquista, en el norte de Santa Fe, Carlos Bianchi es una útil enciclopedia a consultar si se quiere conocer cómo fue la evolución productiva de esa zona, que supo estar tomada por el cultivo de algodón y que hoy se ha diversificado sumando más rotaciones.
Su trabajo lo distribuye entre 300 hectáreas propias y otras alquiladas, a partir de una firma que maneja junto a su hermano, y en la que supo participar su padre hasta que falleció. A la par, también integra orgulloso la cooperativa Unión Agrícola Avellaneda (UAA)
Cuando se le pregunta por la historia de la zona, Bianchi recuerda que el algodón se desplegaba sin límites en los campos, hasta que la falta de tecnologías para cosechar y la necesidad de producir más dificultaron seguir adelante con eso. Sin embargo, también se acuerda de un desarrollo del INTA que cambió eso.
“Los ingenieros de INTA y algunas empresas locales hicieron resurgir al algodón pensando en cómo mecanizarlo y sumar máquinas a la cosecha. Eso hizo que se tuviera que cambiar la metodología de trabajo que se usaba”, contó el productor en una charla con Bichos de Campo.
Aún así, en las décadas más recientes otros cultivos se sumaron a las rotaciones: primero trigo, después soja, algo de girasol y hasta un poco de maíz dulce (el que se usa para hacer choclo en lata) en el caso de Bianchi, que lo produce para una empresa rosarina que se lo compra por contrato.
Y en este proceso de sumar cultivos a la zona, también apareció la necesidad de sumar equipos de riego para mejorar los rindes.
“Entre los 90 y los 2000 se hicieron muchos pozos, perforaciones y se empezó a regar por manto. Diez años atrás nosotros adquirimos un primer equipo de riego con muy buenos resultados y fuimos incorporando otro más”, dijo orgulloso el productor.
Según el productor, el riego “te cambia totalmente. Vos podés tener previsibilidad porque le echas más fertilizante, cosechas mucho más kilos. Estos dos últimos años de sequía, con riego no bajamos de los 4000 kilos en algodón, y en zonas de secano entre 600 y 700 kilos”, añadió.
Pero para el productor, más allá de sus buenos resultados, será tiempo de festejas cuando las condiciones sean buenas y parejas para todos.
“Es lo que siempre como productor uno dice: si el Estado está en las buenas, llevándose por ejemplo el 33% de lo que producimos, que en las malas al menos nos deje respirar porque siempre nos está ahogando. Si nos sacara un pie de encima y nos dejará trabajar, sin impuestos que nos agobien, seríamos el granero del mundo porque el productor le mete pata. No arrugamos la frente, seguimos para adelante como nos pasó en estos años de sequía”, sostuvo.
Frente a ese escenario, la previsibilidad que otorgaba el riego resultó clave para mantener la estructura de la empresa familiar.
“Tenés una estructura y tenés que continuar. Por eso tratamos de que ella sea cada vez más eficiente. Por eso como empresa decidimos apostar más a los equipos de riego para poder tener una sustentabilidad más pareja”, concluyó.
Culpa de este tipo de prácticas y de otras de riego desmedido y desregulado es que están bajando los niveles de aguas subterráneas en todo el país.