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En el día del agrimensor, el veterano Miguel del Valle Ponce expone su pasión por ese oficio: “La tomo, no como un trabajo, sino como un disfrute cuando voy a los campos”

Esteban “El Colorado” López por Esteban “El Colorado” López
23 abril, 2025

El Día del Agrimensor se celebra todos los 23 de abril en Argentina, en conmemoración a la fecha en que la provincia de La Rioja dictó en 1963 un decreto que instituyó la figura del agrimensor como oficial público. 

En el Día del Agrimensor, entonces, Bichos de Campo entrevistó a Miguel del Valle Ponce, quien nos contó la simpática historia de cómo llegó a estudiar esa profesión y por qué hoy, con 48 años de carrera, mantiene viva su pasión por ella. En primer lugar, Miguel aclara que “del Valle” es parte de su nombre y no de su apellido, porque cuando él era chico “las madres del noroeste argentino tenían gran devoción por la Virgen del Valle de Catamarca”, explica.

Repasando su vida profesional, curiosamente Miguel ha elegido trabajar mensurando tierras, y no sólo en su provincia sino en otras: “Me siento un nómade moderno -se describe-, porque paso mis jornadas laborales yendo a paisajes, tanto llanos como montañosos, exuberantes de flora, como también desérticos salitrales, con calor o con mucho frío, de día o de noche. A veces con riesgo ante una fauna peligrosa, o por quedar en medio de conflictos humanos, o de perderme en medio de un monte cerrado”, advierte.

Elige recordar dos hitos de su extensa carrera como agrimensor: “Recuerdo cuando hace 20 años tuve que mensurar un campo de 80.000 hectáreas, donde comienza Mar Chiquita, lo complicado que fue, porque aún no había GPS y obteníamos las primeras imágenes satelitales de muy baja resolución. Y hace poco fui a medir un campo de 42.000 hectáreas en La Rioja, sobre la Cordillera, y por momentos temí perderme entre las montañas”, señaló. 

En plena pandemia por el Covid19 le dio por escribir sus memorias acerca de cómo fue que, con total inocencia, llegó a ser ingeniero agrimensor, recibido en la Universidad Católica de su provincia, Santiago del Estero. Pero lo editó en un folleto sólo para amigos. Aprovechamos para que nos narrara, de modo resumido, lo que repasa en esos textos.

La casa familiar de los Ponce quedaba en la calle Irigoyen, de la ciudad de La Banda. “Casi nunca cruzaba el río para ir a la capital -recuerda Miguel- porque en mi ciudad tenía todo lo que necesitaba: mi familia, mis amigos, mi club, mis juegos y hasta después tuve mi novia. Mi viejo fue un eterno laburante, que no conoció a su padre, y su madre murió cuando él era chico. Se crio de boyerito, en el campo, fue peón, después vino a la ciudad y fue sodero, repartidor de leche y qué se yo cuántas cosas más. Hasta que un día se casó y formó familia, con 4 hijos, de los cuales yo soy el menor”, aclara. 

“Un día mi padre adquirió una finca de 16 hectáreas en El Polear, en La Banda -continúa rememorando Miguel- que al fondo tenía un bajo tremendo, el cual era un arenal. Con una mula y una pala de buey pudo nivelar el suelo y sembrar maíz, zapallo, sandía, melón, cebolla, hasta que un gran amigo le regaló un tractor usado. Enviaba todo al Mercado Central de Buenos Aires, pero allí le pagaban muy poco. Hasta que dos productores santiagueños compraron un puesto allá y comenzaron a hacer justicia. Recuerdo que me encantaba ayudarlo”, sonríe. 

 

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Sigue Miguel contando su derrotero: “Mis padres tuvieron escasos estudios escolares, pero eran eruditos en el arte de vivir. Por eso mi viejo me insistió en que yo estudiara. Fue así que, al terminar mi secundario, decidí con un amigo estudiar ingeniería. Yo, la rama de mecánico, y especializarme en aviones; y mi amigo, civil. Con toda inocencia nos fuimos a la Universidad Católica de Santiago, en la capital, a inscribirnos, pero allí nos enteramos de que sólo tenían la carrera de ingeniero agrimensor y la de forestal. Pues yo elegí la de agrimensura y la comencé, sin tener mucha idea de qué era, ni para qué servía”. 

Reflexiona el ingeniero: “Una vez recibido, seguí sin tener una clara identidad en mi profesión, hasta que me tocó participar de reuniones en la Federación de Agrimensores, en Rosario. Allí conocí a profesionales formidables, los cuales me contagiaron de tal manera, que mi profesión se convirtió para mí, en una verdadera pasión hasta hoy. Y más aún, de ellos asimilé la responsabilidad social que tiene un agrimensor. Hoy puedo decir que la tomo, no como un trabajo, sino como un disfrute, y cuando voy a los campos, la aprovecho hasta como un deporte para caminar y cuidar mi salud”, asegura. 

“También reconozco que mi padre me enamoró del trabajo a campo -refuerza, Ponce-. Y de él me quedó para siempre el tener una conducta profesional ética, donde la palabra debe ser sagrada. Por eso considero que como agrimensor no puedo ni debo fallarles a mis clientes, quienes depositan su confianza en mí”, enfatiza. 

 

Miguel señala que es interesantísimo el trabajo que ha hecho Juan B. E. Giménez: un manual de “Topónimos de Santiago del Estero”, donde se tomó la tarea de colocar el significado en español, de las localidades y parajes con nombres quichuas. “Lo hallé en la biblioteca 9 de Julio y sorprende la precisión de sus datos -indica-. Creo que no tiene los honores que se merece, como tampoco el mapa catastral de la provincia, que realizó Torcuato López, con plumín y tinta china, el cual es otra maravilla. Cuando fui director de catastro, entre 1983 y 1988, lo mandé redibujar para que no se perdiera. En él, se ve que la provincia tenía otra configuración de sus departamentos”, resalta. 

 

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En otro orden de su vida, el ingeniero Ponce ha incursionado en la literatura, pero en su caso, con un fin social. Cuenta: “Un día tomé conciencia del sacrificio que hace una familia para criar a un hijo con alguna discapacidad física o mental. Fue a partir de haber conocido un caso particular, el de un chico llamado Bautista. Entonces decidí escribir un libro para visibilizar esa situación y con la intención de que la gente tomara conciencia de que no podemos ser indiferentes con ellos, de hacer la vista gorda, sino todo lo contrario, comprometernos y ayudarlos en todo lo que podamos. El libro se llama ‘El Libro de Bauti’, y lo escribí como si fuera un cuento con relatos mágicos”, detalla.

En 1973 Miguel se mudó a Santiago capital, donde formó familia, tuvo dos hijos y montó su Estudio de Agrimensura y Sistemas, con el lema “Para saber dónde estás parado”. Se destaca en su provincia por haber desarrollado una extensa carrera. Desde 1983 hasta 1988 ocupó el cargo de Director General de Catastro de la Provincia. Y recientemente, en diciembre de 2023, fue elegido presidente de la Asociación de Agrimensores, hasta fin de este año 2025. 

Miguel Ponce nunca va a medir los campos sin la compañía de su caschi o pequeño “perro-mensor”, como apoda a su mascota, porque puede alertarlo mejor que nadie de la peligrosa presencia de un chancho del monte, de un oso hormiguero o de un puma en los cerrados montes santiagueños. En este momento se halla desarrollando la Semana de la Agrimensura, donde hoy homenajearán a Juan José Berraondo, quien ideó, proyectó y ejecutó el ‘Canal de Dios’ y sus canales derivados, en su provincia. 

El ingeniero santiagueño tiene una excelente noticia para compartir: Rita Jerez Campoya, su nieta, eligió estudiar la misma carrera que su abuelo y ya le falta poco para recibirse. Al preguntarle a ella por cuánto influyó el testimonio de su abuelo, dijo: “Conocí esta fascinante carrera gracias a mi abuelo, quien hizo de ella todo un estilo de vida, y desde chica me entusiasmó con sus anécdotas, cuando me contaba acerca de los insólitos lugares adonde había estado midiendo tierras, la gente a la que le solucionó graves problemas y una interminable cantidad de situaciones que tuvo que vivir. Para mí es un orgullo que él me aliente a recibirme, porque quiere que tome su posta y continúe su trabajo, en su oficina”.

El agrimensor quiso finalizar esta nota, con una reflexión testimonial sobre “el saber del tiempo ‘i ñawpa’, que en quichua significa ‘de muy antaño, el de nuestros ancestros’”, dijo, y señaló: “Debemos recordar que educamos eminentemente con el ejemplo, más que con las palabras. Así lo hicieron mis padres, que supieron contagiarme su bondad, su alegría de vivir y su sabiduría, sin consejos ni discursos aleccionadores, de tal modo que aún me marcan el carácter y el camino a seguir en mi profesión y fuera de ella”. 

En este, su día del agrimensor, Miguel del Valle Ponce eligió dedicarnos la chacarera “Mi origen y mi lugar”, de y por Horacio Banegas. 

 

Etiquetas: agrimensordia del agrimensormiguel ponceoficios ruralessantiago del estero
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