Uno comprende que en tiempos de campaña electoral se exageren algunas cosas. Pero el ministro de Economía y candidato oficialista, Sergio Massa, más que exagerar está directamente mintiendo (o diciendo solo verdades a medias, que es lo mismo) a la hora de construir un relato propio sobre la política agropecuaria que desplegó desde que llegó a esa cartera, en agosto de 2022.
Las mentiras de Massa son muchas y casi una constante en estos días en que se juega todo dentro de su campaña electoral. Pero es tan hábil para hacerlo, que hay que andar precavido para no comerse la curva.
Por ejemplo, esta semana el ministro afirmó en una entrevista: “Uno de mis peores errores como ministro fue no contarle a los argentinos la gravedad de la sequía. No quise que la gente entrara en miedo. Preferí ponerle el cuerpo, bancarla… Vos fijate que tuvimos la peor sequía de la historia y ni un solo tractorazo, porque nos tiramos arriba del campo a tratar de tomar medidas para ayudarlos y para tratar de paliar las circunstancias”.
La primera falsedad es que no es cierto que Massa haya escondido la sequía a la opinión pública: desde febrero que la utiliza como su principal argumento para explicar la crisis económica que vivimos en la Argentina. Es su muletilla preferida, como antes la pandemia fue la gran excusa de Alberto Fernández.
Es muy vergonzoso -produce vergüenza ajena- escuchar día y noche decir al ministro/candidato que el desencadenante de la crisis fue que faltaron este año unos 20.000 millones de dólares de la cosecha. Aunque puede ser cierto que esa escasez de dólares desestabilizara algunos números de la macro, el gran dato es que este mismo gobierno gozó en los dos años anteriores (2021 y 2022) de un ingreso fenomenal de divisas que literalmente se esfumó. O mejor dicho, se fumó. O mejor dicho todavía, se fugó.
En rigor, tanto en 2021 como en 2022 sobraron esos mismos 20.000 millones de dólares que este año le faltaron a Massa. Por los altos precios internacionales y unas cosechas aceptables, en esos dos años hubo un ingreso excepcional de divisas por parte del sector agrícola. Y sin embargo el país ya vivía con brecha cambiaria, alta presión fiscal, pobreza creciente e índices de inflación cada vez más alarmantes. No sirve de excusa.
Para los productores, sin embargo, lo más insultante del discurso electoral de Massa pasa por otro lado. Dice el ministro: “Tuvimos la peor sequía de la historia y ni un solo tractorazo, porque nos tiramos arriba del campo a tratar de tomar medidas para ayudarlos y para tratar de paliar las circunstancias”.
Es falso, de total falsedad, que el Ministerio de Economía haya ayudado especialmente a los productores agropecuarios en medio de esta crisis. De hecho, Massa se reunió con las entidades de la Mesa de Enlace a principios de febrero a evaluar la situación, y después de eso no las recibió nunca más. A partir de eso, pasaban las semanas y seguía sin llover, los cultivos de soja y maíz se estropeaban, la gente cosechaba a pérdida y se acumulaban las deudas, especialmente con la cadena comercial. En todo este desconcierto, no hubo desde el Estado ninguna convocatoria ni preocupación por ver qué sucedía con ellos.
A mitad de año había un pasivo de los chacareros estimado en unos 7.000 millones de dólares, que el propio sector refinanció pateando los vencimientos para más adelante, cruzando los dedos para que alguna vez vuelva a llover con la frecuencia adecuada. Si no sucede, hay tanta deuda dando vuelta que Massa (y Alberto, y Cristina…) dejarán un sector agrícola mucho más hipotecado del que recibió Néstor Kirchner en 2003, y del cual tanto se ufanan los kirchneristas. Con un agravante: ahora los prestamistas son las grandes empresas internacionales y no el Banco Nación.
Massa fue un convidado de piedra en todo este proceso. Y su secretario de Agricultura, apenas un mediocre relator. No hubo, salvo la automaticidad para aplicar a los productores los beneficios de la Ley de Emergencia Agropecuaria (que es ley, y por eso debe ser aplicada), ninguna política adicional y especial para enfrentar esta crisis. Ninguna, salvo un par de préstamos adicionales a cooperativas “oficialistas” que cobraron algún que otro dinero por ponerse la camiseta rival a la de la Mesa de Enlace.
Porque al ruralismo tradicional ni justicia. Massa ni siquiera fue capaz de cumplir con su promesa de generar un fondo rotatorio de 1.000 millones de pesos (la insignificancia misma) para las cooperativas de Coninagro, como les prometió en una reunión reservada (pero muy bien difundida por el propio aparato de prensa del ministro/candidato).
En definitiva, según el último balance oficial conocido (pues no se difunden los pagos), el Fondo Nacional de Emergencia Agropecuaria que administra Bahillo destinó unos 17.000 millones de pesos (hoy son 17 millones de dólares) en ayudas directas a un sector que perdió mucho más los 20.000 millones de dólares que llora Massa en cada reportaje, y que coloca como excusa frente al monumental descalabro económico del presente.
Eso es algo que irrita mucho a los productores: que Massa diga día y noche que la pérdida la sufrió él -que como ministro a lo sumo dejó de recaudar retenciones, aunque tampoco sea cierto, porque las cobra por adelantado a muchos de los embarques de granos que se realizarán en 2024- y nunca reconozca que los grandes perdedores aquí han sido los propios productores.
Es peor todavía este balance, porque a lo largo de toda la tragedia productiva que significó la sequía (con 45% menos de granos producidos, parejo en toda la geografía agrícola) lo que hizo el ministro de Economía es encarecer artificialmente y mucho los costos de otros productores que deben utilizar esos granos escasos y cada vez más difíciles de conseguir. ¿Cómo? Con las sucesivas aplicaciones del Dólar Soja y otros regímenes cambiarios especiales que beneficiaron a las exportadoras y no siempre fueron trasladados al productor agrícola.
Casi todos los productores de carne y leche, además de otros sectores como el de los biocombustibles, se vieron afectados por esta situación: porcinos, pollos, tambos, feedlots, huevos. Todos ellos utilizan soja o maíz que ya eran de por si escasos, y que subieron de precio por los artilugios cambiarios que inventó Massa y que pomposamente llamó Programa de Incremento Exportador. Esa política que solo apuntó a regenerar reservas en el Banco Central y estirar una agonía que finalmente estalló los últimos días (con el dólar a mil pesos), fue la gran responsable de la crisis que viven actualmente los productores de leche de todo el país, que no llegan a cubrir con el precio que cobran los costos para alimentar a sus vacas.
Más que ayudarlos a enfrentar la sequía, Massa y Bahillo enterraron todavía más al productor que agregaba valor a los granos en el campo argentino. Y lo hicieron repetidas veces, como si con una sola no alcanzara.
En los últimos meses, y también con una discrecionalidad política envidiable, una Secretaría de Agricultura que perdió cualquier rastro de dignidad productiva y fue absorbida por completo para los designios del Ministerio de Economía, instrumentó diferentes planes de “compensaciones”, que ya suman más de 50.000 millones de pesos (finalmente escasos 50 millones de dólares) para tratar de reacomodar las cuentas que el propio Massa había desacomodado. Recibieron subsidios directos varios sectores, pero nunca se llegó a reparar el daño.
Si sumaramos toda la ayuda oficial que concedió Massa al agro en este año, el de la peor sequía de la historia, podríamos decir sin temor a equivocarnos que el dinero que gastó Economía equivale a solo 0,35% de la pérdida que tanto le duele a Massa, aunque él siguiera cobrando su salario y la plata que no estuvo faltó en el bolsillo de los productores.
El caso más patético de la ayuda estatal tardía e ineficaz es la entrega de fertilizante que instrumentó el secretario Jorge Neme, que acompaña a Massa en Economía. La oferta de urea que costó 30 millones de dólares de préstamos internacionales fue insuficiente: la prometieron para 45 mil productores y apenas entraron 8.500 de ellos. Que ni siquiera recibieron el fertilizante y quizás lo hagan recién a fines de noviembre o en diciembre, como regalo de Navidad y cuando la época ideal para fertilizar sus cultivos ya haya pasado.
Es insultante Massa. Insulta la inteligencia de todos los que más o menos conocemos lo que pasa en el sector agropecuario. Está claro que eso a él no le interesa, que jamás le importó: ayudar a un productor dañado severamente por la sequía jamás estuvo en sus planes. El ministro le habla a otro público. Se victimiza, que es la mejor manera que tienen los victimarios para tratar de esconder sus culpas.
Cierto es que, en este concierto de actitudes y de datos, no mintió el ministro candidato al decir que “tuvimos la peor sequía de la historia y ni un solo tractorazo”. Porque eso sí es cierto: desarrapados, divididos, preocupados por cómo seguir, desesperanzados ante la escasez de lluvias, esperanzados por la llegada del Niño, especulativos por lo que pudiera suceder con el tipo de cambio, pauperizados en sus representaciones gremiales, desorientados porque su principal enemiga (Cristina Kirchner) huyó de la escena, finalmente los chacareros pasaron 2023 sin proponer ni protagonizar ninguna medida de protesta.
Y eso que Massa se las merecía. Por su profunda insolidaridad, por su desprecio por la verdadera política pública, y porque finalmente siempre le importó más su propio destino -el que se juega en estas elecciones- que el de miles de argentinos que dependen y sufren con el campo.
Elemental: valor agregado se origina con la rentabilidad del productor que REINVIERTE.
En las actuales circunstancias eso es imposible.
De más está decir que a éstas se las lleva el gobierno parásito y corrupto.