Si bien nació en Villa Nueva, a 13 kilómetros de Brea Pozo, Pedro “Pachi” Villarreal (71) hoy vive en ésta localidad cabecera del Departamento San Martín, en la provincia de Santiago del Estero. Su casa se halla del lado más humilde, dice él, a tres cuadras de la vía del tren que divide el pueblo, de apenas 2000 habitantes, y a solo seis cuadras de la plaza central. Allí mismo logró hacerse su taller de alfarería y luego montó un local a la calle para vender sus artesanías, que son verdaderas obras de arte, como solía afirmar el escritor uruguayo Eduardo Galeano.
Pero como su pueblo no está en una zona turística, debe salir y se lo puede hallar terminando sus obras para venderlas en las ferias más importantes de nuestro país. Cuenta que al principio hacía réplicas de cerámicas arcaicas, que están en los museos. Pero explica que no hace más, “porque hay que trabajar con escalas y llevan mucho trabajo, de modo que hay que cobrarlas caro, y no es fácil venderlas”.
“Las que sí me entusiasman son las vasijas silbadoras, de doble pico, porque son piezas ceremoniales que me compran coleccionistas de Estados Unidos, de España, Alemania y de cualquier parte del mundo. A esas las sigo haciendo. Luego aprendí a hacer un filtro de agua, pero hoy lo que más hago son fuentes, cazuelas, cuencos, vasijas, lavatorios y demás”, indica.
Advierte: “La gente suele pensar que por ser artesanías, deben ser desprolijas, y se asombra cuando ve la calidad de mis obras, ya que a mis piezas les doy una terminación impecable. Eso me permite llegar a un público de buen poder adquisitivo, como el que hallo por ejemplo en una nueva feria ganadera que se hace en Santiago”.
“Pachi” escribe muy bien y explica que aprendió en la colimba, donde fue escribiente y debía tener buena redacción. Relata que se crió junto a su padre sembrando, en familia, zapallo anco, sandía, maíz, en un campo de 17 hectáreas, “porque Villa Nueva es zona de riego”, aclara. Luego su padre fue jefe de correo en varios pueblos de Santiago del Estero, hasta que un día pidió traslado a Buenos Aires y se fue con su señora y sus 5 hijos, llegando a ser jefe en la sede del barrio Belgrano R.
Por eso es que Pedro vivió en la Capital Federal desde 1977 hasta 1989, y en 1982 empezó a trabajar como cartero en la sede que regenteaba su padre. Pero dice que él nunca se acostumbró a la gran ciudad y siempre quiso retornar a su pago natal, lo que concretó en 1991, pero no regresó a Villa Nueva, sino que fue cuando decidió instalarse en Brea Pozo.
Pachi recuerda que un tío abuelo tenía aserradero en Brea Pozo, donde fabricaban sulkis. A él le gustaba ir a visitarlo y se entretenía engrasándole sus máquinas. Reconoce que por eso eligió estudiar en un colegio industrial, lo que le brindó habilidad con las máquinas para siempre. Cuando llegó a vivir en Buenos Aires, aprendió refrigeración, y al regresar a su provincia hizo algunos trabajos de ese oficio, pero no era lo que a él le gustaba. Hasta que un día conoció la arcilla de manos de un profesor de cerámica, que había empezado a dar cursos en una escuela primaria y le había pedido que le hiciera un horno en ella.
“Recuerdo que en 1993, contagiado por aquel profesor, me puse a hacer algunas piezas en mi casa, y no paré más; me encerraba y era feliz. Hice un horno, pero no me salió bien y se me quebraban las piezas porque levantaba temperatura muy de golpe”, señala el artesano.
En esta zona se hace mucha ganadería, porque es poco apta para agricultura. “Antes, alrededor de mi casa era todo monte, pero se ha ido desmontando, loteando y construyendo, al punto que hay que dar muchas vueltas para llegar hoy al monte. Entonces compro la leña y cada zorrada de 2 metros cúbicos me cuesta unos 25.000 pesos”, se queja.
Pachi denota su ánimo inquisidor y de docente cuando explica: “El complejo cultural de la llanura del Chaco Santiagueño se compone de tres culturas: Averías, Sunchituyoj y Mercedes. La de Mercedes es la más antigua, que trabajaba la cerámica negra. En los manuales de cerámica se la cita como técnica de ‘reducción’, porque consiste en reducir la entrada de oxígeno en el horno a leña, para que la pasta se torne como óxido ferroso y tome colores negros, de distintas tonalidades. Cuando está a 1000 grados, se lo abre al horno para que baje a 800 grados. Se le mete viruta y produce carbono”, indica.
Celebra, feliz, que hace poco lo visitaron alumnos de una escuela de la localidad de Chilca Juliana. A ellos les indicó que “es un método similar a como se produce el carbón de leña en los hornos -aclara el santiagueño-, porque al cerrarlo de nuevo, se reduce el oxígeno y se genera carbono en el ambiente, lo que hace que las piezas cambien de color. Entonces, de acuerdo a la cantidad de viruta que le metemos, y a la temperatura del horno, será el color que lograremos en la pieza: si bajamos la misma, logramos diversos marrones, y si la aumentamos, conseguimos negros intensos”, remarca.
Pero el artesano fue por más: “En cuatro ocasiones me fui a hacer cursos de alfarería en el Instituto de Ceramología en la calle Medrano al 1335 de la Capital Federal, donde me compré varios libros sobre las distintas técnicas”.
“Uno de ellos es sobre cómo hacer filtros purificadores de agua, de cerámica, con caolín, que es una arcilla especial, industrial, de máxima pureza. La consigo a buen precio en Córdoba o en Buenos Aires. Tiene la propiedad de retener los minerales agresivos que pueda tener el agua, como el arsénico, el plomo o el cromo. Como el agua de Santiago del Estero tiene mucho arsénico, la Universidad Nacional de Santiago del Estero me invitó a dar talleres sobre su construcción y también los brindé en una escuela de Nueva Francia, pero hace tiempo que no hago más”, comenta.
El hombre de Brea Pozo no recomienda usar las arcillas nativas porque al cocerlas a alta temperatura, dice que se rajan. “Pero sí las solemos entreverar, y las vamos a sacar de las canteras de yeso, en la zona serrana, en Villa Guasayán, Ojo de Agua, Sumampa, adonde vamos a conseguir arcillas rojas y verdes. Compro la arcilla en bolsas de 30 kilos, y una compra debe ser de 100 kilos. El flete desde Buenos Aires se fue encareciendo. Con 10 kilos de arcilla apenas hago 3 ollas” destaca.
“Pachi” se levanta a las 7 de la mañana y a las 8 entra al taller, se toma unos mates y ya se pone a trabajar “porque una vez que me concentro, ya no puedo tomar mate a la misma vez, como tampoco acostumbro a dormir la clásica siesta santiagueña”, asegura.
Cuenta que su señora lo ayuda con el bruñido o alisado de las piezas. “Se hace con piedras pulidas, para darles brillo, ya que les cierra los poros y las impermeabiliza. Dos de mis hijos me ayudan. Hernán, el menor, se encarga de hacer las guardas y las imágenes en las piezas, y Raúl, el tercero, se ocupa de la ‘Barbotina’ y del alisado, junto a mi señora. Mi hijo Marcos, vive en Liniers y nos maneja las redes sociales y ayuda a atender el puesto en la Rural de Palermo”, indica.
Pedro explica sobre los detalles de sus obras: “Me caracterizo por darles unas terminaciones muy finas a las piezas, que las realzan. Por ejemplo, con cuero de cabras, que es delicado y fácil de trabajar, corto tientos y les hago una costura en los bordes de las fuentes. También uso huesos, madera, astas y soga de yute, para agregarles asas o manijas. Al cuero lo dejamos una noche en cal para blanquearlo y sacarle los pelos, lo lavamos y lo estiramos bien, con mucha fuerza, para que quede seco y parejo como una cartulina. A los días de humedad, los aprovechamos con Raúl para cortar los tientos. De los huesos usamos el caracú, que pedimos en las carnicerías y los hervimos durante 5 horas para quitarles la grasa y blanquearlos”.
Pero el clima es un factor influyente: “Las piezas grandes, necesitan secarse en poco tiempo, y en los días de mucha humedad tardan más tiempo y se deforman. Pero si les da demasiado calor, en verano, o mucho viento, se secan demasiado rápido y corren el riesgo de rajarse. Por eso, si la pieza es grande, la dejamos secar a la sombra, dentro del taller durante 7 días. No trabajamos con torno, sino de un modo ancestral”, dice.
Pero este artesano no pierde el tiempo: “En los días nublados aprovecho también a trabajar la madera de Itín, que es dura como el quebracho, pero un poco más flexible que el colorado, y tiene colores violáceos, hermosos. No sirve para la alfarería porque es muy dura de trabajar. Yo la uso para hacer mis herramientas y cucharas. Tengo una motosierra con la que trozo la leña para los hornos, pero no talo los árboles del monte, sino que recojo las ramas secas, que se han caído de ellos”.
“También aprovecho la tusca -sigue el santiagueño-, que se seca rápido, porque abunda y hace mucha llama. Un horno para hacer pan, no llega a los 200 grados. Antes medíamos la temperatura de acuerdo a la coloración de las piezas, y además, porque cuando hace chispas, está a unos 400 grados. Entonces le vamos metiendo más leña para que levante y en 7 u 8 horas debe llegar a los 1000 grados, y es como que las piezas se transparentaran”, asegura.
En la feria que transcurre durante el festival de Cosquín, Pedro recibió el premio mayor, que se llama “Adquisición”. “En esa feria no se cobra entrada y el público es de menor poder adquisitivo que el de otras adonde vamos, como la Feria Internacional de Córdoba. Pero este año no fui a esta última porque me resultó caro el alquiler del estand, ya que además tengo los costos de traslado y comida. Hotel, no, porque Gendarmería nos ofrece alojamiento gratuito”, aclara.
Pero también dice que le cuesta ir a la feria de Colón, en Entre Ríos, porque le queda a 1000 kilómetros de su pago. “Cuando vamos a la Expo Rural de Palermo, podemos subir un poco los precios. Me acuerdo de que la de 2003 fue muy buena porque los brasileños y los uruguayos nos compraron todo. Hoy nos cuesta vender porque no hacemos artículos de primera necesidad y la economía de las mayorías se ha tornado básica, de subsistencia”, se lamenta.
Pachi, en todo el mes de julio expone y vende en la feria que se monta durante los festejos del aniversario de Santiago del Estero. Y cuenta, además, que suele ir a la Fiesta del Poncho, porque su hijo mayor vive en Chumbicha, Catamarca, y lo ayuda mucho.
Pachi Villarreal tiene el honor de que el reconocido cantante santiagueño, Mario Álvarez Quiroga, le haya dedicado una canción, “A Pachi el alfarero”, y nos la quiso compartir.
Ese señor si que es un genio, hace obras maravillosas en su sencillo taller. Me alegra que le hayan hecho una linda nota.