Fernando Nocetti y Carlos Rodríguez tenían apenas 25 años cuando decidieron meterse de lleno al mercado de las “specialities” y fundar su propia empresa exportadora. Salteños ambos, y de familias empresarias, se formaron en Estados Unidos y volvieron a Argentina para llevar adelante el proyecto de producir chía, porotos, sésamo y cítricos, y venderlos a mercados de elite.
Fue allá por el 2009 cuando, con su título de licenciado en música bajo el brazo y una incipiente experiencia laboral fronteras afuera, Fernando decidió regresar al país y continuar el legado productivo que hay en su sangre. Lo amparan cuatro generaciones y grandes extensiones de tierra dedicadas a la producción azucarera y de cultivos extensivos, pues la empresa familiar Compañía Agrícola Industrial Salteña S.A cuenta con una de las fincas más importantes de Salta.
Fernando, que también es CEO de esa empresa, usó ese “backup agronómico” para lanzarse junto a su amigo, economista de formación, en la aventura de sembrar y exportar cultivos poco comunes. El resultado es más que sorprendente: Su empresa, Rodríguez Nocetti SRL, ha consolidado su cadena productiva, accede a los mercados más exigentes y se aboca de lleno a la sustentabilidad para agregar valor e intercambiar bonos de carbono por fondos frescos.
Si hoy tienen muchas hectáreas sembradas con chía en el norte salteño es porque, tras varios idas y vueltas, pudieron encontrarle la “veta”. Tal como recordó Fernando en diálogo con Bichos de Campo, ellos comenzaron en 2012, cuando la larga sequía y la caída en el precio de los commodities los impulsó a buscar una alternativa. Pero, como no fueron los únicos a los que se les ocurrió ir por esta “speciality”, el sector tendió a la sobreproducción y los primeros años el precio cayó estrepitosamente.
Es que, explicó el joven empresario, la chía es un producto que se consume muy poco a nivel mundial, unas 70.000 toneladas anuales, y cuya demanda es inelástica, es decir que no varía por factores externos. Eso hace que sea muy sensible a los cambios en la oferta, y si muchos la producen el precio baja estrepitosamente. A menudo, su elevado valor FOB, que hoy ronda los 1400 dólares por tonelada, incita a más productores a volcarse en eso.
Además, es un cultivo que no tiene retenciones, al igual que la mayoría de las “specialities”, tales como el sésamo o el poroto. Esto no siempre fue así pues, durante el último gobierno de Cristina Fernández, los derechos de exportación rondaban el 20%, aunque combinados con precios altos. Hoy, estiman los productores, el sector no sería rentable con ese tributo, que los dejaría fuera del juego frente al principal competidor, Paraguay.
Por eso producir chía se vuelve atractivo, y lo es más aún si se tiene en cuenta que permite volcar hacia la actividad agrícola a tierras que no son aptas para otros cultivos. “En Salta, la chía habilita campos que sólo eran considerados ganaderos y se obtiene una buena rentabilidad”, afirmó Nocetti, que igualmente no recomienda apostar de lleno a este cultivo si no se está completamente inserto en la cadena comercial, ya que es complejo colocar luego lo producido.
La solución que hallaron en su empresa fue enfocarse en determinados clientes: El 80% de lo exportado va a Estados Unidos y la Unión Europea. Como también hacen “tradeo” y venden chía de terceros, suena tentador aprovechar la alta demanda del mercado Indio y Chino, pero prefieren vender menos volumen a clientes premium.
Pero eso requiere de un intenso proceso de certificaciones, trazabilidad y controles de calidad, que los jóvenes empresarios han pulido para darle robustez al negocio. Desde ya, eso agrega valor a sus semillas y les da ventajas frente a otros competidores, y es la razón por la que insisten en avanzar con la producción orgánica, y la captura de carbono.
En vistas de eso es que en 2021 lanzaron el primer proyecto de carbono registrado en el país. Se trata de REDD+ Selva de Urundel, que tendrá una duración de 30 años y está destinado a la protección del bosque nativo en una de las fincas de la familia de Fernando. Son nada más ni nada menos que 50.000 hectáreas en el municipio de Urundel, perteneciente al departamento salteño de Orán, que son conservadas para la captura de emisiones de Dióxido de Carbono.
La idea detrás del proyecto, que impulsan las empresas Rodriguez Nocetti SRL y Carbon Credits Consulting, es doble. Por un lado, generar créditos de carbono para comercializar con empresas europeas, “que es un negocio en sí mismo, y permite financiar los costos de conservación que son altísimos”, explicó Fernando. Pero, a la vez, agrega valor a sus exportaciones al provenir de producciones negativas en emisiones de CO2.
Ese es el combo comercial que hoy ampara a su empresa, pues no son sólo unos medianos productores que siembran chía y la liquidan al final de la campaña. Así y todo, tuvo que pasar mucha agua bajo el puente y tuvieron que aprender mucho del manejo agronómico para que el negocio fuera viable.
“Es un cultivo muy complicado”, afirmó Fernando, que trabajó junto a asesores durante varios años hasta que pulieron su protocolo de producción y lograron cierta estabilidad en sus rindes y rentabilidad. En particular, lo que más los complicaba es que es un cultivo oriundo de Centroamérica, con poca tradición en la región y que recién comenzó a ensayarse en Salta hacia los años noventa, de forma poco fructífera.
Si bien la chía prolifera muy bien en zonas secas, idealmente con menos de 500 milímetros de precipitaciones anuales, es muy sensible a los golpes de calor y las heladas tempranas. Además, sólo hay una única variedad extendida, la tradicional Salvia hispánica L, por lo que entra muy en juego la necesidad de un buen manejo agronómico.
“Hoy es un desarrollo que sí tenemos estandarizado. Ya sabemos qué esperar dependiendo de cada estadío del cultivo, tenemos tablas de rendimientos promedio por zona y fecha de siembra y hay bastante previsibilidad”, señaló el productor.
La “fórmula” que les ha servido es la de sembrar bien al norte para evitar las heladas, hacerlo a fines de marzo, para esquivar las olas de calor, y atender particularmente a la mosca blanca y la hormiga cortadora, plagas que pueden complicar el cultivo durante primeros días.
El método utilizado es la siembra directa con surco abierto, en la que utilizan un dosificador similar al de pasturas y optan por la baja densidad, que ronda los 3 kilos de semilla por hectárea. “Es un cultivo que compensa tanto que si logras tener 7 plantas por metro lineal estás muy bien”, señaló Nocetti, que igualmente alerta por las altas chances que tiene la chía de “plancharse” durante las primeras semanas y retrasar la maduración.
La cosecha tiene lugar transcurrido un mes y medio de la floración, lo que significa un total de más de 100 días desde la siembra. Primero se hace un corte hilerado antes de que el cultivo madure, con un posterior secado de 15 días, y se termina de levantar con el trillado tradicional. Lo único a chequear es que la zaranda no genere pérdidas, ya que es una semilla muy chica.
Una vez cosechada, la chía se exporta con destino a la industria, para la producción de aceites y alimentos envasados, pero también para el consumo directo. Como no cuentan con “private label”, los empresarios salteños venden la semilla a distribuidores que luego empaquetan con otras marcas para volcar a las góndolas.
Como son semillas que se consumen de forma directa, muchos clientes exigen que se haga un proceso de esterilización. En el caso de las partidas orgánicas, como no pueden irradiarse directamente con químicos, se emplean sistemas muy avanzados de calor. “Sería una muy buena forma de agregar valor a la producción en Argentina”, destacó Nocetti, aunque por el momento señaló que es más económico hacerlo en el país de destino.
No es ese el único obstáculo que tiene la producción. Como exportadores, Fernando considera que aún la macroeconomía no juega a su favor, más allá de la liberación del mercado de cambios y la baja en los tributos. “En la práctica, a las empresas exportadoras no se les levantó el cepo”, lamentó, ya que todavía reciben sus ganancias en pesos y no pueden acumular dólares en cuentas propias para venderlos cuando lo deseen.