Andrea Valjetic y su papá Juan Carlos (60) –al que le dicen ‘Carlitos’- son pequeños huerteros orgánicos en apenas una hectárea de tierra, sobre el Acceso 9 de Julio, antes de llegar a Cucullu, un pueblito de tradición alfarera ubicado a unos 94 kilómetros de la Capital Federal y a solo 3, de la ruta 7.
Andrea nació en Carmen de Areco y hoy vive en San Andrés de Giles, que queda a unos 10 kilómetros más, hacia el Oeste. Su papá vive en la quinta, en una modesta casa donde Andrea y sus cuatro hermanas se criaron. Una hermana de su papá, la tía Katy, también vive en Cucullu y va a trabajar cuatro horas por día a la huerta. Y todos los hijos de Andrea, también ayudan. Por eso es un emprendimiento familiar.
Andrea relata cómo comenzó todo: “Papá vino en la panza de mi abuela desde Alemania, que llegó al pueblo de Cortines. Tenía apenas 8 años cuando sus padres se enfermaron y murieron, entonces lo llevaron a un horfanato de curas en Mercedes, y a sus hermanas, a uno de monjas en Luján. Como la educación era muy rigurosa, con 11 años se escapó y conoció a un carpintero que lo refugió, le enseñó el oficio y lo llevó a encontrarse con unas tías. A sus 16 años empezó como puestero de un campo, donde le permitieron hacer su propia huerta y ahí se fue apasionando cada vez más con su actual oficio, al punto que no lo puede dejar, por más que hoy le duela un poco la cintura”.
“Papá conoció a una mujer de San Andrés de Giles con la que tuvo 4 hijas –continúa Andrea-. Una de ellas soy yo. Le habían dado una casita en la zona de Carmen de Areco, donde yo y otra hermana nacimos. Otras dos nacieron en Luján. Recuerdo que papá nos llevaba atadas al sulky para que no nos cayéramos cuando iba al pueblo a hacer las compras una vez al mes. No teníamos muñecas para jugar y cada tanto nos regalaban un caramelo. Pero después papá llegó a tener una camioneta Ford con ruedas con rayos y caja de madera para repartir las verduras. Le decíamos ‘La catramina’, pero no se quedaba nunca. Después trabajó en un tambo. En 2001 logró alquilar la chacra actual de 1 hectárea y media”.
“Mi papá nos mandó a estudiar al CEPT 2 de Giles y hoy, dos de mis hijos estudian ahí. Cuando yo tenía 15 años fueron a buscar al CEPT a 3 estudiantes y me tomaron como ‘Monitoreadora de cultivos bajo cubierta y controladora de plagas y enfermedades’, con el objeto de bajar el consumo de agroquímicos y cultivar más sano. Nos llamaban ‘Monitos’. Nos capacitaron en Luján y nos llevaban a controlar invernaderos de frutillas y cherrys, a Cardales. No quise cobrar mi primer sueldo, sino que pedí que me pagaran con plantas de frutillas. Las llevé a Giles, donde fui pionera en ese cultivo, que fue muy arduo. Tanto, que un día me ofrecieron comprármelo y lo vendí”, continúa.
Andrea explica que no usan agroquímicos y detalla: “Cuando tenemos hormigas, rociamos con arroz y plantamos caléndulas. Las vaquitas de San Antonio son buenas porque se alimentan de pulgones. También aprovechamos el método de plantas cromáticas: el amarillo es el color que más atrae a los bichos. También colocamos cintas de nylon de colores. Y hacemos remedios caseros como purín de ortiga o agua jabonada”.
“Tenemos que monitorear todos los días las plagas y las enfermedades, que vienen según las estaciones o por los vientos o las sequías o la humedad. En una tirada de 50 metros de tomates, si hallamos pulgones o arañitas rojas, o cortamos el gajo enfermo o arrancamos las plantas atacadas, las embolsamos y luego las quemamos. La ‘arañuela’ es muy difícil de controlar. Es rojiza, diminuta y apenas ves las telas, pero le chupan la savia a las plantas”, describe.
“Realizábamos el riego por inundación, que mantiene por cinco días la humedad en el suelo. Mi papá inundaba por surco e iba controlando, pero a causa de la sequía, hoy estamos regando con regaderas de mano para administrar el agua justa. Este año perdimos 9 líneas, entre remolacha, zanahoria y acelga”.
Cuenta Andrea que almacenan el agua en dos piletones de lona, de 6000 y 7000 litros. A uno de esos se los regaló Gustavo González, quien fue su profesor en el CEPT de Giles. Están empezando a hacer riego por goteo, gracias a que lograron comprar un tanque grande y su padre, aprovechando sus conocimientos de carpintería, construyó una torre con pallets de madera.
“Cada semana preparamos 35 a 40 bolsones que pesan entre 9 y 10 kilos, con verduras de hoja, acelga, espinaca, rúcula, tres variedades de lechuga –criolla, morada y mantecosa-, un atado de verdurita con puerro, perejil y apio, calabaza, cebolla. A veces le sumamos papas y batatas de productores vecinos, y hemos incorporado naranjas de unos amigos. Estamos pensando en agregar huevos de campo”.
“Hay gente que por ejemplo, tiene divertículos y no puede consumir hojas, entonces les ponemos más hortalizas. Sembramos kale, habas, pepinos, tomates, zanahorias, berenjenas, morrones. También sandías, melones y yo siempre planto algunas frutillas. Estamos empezando con alcauciles y espárragos”.
“Yo ayudo a mi padre en la quinta y me ocupo de la logística, de la compra de los insumos y del reparto de los bolsones de verduras y hortalizas a domicilio en la zona de San Andrés de Giles y alrededores”, detalla Andrea, quien todos los fines de semana provee de bolsones al turístico restorán “Casa Gallo” de Cucullu y a otros.
“Cada vez a más gente le está gustando ir a conocer y recorrer la huerta -cuenta Andrea-. Algunos no tienen idea de cultivos, creen que cortamos las hojas de lechuga y le vuelven a crecer, a la planta. Les enseñamos a ralear, cuando se siembra al voleo, que para cosechar la zanahoria, antes hay que hundirla un poco, y les contamos, por ejemplo, que debemos rotar los cultivos para oxigenar el suelo y eso se logra con plantas de raíces diferentes que aprovechan otros nutrientes, por ejemplo: maíz-zapallo-poroto. Mucha gente se llega para que la asesoremos y lo hacemos gratis”.
“Mi papá es un sabio de la tierra y lo consultan hasta ingenieros agrónomos. Él les habla a las plantas y le traen para revivirlas. Vienen chicos que están en proyectos de hidroponia. Otros nos consultan para tener tomate de árbol. Hacemos compost y vendemos tierra orgánica. Como venían muchas personas a buscar plantines, pero además nos pedían semillas, con mi hija Lara -de 15 años- armamos una ‘biblioteca de semillas’ y pensamos hacer trueque para recuperar semillas en extinción. Mandamos encomiendas con papas del aire a todo el país. Abrimos la huerta de 8:00 a 12:00 y de 14:00 hasta que caiga el sol. Los fines de semana llegan muchos ciclistas y motoqueros”.
Nos anoticia Andrea que unos cuantos huerteros de la zona se han agrupado en torno al CEPT para conformar una cooperativa y hacer compras en común, para alivianar la crítica situación: “un kilo de semillas puede costar 5000 pesos. Las de tomate son importadas y un cuarto de kilo cuesta 10.000 mil. Hace un tiempo me iba a vender las jaulas a Luján para ganar un poco más, pero no me dio la salud. La bomba de agua es a nafta. Una motobomba hoy cuesta 100.000 pesos”.
En los tiempos de pandemia, cuenta que vendió un auto y compró el nylon para hacer un invernadero y un motocultivador, con el que salió a brindar el servicio de armado de huertas a domicilio. “Estamos empezando un proyecto de recibir contingentes que llegan después de un recorrido: visitan un horno de ladrillos, almuerzan en Casa Gallo y luego nuestra huerta”. Ahora piensan armar otros recorridos, organizados desde la Secretaría de Turismo de Giles y van a hacer pasantías con los alumnos del CEPT.
Hoy, Andrea, con sus manos callosas y algunos dolores de cintura, como su padre (no tienen tractor), se da cuenta de que los tiempos han cambiado, al ver que su hija no se sacrifica ni la mitad de lo que ella tenía que hacer con su misma edad, cuando trabajaba de ‘Monito’. Y ni hablar de cuando tenía 8 años y trasplantaba hectáreas de morrones, junto a su padre.
Tiene 6 hijos y los clientes se asombran de que ella se las arregle para llevarlos a natación, matear con su marido –que trabaja de bombista- y hasta de maquillarse un poco cuando va al pueblo a entregar los bolsones, todos los viernes desde las 17.
En 2021 recibió un premio a la “Mujer rural” en Mercedes. Sueña con fundar una plantinera en San Andrés de Giles para recuperar esa cultura de minifundios e invernaderos que se perdió allá por el 2001.
“No nos queda otra cosa que la esperanza de que esto mejore. Tenemos que seguir luchando para que nuestros hijos vean que se puede, que de esta crisis vamos a salir. Si alguien viene sin plata, le regalo plantines para que empiece su huerta. Se puede tener papa en una bolsa con tierra, en un balcón. Y no me preocupa que deje de comprarme a mí, sino que la gente coma sano y barato”, dice. Sin duda, Andrea y su familia son un ejemplo a imitar, no sólo por su fortaleza, sino sobre todo, por su concepción comunitaria y social de ver la vida.
Ella nos dedicó la chamarrita de y por la cantante gilense, Claudia Lomeña, “Somos mujeres rurales”.