No es que empezó de chico y que a los 5 años ya montaba en pelo como si nada. Es más: recién empezó a andar a caballo bien entrados los treinta. Pero entre ese momento y sus 61 años actuales pasaron varias vidas. A pesar de este “currículum” poco tradicional para un ¿domador?, lo cierto es que su método “Hablemos caballo” funciona (ha realizado más de 100 capacitaciones) y hasta despierta asombro cuando demuestra que las mañas de los animales no son inherentes al carácter sino consecuencia de una mala comunicación con ellos.
“Me contactan personas que tienen caballos con problemas de comportamiento, pero lo primero que hay que entender es que estos comportamientos siempre son generados por nosotros, que no entendemos lo que ellos nos dicen y además nos queremos imponer”, describe Diego D´Angelo. “Ahí se genera un bloqueo en el animal, que empieza a buscar maneras de liberarse de una situación estresante (producida por nosotros) y empieza a repetir ese comportamiento una y otra vez”.
Más arriba hemos utilizado la palabra “método”, pero en verdad va en contra de lo que postula Diego ya que para resumir lo que hace, dice: “El mío es un método sin método: tiene que surgir espontáneamente según lo que nos vaya diciendo el caballo. Tiene que ver con darnos cuenta de sus inseguridades y miedos y cómo debemos gestionarlos nosotros para que no nos vea como un depredador”.
Y agrega: “yo mismo a veces me quedo asombrado al ver cómo un caballo de repente, en poco tiempo, abandona el comportamiento por el cual me lo trajeron y ahí los dueños se dan cuenta de que el problema no era el caballo sino ellos mismos o la gente que los trataba. Bien propuesto, el animal acepta nuestro liderazgo de forma natural”.
-¿Cómo se logra esto?
-Me convierto en un líder protector, no en un alfa que se impone; es un liderazgo para construir seguridad porque cuando las necesidades del caballo están cubiertas, las nuestras están aseguradas. Si yo entro a un corral pensando en cuáles son las necesidades del caballo y cómo hacer para que él se sienta bien y no me vea como una amenaza, entonces construyo confianza y recién ahí puedo empezar a comunicarme.
-¿Nos puede dar un ejemplo concreto?
-Si voy a un lugar y el caballo no se deja tocar las orejas, lo que haré es tratar -justamente- de tocarle las orejas. Pero antes de hacer nada voy a estar con el caballo, voy a caminar con él y a través del lenguaje corporal le voy a indicar que soy yo quien va a liderar la situación en ese momento, siempre con mucha tranquilidad. Voy a mover sus patas y manos para transmitirle que soy el que guía, todo a través de una energía calma, y ahí es donde uno va hacia la situación que le causó un trauma, que se generó porque el caballo en su momento no comprendió lo que se le pedía, se cerró y se bloqueó. Entonces con este acompañamiento lo pongo en esa situación donde se le vuelve a generar ese miedo (en este caso tocarle las orejas) pero a la vez le doy calma, entonces él comprende que ese miedo es infundado y lo supera.
-La clave es la calma…
-Claro, porque si cuando yo quiero tocarle la oreja él se defiende y yo me pongo tenso, no le puedo corregir el problema porque no le estoy dando seguridad para superar ese miedo. Cada caballo es un mundo y con cada uno debemos actuar de forma diferente, según lo que ese caballo nos va diciendo pero siempre es con calma. En este caso puntual el miedo se potenciaba con las tijeras de tusar porque le habían agarrado las orejas, entonces trabajamos en superar ambos miedos.
-¿Por qué funciona su trabajo?
-Porque hay comunicación: el caballo entiende lo que le estoy diciendo. Si “hablo caballo”, él me entiende pero si hago antropomorfismo y quiero hablar desde el lenguaje humano no me entiende y comienzan los problemas. Una vez dimos una capacitación con un caballo chúcaro y un médico pediatra muy conocido e hicimos una comparación con la educación de los niños; fue muy emocionante.
Volviendo a la historia de Diego, cuenta que su única conexión con los caballos fue de chico y ocasional cuando iba a visitar a su abuelo en Santa Fe (él y su familia vivían en Carlos Paz, Córdoba) y que luego perdió todo contacto con el campo y se dedicó a la venta de juegos para chicos. Un día, cuando tenía 36 años y recién se había mudado a Villa García, cerca de Tanti, fue a comprar un repuesto para metegol en un lugar cerca de la montaña y al llegar vio que a un costado había un hermoso caballo. En ese momento el dueño (que era el que vendía el repuesto del metegol), le dijo: “¿Te gusta? Te lo regalo”. Y se lo dio con freno y montura.
“Yo justo me había ido de la ciudad a vivir en una chacra y tenía espacio para el caballo, así que ese fue el inicio. Fui aprendiendo desde la propia experiencia: a los dos días se lastimó la pata y tuve que curarlo con todo el miedo del mundo porque las patas son clave, pero lo hice”, recuerda. “Me llegó el caballo en el momento que me tenía que llegar, siempre estaba en mi cabeza pero nunca se había dado. Fue tan movilizante tenerlo, me generaba tanto entusiasmo, que eso me hizo dar rienda suelta a todo lo que quería saber sobre ellos, a descubrir cómo son”.
“Unos años más tarde me compré un potrillo y nos fuimos conociendo desde el desconocimiento ya que él no tenía trato con la gente; a los dos años, por ignorancia, lo hice domar y no respondía a las riendas. Entonces tomé una capacitación para aprender y luego también aprendí doma india, pero sentía que algo faltaba, y ese algo era que yo hacía las técnicas sin saber generar confianza porque en las domas hay una desconexión con el caballo y hoy lo que hago es ir más allá de esas técnicas”, explica Diego que en el medio de todo esto trabajó 9 años en un hipódromo en distintos cargos.
-Hoy a usted lo llaman de muchos lados para solucionar problemas con los caballos. ¿Cómo se dio a conocer?
-Me hice conocido en 2013 cuando hubo incendios acá en Córdoba, donde se quemaron muchos caballos salvajes de las sierras y me llamaron para amansarlos para poder realizarles las curas sin tener que sedarlos tanto. Eso me abrió las puertas para trabajar con el Ministerio de Agricultura y Ganadería de la Provincia para dar capacitaciones sobre el buen trato con el caballo y he dado talleres por todo el país y en el exterior.
-¿Qué hay que tener en cuenta al momento de trabajar con un caballo?
-Ellos nos enseñan muchas cosas. Por ejemplo, que cuanto más sutiles somos más rápido ellos comprenden y se entregan a la guía; no nos tenemos que olvidar que son animales de manada y necesitan liderazgo. Ellos nos hablan, nos avisan cuando queremos ir rápido: para comunicarse con ellos hay que ralentizar nuestra actividad y actitud para que nos permitan entrar en su burbuja donde se sienten seguros. Nunca hay que generar temor.
-¿Cómo se hace?
-Muchas veces, cuando no obtenemos un resultado descargamos nuestra frustración sobre ellos y eso pasa por no entender sus tiempos; el caballo cada vez se pone más tenso y así nacen los problemas de comportamiento. Hay que entrar en su mundo desde su lenguaje, lo que ocurre es que hacemos cosas sin darnos cuenta, como invadir su espacio. En verdad es simple: como en toda relación hay que ser empático para entender lo que le está pasando al otro. Hay que estar abierto y reflexivo para que exista el diálogo.
-¿Cómo logró esta relación tan profunda con el animal?
-Yo admiraba al entrenador de caballos Jean François Pignon pero no tenía ninguna posibilidad de viajar a Francia para entrenarme. Sin embargo tuve la suerte de que en 2015 vino a la Argentina y fue quien me abrió la puerta al lenguaje del caballo. Fue ahí que pegué un salto cuántico en lo que es la precisión en la comunicación con el caballo. Hoy entiendo al animal, comprendo lo que le pasa y lo que me pide.
-¿Qué son los caballos para usted?
-Son extraordinarios, seres altamente sensibles. Creo que son una bendición en la tierra porque nos enseñan a observarnos a nosotros mismos, quiénes somos y cómo nos relacionamos, porque son un espejo nuestro. Ellos brindan paz y tranquilidad y, en estado natural, siempre están en quietud, solo se sobresaltan cuando se sienten amenazados ya sea por una tormenta o por un ser humano. Los caballos siempre están en el aquí y ahora mientras que nosotros siempre estamos en nuestra mente, por eso no nos podemos comunicar con ellos si antes no cambiamos nuestra forma de estar junto a ellos.
-Usted dice que los humanos estamos “siempre en la mente”. ¿En qué otro lugar podríamos estar siendo seres racionales?
-Los humanos siempre estamos pensando y a mí los caballos me llevan a un estado de no mente, de silencio, donde puedo estar en la misma sintonía que ellos, sin pensamiento.
-¿Cómo ocurre eso, cómo se llega?
-Simplemente sucede: es una cuestión de energía con el animal, un vínculo más profundo. Se genera un estado de meditación que el caballo percibe… él percibe que uno está conectado a la existencia.
-Suena difícil…
-Pero no es nada extraordinario, es fluir en armonía con lo que nos rodea.
-¿Y cuánto dura?
-Hasta que interviene la mente, ahí se acabó. Por eso son solo momentos.