Fernando Vilella está encarando el tramo final de su viaje soñado, que lo llevó como secretario de Bioeconomía a China, Japón y ahora Corea. Allí, los diferentes gobiernos lo han recibido como lo que es: un alto funcionario de otro país amigo, al que deben brindarle un honroso tratamiento.
El problema de Vilella será volver a la Argentina, donde ya casi nadie lo considera del mismo modo. Aquí, a los ojos de su propios compañeros de gobierno, es un funcionario de tercera. Nadie lo banca. Nadie lo respalda. Le han pulido cualquier cualquier posibilidad de brillo y mucho menos de ejercicio del poder real.
Ahora hasta le prohibieron difundir los comunicados de prensa para contar a los argentinos sobre su propia decadencia.
La decadencia de Vilella es un proceso muy visible que comenzó incluso antes de su nombramiento como secretario de Agricultura, Ganadería y Pesca de la gestión de Javier Milei, allá lejos, en diciembre de 2023. Un proceso que ha tenido múltiples episodios. Como en una saga de Netflix. Estamos llegando al final y es de lo más previsible del mundo: El funcionario partió hace unos días rumbo a China con las versiones de su despido planteadas en el diario. Nadie las desmintió y por el contrario su jefe, el ministro Luis Caputo, sentó a su lado para una fotografía de familia con la Sociedad Rural a Sergio Iraeta, el subsecretario que Economía había enviado meses atrás a “intervenir” el organismo comandado por el ex decano de la Facultad de Agronomía. Se habla ahora en todos lados de su probable sucesor.
Vilella debe querer que sus días en el lejano oriente se extiendan por toda la eternidad. Allí le dispensan el tratamiento que aquí, sus compañeros de ruta, sus supuestos amigos, le retacean al punto de la crueldad. Aquí lo han limado tanto que hasta le han quitado hasta la posibilidad de enviar comunicados de prensa.
Importa poco si Vilella, cuando regrese inevitablemente a Buenos Aires, sea despedido y reemplazado como indican las versiones periodísticas, o si por el contrario permanece en el puesto hasta que una nueva reforma del poder libertario lo retire del Estado como cada tanto se quitan los trastos viejos. Vilella ya no tiene poder, se lo han quitado hace rato. Y sin poder se ha transformado solo en una figura decorativa. Es lo que entienden los gobiernos de China, Corea y Japón, que correctamente los han dispensado el tratamiento como si fuera un ministro de Agricultura, pero se han negado delicadamente a darle concesiones, porque saben que no corta ni pincha.
“Cuchara” Vilella, podríamos comenzar a decirle a Vilella en nuestros titulares si acaso el funcionario permaneciera en su puesto luego de su regreso: ni corta ni pincha.
Este cronista de Bichos de Campo, debemos confesarlo, no ha tenido una buena relación con este funcionario libertario desde incluso antes de que asumiera en el puesto para el cual ahora quedó absolutamente en duda. Primero una nota que entonces advertía que muchos malandras de la ex ONCCA pretendían quedarse en su gestión fue tildada por Vilella como “una operación”: los malos muchachos siguen allí cagándose de risa, colaborando con su gestión y cobrando sueldos del estado, pero el ex decano jamás pidió perdón por ese exabrupto.
Luego el catedrático hizo algo mucho peor: dejó en la calle, despidió, a dos antiguas empleadas de ese organismo acusándolas de filtrar un documento interno a este medio, como si la información pública no debiera ser de acceso libre para todos. La acusación era falsa, no habían sido las despedidas las que nos facilitaron esa información, que de todos modos resultaba inofensiva. Se lo advertimos, pero Vilella se recibió de botón y consumó los despidos. Se convirtió para nosotros en una mala persona.
Desde ese día, lo admitimos, estamos esperando que su visible deterioro político termine de llevárselo, como quien tira la cadena del inodoro varias veces porque el tamaño del sorete es considerable y hay que tener paciencia hasta que la propia fuerza del agua lo diluya. Hay cosas que -por humanidad- no pueden hacerse. Hay cosas que no hacían ni los más perversos funcionarios kirchneristas.
Fuimos contando todo el proceso, haciendo solamente periodismo y no mucho más. Contamos cuando en febrero a Vilella le intervinieron la Secretaría de Agricultura desde el Ministerio de Economía, quitándole el manejo del presupuesto y del personal. Contamos cuando Juan Pazo, funcionario y amigo del ministro Luis Caputo, comenzó a desautorizar públicamente a Vilella, incluso dando marcha atrás con la designación de funcionarios como en el caso del INYM, que todavía está vacante. Informamos luego de la consumación de esta intervención, con el despido del segundo y tercero de Agricultura, Pedro Vigneau y Germán Di Bella, dos inquietos productores que encarnaban las viejas promesas de Milei al agro, especialmente en materia de retenciones e impulso de la bioeconomía.
Pensamos, como casi todos en el sector, que Vilella debería haber reaccionado entonces con un poco de dignidad y haber dado un portazo, presentando su renuncia. Pero no lo hizo. Sabrá su almohada las razones de semejante genuflexión.
Ya además le habían quitado a Vilella muchas de las herramientas que tenía la vieja Secretaría de Agricultura para tratar de hacer al menos un poquitito de política agropecuaria. En estos pocos meses de gobierno libertario fue mucho más lo que se destruyó que lo que se construyó, que es casi nada.
Primero se disolvió el Instituto de Agricultura Familiar sin reemplazarlo por otra cosa que atendiera esa demanda. Lo mismo con el ProHuerta. Se espera que igual suerte corra el programa Cambio Rural, cuyos técnicos no cobran desde febrero. Se destruyó el Fondagro (que permitía subsidiar algo las tasas de interés para los productores) y la misma suerte parece caberle a la Ley Ovina, de la cual tampoco se sabe casi nada. Al mismo tiempo se intentó subir las retenciones en la Ley Bases, si dinamitó la política yerbatera, se mantuvo hasta el 30 de junio el castigo del BCRA a los productores que guardaran su soja.
Sobre todos estas cosas Vilella casi nunca dijo nada. No puso el pecho para frenar este proceso de demolición, como sí lo puso para pedir paciencia a los productores y a los propios empleados estatales.
Tampoco hizo nada cuando la Subsecretaría de Administración del Ministerio de Economía tomó el control definitivo del presupuesto y de la contratación de personal del viejo y querido ex Ministerio de Agricultura. La decisión implica lisa y llanamente que la política productiva agachaba la cabeza frente a las necesidades de caja de la administración federal. Que la prioridad es el déficit, la caja, los impuestos. Que los productores son el orejón del tarro. Que deben seguir poniendo sin patalear. Y esperar.
Con la reorganización del Palacio de Hacienda como lo conciben los libertarios, se consumó esta sumisión y Vilella solo consiguió el tan anhelado cambio de denominación de su cargo: ya no sería secretario de Agricultura, un vocablo gastado, para convertirse en flamante secretario de Bioeconomía. Suponemos que creyó que con eso el brillo aparecería solo. Pero fue ese su único éxito concreto. Y no le sirvió para nada.
En el mismo acto adminstrativo, de hecho, Vilella volvió a aceptar sin chistar ni rebelarse que Juan Pazo se convirtiese en su jefe, como flamante secretario de Planeamiento y Gestión para el Desarrollo Productivo y de la Bioeconomía. Tiene su mismo rango como “secretario de Estado”, pero en los hechos prácticos es Pazo quien decide las cosas y toma las decisiones, es su superior. Uno infiere así que, más allá de que los chinos y japoneses lo tratasen como un “ministro”, Vilella es en realidad un pauperizado “subsecretario”. Un funcionario de tercer rango.
Faltan horas para que Vilella regrese al país y se conozca el final de esta saga, que parece cantado: por más que el ex decano perdure en su cargo, ya no decide nada y es solo una sombra de lo que hace pocos meses soñaba ser.
Da pena, pero Vilella no hizo nada para que esta triste realidad sea diferente de lo que es. El orgullo ni le brotó cuando el grotesco Gordo Dan lo retó públicamente y lo condenó al despido por retuitear un mensaje supuestamente a favor de la agenda 2030 y una política agropecuaria con conciencia ambiental (que es algo que supuestamente defiende). Debería haberlo mandado a la mierda y listo. Debiera haber tuitaeado mucho más fuerte detrás de sus convicciones. Pero dejó de tuitear. Dejó de tuitear.
“No. Permanecer y transcurrir, no es es perdurar, no es existir ni honrar la vida”, escribió Eladia Blázquez alguna vez. Vilella debería aprovechar el largo viaje de regreso desde Asia para escuchar repetidas veces esa canción. Quizás algo le quede por aprender a quien se ha ganado la vida como profesor.
Pese de haber sido espectadores activos de este meteórico proceso de decadencia política, no nos alegramos para nada con poder adivinar el final previsible de la serie. No nos alegramos para nada. No nos gusta el final. Nos hubiera gustado ver algo distinto, quizás una reacción de último momento, un inesperado arrojo de voluntad. Pero nada. Nada…
Y sucede que Vilella, en esta triste saga, se está llevando puesta también la posibilidad de construir una política agropecuaria consistente en un país que la necesita de manera urgente. Porque no será sometiendo el agro a las necesidades de ajuste de los gobiernos cómo saldrá este país adelante sino produciendo más. Y para eso se necesita de una burocracia estatal convencida de que vale la pena, dentro del gabinete del gobierno de quien sea, dar a cara lavada estas discusiones.
Pese a las promesas de Caputo a las entidades rurales -limitadas a las retenciones y el tipo de cambio, pero que no abarcan muchos otros aspectos de la compleja vida agropecuaria argentina-, es muy clara la gestualidad del gobierno de La Libertad Avanza frente a los anhelos agronómicos y productivistas que alguna vez quiso encarnar Vilella. Nadie lo recibió, pocos se fotografiaron con él, le desplumaron con un hacha el poco poder que tenía.
Con su docilidad a prueba de balas, Vilella ha sido todos estos meses la cara misma del sometimiento del sector agropecuario a las urgencias fiscales y sobre todo al desinterés de la política por los debates productivos. Es la constatación de que a Milei, Caputo o ahora Sturzenneger les importa muy poco de lo que suceda más allá de la General Paz, que no es algo a lo que deben darle cabida dentro de las urgencias de gobierno.
Los dirigentes rurales y también los empresarios del agro suelen divertirse con estas internas palaciegas: poco y nada ha hecho el propio sector para sostener a un Vilella que, por otro lado, tampoco se mostró proclive a pactar con ellos, un poco por despecho académico pero fundamentalmente -una vez más- por la insufrible sumisión y miedo que lo aconsejaron mantener durante toda su gestión.
Vilella volverá al país sin que nadie levante un dedo para defenderlo y si finalmente perdura será porque en el gobierno nadie considera oportuno cambiarlo ahora, total él mismo cumple e la perfección el papel de muñequito de torta que se la ha asignado. La línea de poder Milei, Caputo, Pazo e Iraeta funciona a la perfección.
Mucho menos los han defendido algunos ruralistas que se ilusionan confundidos, porque creen que por tener llegada al secretario Pazo, al ministro Caputo o al mismísimo presidente Milei, podrán incidir finalmente en el ritmo de las cosas. Es una ilusión vana, que el tiempo se encargará de acomodar en el armario de las frustraciones: la política pública agropecuaria no se puede desplegar seriamente si lo que único se hace es desacreditar a los funcionarios responsables de llevarla a cabo. Mucho menos si es degradar a los organismos públicos que deben ejecutarla.
La Mesa de Enlace, finalmente, ha sido testigo silencioso -y casi cómplice- de este proceso. Observó sin protestar primero la degradación del Ministerio de Agricultura a una Secretaría subordinada a Economía, en tiempos de Sergio Massa, superministro seductor al que nadie tampoco se le oponía. Ahora presencian sin chistar este nueva degradación de la Secretaría de Agricultura a una casi “subsecretaría” de Bioeconomía subordinada no solo a un ministro sino a otro secretario coordinador. Vilella y su veloz carrera hacia la nada misma, lamentablemente han sido sinónimos de este proceso.
Cada vez más lejos del núcleo del poder, ahora es mucho más probable que en las reuniones de Gabinete los problemas del campo los planteen el ministro de Salud o la mismísima Pettovello que el propio Caputo.
Por eso nadie, a nuestro juicio, puede alegrarse demasiado de esta caída en desgracia de Vilella, que en las próximas horas encarará su regreso al país y deberá enfrentar su destino, el que supo construirse en tiempo récord: si lo echan de su cargo, nadie lo extrañará. Y si perdura allí, no hará ni cosquillas.
La degradación es tal que en las últimas horas -según confirmaron fuentes oficiales- se le ha prohibido incluso a la ex Secretaría de Agricultura enviar a los medios agropecuarios sus inofensivas gacetillas de prensa, pues la comunicación comenzará a ser concentrada desde Economía.
Y de tan sumiso que ha sido, Vilella acepta incluso esa decisión, que lo convierte en la nada misma.
Me llama la atención el lenguaje que usa el periodista Matías Longoni para criticar al secretario Vilella. Se puede criticar con altura. Un periodista teóricamente domina el uso del lenguaje. No es necesario usar términos escatológicos para una critica que parece ser un tema más personal que otra cosa. Me decepciona el autor y el medio al que le tenía simpatía.
Usar los adjetivos y expresiones de esta nota dan vergüenza ajena pero parece q no propia para quien la escribió y quien la publicó. Se pueden discutir ideas y opiniones sin adjetivos, algo que aconsejaba el dr. Roberto Alemann, quien nunca usaba adjetivos.
Cuando el relato es tan subjetivo, hay q desconfiar del relator. Porque se pueden cambiar funcionarios pero no evaluar tan subjetivamente cualquier gestión.
● La nota olvida los logros de la gestión del ing. Vilella:
● La Secretaría de Bioeconomía con una mirada más integral que lo estrictamente productivo porque hace falta EXPORTAR, lo cual Argentina hace en mucha menor proporción que los países limítrofes.
● Poner punto final a las trabas para exportar carne, maíz y trigo de Alberto Fernández.
● Desregulación de trámites y requisitos para productores y exportadores para simplificar la actividad.
● Abrió mercados en China y Corea del Sur, en la gira que acaba de hacer y presentó una queja x Japón ante la OMC porque Japón impide que Argentina le exporte carne, cuando en condiciones similares le compra a Uruguay. ¿Y por qué Argentina perdió en las exportaciones de carne? ¿Hace falta que lo aclare?